Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

Clavé la mirada en Gideon tratando de hacerle llegar todo mi amor, y en un instante después había desaparecido. Mi primer impulso fue echarme a llorar, pero seguí apretando los dientes y me forcé en pensar en Lucy.

En el salón de lady Tilney, ante unos sándwiches y unas tazas de té, lo habíamos repasado una y otra vez. Yo sabía que teníamos que atacar al conde con sus propias armas si queríamos derrotarle definitivamente. Y, de hecho, sonaba muy sencillo, en todo caso si Lucy no se equivocaba en su suposición. Al principio, cuando la había lanzado al aire así de repente, todos la habíamos rechazado, pero luego Gideon había asentido con la cabeza.

—Sí —había dicho—. Podría ser que tuvieras razón. —Y había vuelto a ponerse a pasear como un león enjaulado de un lado a otro de la habitación.

—Suponiendo que hagamos lo que dice el conde y le demos a Gideon nuestra sangre —había continuado Lucy—, él podría cerrar entonces el círculo de sangre del segundo cronógrafo y entregar el elixir al conde, que así se volverá inmortal.

—Que es justamente el motivo de que estemos haciendo lo imposible por evitarlo desde hace a?os, ?no? —dijo Paul.

Lucy levantó la mano.

—Un momento. Deja al menos que lo pensemos un poco más.

Yo asentí con la cabeza. Aunque no sabía exactamente adónde quería ir a parar, en algún lugar en el fondo de mi mente se había formado un peque?o interrogante que poco a poco se iba transformado en un signo de admiración:

—El conde se vuelve inmortal, y lo será hasta mi nacimiento.

—Correcto —dijo Gideon, y dejó de caminar de un lado a otro—. Lo que significa que puede saltar a sus anchas por la historia, y que también puede hacerlo hasta nuestro presente.

—?Queréis decir que…? —dijo Paul frunciendo el entrecejo.

Lucy asintió con la cabeza.

—Queremos decir que el conde contempla todo el drama en vivo y en directo. —Hizo una peque?a pausa—. E incluyo que tiene una entrada en primera fila.

—Apuesto por el Círculo Interior —había dicho yo entonces.

Y los demás habían asentido.

—El Círculo Interior. El conde es uno de los Vigilantes.

Miré el conde a la cara. ?Quién podía ser? Podía oír el tic tac del reloj de la chimenea. Aún faltaba una eternidad para que volviera a saltar de vuelta.

El conde me indicó que me sentara en uno de los sillones, llenó dos vasos de un vino rojo oscuro y me tendió uno. Luego se sentó en el sillón que se encontraba frente a mí y levantó su brazo para brindar.

—?A tu salud, Gwendolyn! Hoy hace dos semanas que nos conocimos tú y yo; en fin, en todo caso desde mi perspectiva. Y debo decir que mi primera impresión no fue precisamente buena. Pero, entre tanto, nos hemos convertido en amigos, ?no es cierto?

Sí, claro. Tomé un sorbito de mi vaso y luego dije:

—En ese primer encuentro estuvisteis apunto de estrangularme. —Tomé otro trago y solté sin reflexionar, bastante atrevidamente—: Entonces pensé que podíais leer los pensamientos de la gente, pero supongo que me equivocaba.

El conde sonrió complacido.

—Bueno, desde luego estoy capacitado para captar corrientes de pensamientos dominantes, pero mis poderes no son de carácter mágico. En el fondo cualquiera podría aprenderlo. La última vez ya te hablé de mis visitas a Asia y de cómo allí pude adquirir la sabiduría y las habilidades de unos monjes tibetanos.

Sí, eso era cierto. Y si la última vez ya no había prestado mucha atención, también en esos momentos me resultaba difícil atender a sus palabras. De pronto sonaban extra?amente distorsionabas, a veces se alargaban y a veces era como si las cantara.

—Qué demonios… —murmuré.

Ante mis ojos se habían formado unos velos rosas que no podía eliminar por más que parpadeara.

El conde interrumpió su charla.

—Te sientes mareada, ?no es cierto? Y ahora, si no me equivoco, notas que se te seca la boca cada vez más.

?Sí! ?Cómo podía haberlo adivinado? ?Y por qué su voz sonaba tan metálica? Le miré fijamente a través de los curiosos velos de color rosa.

—No temas, peque?a —dijo—. Enseguida habrá pasado; Rakoczy me ha prometido que no sufrirás ningún dolor. Te dormirás antes que empiecen las convulsiones. Y con un poco de suerte, no llegarás a despertarte antes que todo haya acabado.

Oí reír a Rakoczy. Sonaba como esos chirridos que hacen las vagonetas en el túnel de terror de las ferias.

—?Por qué…? —traté de hablar, pero de repente tenía los labios totalmente entumecidos.

—No es nada personal —dijo el conde fríamente—, pero para llevar a cabo mis planes, por desgracia tengo que matarte. También eso está determinado por el destino.