En ese momento oí unos ruidos sordos, y un instante después Xemerius llegó volando a toda velocidad a través de la pared y aterrizó a mi lado sobre el escritorio.
—?Dónde están esos malditos Vigilantes? —le grité, olvidando que el conde podía oírme. Pero, por lo visto, este creyó que la pregunta iba dirigida a él, porque se limitó a contestar:
—No pueden ayudarte ahora.
—En eso, por desgracia, tiene razón. —Xemerius aleteó excitado—. Esos majaderos han cerrado el círculo de sangre con Gideon. Y mister Modelo, aquí presente, ha tomado a ese bobo de Marley como rehén y ha obligado a los caballeros a ir a la Sala del Cronógrafo a punta de pistola. Ahora están allí encerrados, lamentándose en silencio por su estupidez.
El conde sacudió la cabeza.
—No, esa ya no era vida para mí. Y tiene que acabar de una vez por todas. ?Qué tiene que ofrecerle al mundo una muchachita como tú? Yo, en cambio, aún tengo muchos planes. Grandes planes…
—?Distráele! —gritó Xemerius—. Tienes que distraerle como sea.
—?Cómo se las ha arreglado para elapsar durante todo este tiempo? —pregunté rápidamente—. Ha debido de ser terriblemente engorroso tener que saltar de una forma tan incontrolada.
Rió.
—?Elapsar? Bah. Mi tiempo de vida natural llegó a su fin. A partir del punto en que hubiera muerto, todo ese fatigoso saltar en el tiempo cesó.
—?Y a mi abuelo? ?También le mató? ?Y le robó los diarios?
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Pobre abuelito. Había estado tan cerca de descubrir el complot…
El conde asintió con la cabeza.
—Debíamos dejar fuera de juego al astuto Lucas Montrose. Marley sénior se encargó de eso. Los sucesores del barón Rakoczy me han servido fielmente durante siglos, solo el último de la saga ha constituido una decepción. Ese pedante so?ador pelirrojo no ha heredado nada del espíritu del Leopardo Negro. —De nuevo echó una ojeada al reloj, y luego volvió la mirada hacia los sillones. Sus ojos brillaban de impaciencia—. Puede llegar en cualquier momento, Julieta —a?adió—. ?Parece que quieres ver a tu Romeo tendido en el suelo ba?ado en sangre! —Desamartilló la pistola—. Realmente es una lástima. Me gustaba el muchacho. ?Tenía un gran potencial!
—Por favor —susurré una vez más, pero en ese instante Gideon aterrizó en una postura ligeramente encorvada junto a la puerta, y no había tenido tiempo aún de incorporarse del todo cuando mister Whitman apretó el gatillo. Y volvió a apretarlo. Disparó una y otra vez hasta que el cargador estuvo vacío del todo.
Los disparos atronaron el espacio y las balas le alcanzaron en el pecho y en el vientre. Sus ojos verdes estaban abiertos de par en par, y su mirada extraviada recorrió la habitación hasta detenerse en mí.
Grité su nombre.
Como si se moviera a cámara lenta, se deslizó contra la puerta dejando un reguero de sangre, hasta quedar tendido en el suelo, extra?amente contorsionado.
—?Gideon! ?No! —Gritando, me precipité hacia él y abracé su cuerpo inerte.
—?Oh, Dios, Dios, Dios! —exclamó Xemerius, y escupió un chorro de agua—. Por favor, dime que esto es parte de vuestro plan. Aunque está claro que no lleva un chaleco antibalas. ?Oh, Dios mío! ?Cuánta sangre!
Tenía razón. Había sangre por todas partes. La orla de mi vestido se empapó como una esponja con la sangre de Gideon. El peque?o Robert se acurrucó gimiendo en un rincón y se tapó la cara con las manos.
—?Qué ha hecho? —susurré.
—?Lo que debía hacer! Y lo que tú, por lo visto, no querías evitar. —Mister Whitman, que había dejado la pistola sobre el escritorio, me tendió el estuche con las cápsulas de cianuro potásico. Tenía el rostro ligeramente enrojecido y su respiración era más rápida de lo habitual—. ?Pero ahora no deberías seguir dudando! —exclamó—. ?No querrás vivir con el peso de esta culpa sobre tu conciencia? ?No querrás seguir viviendo sin él?
—?No se te ocurra hacerlo! —me gritó Xemerius, y escupió un chorro de agua sobre el rostro del doctor White.
Sacudí la cabeza despacio.
—?Entonces pórtate bien y deja de jugar con mi paciencia! —dijo mister Whitman, y por primera vez oí cómo perdía el control sobre su voz. Ahora no sonaba suave ni irónica, sino casi un poco histérica—. ?Porque si me haces esperar más, tendré que darte nuevas razones para que acabes con tu vida! Los mataré uno tras otro: a tu madre, a tu cargante amiga Leslie, a tu hermano, a tu encantadora hermanita… ?Créeme! ?No perdonaré a nadie!
Temblando, cogí el estuche que me tendía. Y en el mismo momento vi con el rabillo del ojo cómo el doctor White se incorporaba con esfuerzo sujetándose al escritorio. Estaba empapado.
Por suerte, mister Whitman solo tenía ojos para mí.
—Así me gusta —dijo—. Tal vez aún llegue a tiempo de coger mi avión. En Brasil me…