Pero no llegó a explicar lo que haría en Brasil, porque el doctor White le golpeó en la nuca con la culata de la pistola. Se oyó un fuerte ruido sordo y mister Whitman cayó al suelo como un roble cortado.
—?Sí! —gritó Xemerius—. ?Así se hace! ?Ensé?ale a ese cerdo que aún le quedan arrestos al viejo doctor!
Pero el esfuerzo había acabado con las energías del maltrecho doctor White, que, lanzando una mirada horrorizada a toda esa sangre, volvió a derrumbarse lanzando un ligero quejido y quedó tendido en el suelo junto a mister Whitman.
Y así solo Xemerius, el peque?o Robert y yo fuimos testigos de cómo Gideon de pronto se ponía a toser y se sentaba. Aún estaba blanco como una sábana, pero sus ojos estaban llenos de vida. Una sonrisa iluminó su rostro.
—?Ya ha pasado todo? —preguntó.
—?Será cuentista! —dijo Xemerius, que estaba tan impresionado que de pronto se había puesto a hablar en susurros—. ?Cómo se las ha arreglado para hacer eso?
—?Sí, Gideon, se ha acabado! —Me lancé a sus brazos sin preocuparme por sus heridas—. Era mister Whitman, y aún no consigo comprender cómo no le hemos reconocido antes.
—?Mister Whitman?
Asentí con la cabeza y me apreté contra él.
—Tenía tanto miedo de que al final no lo hubieras hecho. Porque mister Whitman tenía toda la razón: sin ti no querría seguir viviendo. ?Ni un solo día!
—?Te quiero, Gwenny! —Gideon me abrazó tan fuerte que me quedé sin aire—. Y claro que lo hice. Con Paul y Lucy controlándome, de todos modos no me quedaba otro remedio. Disolvieron el polvo en un vaso de agua y me obligaron a vaciarlo hasta la última gota.
—?Ah, conque era eso! —gritó Xemerius—. ?Así que este era vuestro plan genial! Gideon se ha zampado la piedra filosofal y ahora también él es inmortal. No está mal, sobre todo si se piensa que si no, en algún momento, Gwenny se hubiera sentido bastante sola.
El peque?o Robert se había apartado las manos de la cara y nos miraba con los ojos abiertos como platos.
—Todo irá bien, tesoro —le dije (Era una lástima que aún no existieran terapeutas para espíritus traumatizados: un vacío de mercado sobre el que sin duda valía la pena reflexionar.)—. ?Tu padre se recuperará! Y es un héroe.
—?Con quién estás hablando?
—Con un amigo muy valiente —dije, y el peque?o fantasma me sonrió tímidamente.
—Oh, oh, creo que vuelve en sí —dijo Xemerius.
Gideon me soltó, se levantó y miró a mister Whitman desde su altura.
—Supongo que tendré que atarle. —Suspiró—. Y hay que vendarle la herida al doctor White.
—Sí, y luego tenemos que liberar a los de la Sala del Cronógrafo —dije—. Pero antes deberíamos pensar bien qué vamos a decirles.
—Y antes que nada tengo que besarte —dijo Gideon, y me estrechó de nuevo entre sus brazos.
Xemerius lanzó un gemido.
—?Vamos, por Dios! ?Ahora tenéis toda la eternidad para estas cosas!
El lunes, en la escuela, todo estaba como siempre. Bueno, casi todo:
Cynthia, a pesar del tiempo primaveral, llevaba un grueso pa?uelo atado al cuello y cruzaba el vestíbulo mirando al frente, perseguida de cerca por Gordon Gelderman.
—?Vamos, Cynthia, ya está bien! —protestaba Gordon—. Lo siento. Pero no puedes estar enfadada conmigo eternamente. Además, yo no fui el único que quiso… animar un poco la fiesta; vi perfectamente cómo el amigo de Madison Gardener también vertía una botella de vodka en el ponche. Y al final Sarah confesó que la gelatina de fruta verde consistía en un noventa por ciento en aguardiente de grosellas casero fabricado por su abuela.
—?Lárgate! —dijo Cynthia mientras se esforzaba en ignorar a un grupo de alumnos de tercero que soltaban risitas y la se?alaban con el dedo—. ?Tú… tú… me has convertido en el hazmerreír de toda la escuela! ?Nunca te lo perdonaré!
—?Y yo, tonto de mí, que me perdí esa fiesta! —dijo Xemerius, que contemplaba la escena instalado sobre el busto de William Shakespeare, al que desde ?un lamentable peque?o accidente? (como lo había llamado el director Gilles después de que el padre de Gordon hubiera contribuido con una generosa donación a la renovación del gimnasio —antes había hablado de deliberada destrucción de un valioso bien cultural) le faltaba un trocito de nariz.
—?Cyn, eso es una estupidez! —chilló Gordon (seguramente el pobre nunca llegaría a cambiar la voz)—. A nadie le importa un pimiento que hicieras manitas con ese crío, y los chupetones ya habrán desaparecido la semana que viene, y en el fondo la verdad es que es muy se… ?uaaa! —La palma de la mano de Cynthia había aterrizado ruidosamente sobre la mejilla de Gordon—. ?Esto duele!, ?sabes?
—Pobre Cynthia —susurré—. Cuando se entere además, dentro de un momento, de que su idolatrado mister Whitman ha abandonado el trabajo, se quedará destrozada.