—?Un cuarto de hora y ni un minuto más!
Gideon se arrodilló ante el cronógrafo, que habíamos colocado sobre la manta para el picnic en el césped de Hyde Park, no muy lejos de la Serpentine Gallery, con el lago y el puente a la vista. Aunque el día prometía ser tan magnífico como el anterior, de momento hacía un frío helado y la hierba estaba húmeda de rocío. Corredores y transeúntes con sus perros pasaban ante nosotros, y algunos volvían la mirada para observar con curiosidad el peque?o grupo que formábamos sobre la hierba.
—?Pero un cuarto de hora es demasiado justo! —dije mientras me abrochaba el armazón equipado con un curioso acolchado en las cadera, que se encargaba de que mi vestido se balanceara en torno a mí como un acorazado y no se arrastrara por el suelo. Ese complemente había sido la causa de que esa ma?ana, en lugar de una mochila, hubiera tenido que coger una monstruosa bolsa de viaje—. ?Y qué pasará si llega demasiado tarde? (O si no llega, que secretamente era lo que temía que iba a ocurrir.)—. En el siglo XVIII los relojes seguro que no eran tan precisos.
—Entonces peor para él. De todos modos es una idea descabellada. ?Precisamente hoy!
—En eso, por una vez, tiene razón —comentó Xemerius con voz somnolienta, y después de meterse de un salto en la bolsa de viaje, apoyó la cabeza sobre las patas y bostezó ruidosamente—. Despiértame cuando volváis. Definitivamente, esta ma?ana me he levantado demasiado pronto. —Poco después se oyó un ronquido que salía de la bolsa.
Leslie me pasó el vestido con cuidado por encima de la cabeza. Era el azul floreado que había llevado en mi primer encuentro con el conde y que desde entonces había estado colgado en mi armario.
—Para el asunto de James habría tiempo después —protestó—. Para él siempre será el mismo día a la misma hora, sin que importe desde cuándo le visites.
Empezó a abrochar los ganchitos de mi espalda.
—Lo mismo podría decirse de esa historia de entrega de cartas —la contradije—. Tampoco había ningún motivo para que fuera hoy. Gideon también hubiera podido darse en la cabeza con la linterna por ejemplo el martes o en agosto del a?o próximo y todo hubiera acabado en lo mismo. Aparte de que lady Tilney se ha encargado del asunto.
—Siempre me dan mareos cuando os ponéis a darle vueltas a estas cosas —se quejó Raphael.
—Sencillamente quería tenerlo resuelto antes de que nos encontráramos la próxima vez con Lucy y Paul —dijo Gideon—. No es tan difícil de entender.
—Pues yo quiero tener resuelto lo de James —repliqué, y a?adí en tono dramático—: ?En caso de que nos pase algo, al menos habremos salvado su vida!
—?De verdad queréis desaparecer y volver a aparecer ante toda esta gente? —preguntó Raphael—. ?No tenéis miedo de que ma?ana la noticia salga en los periódicos y la televisión os quiera entrevistar?
Leslie sacudió la cabeza.
—?Pamplinas! —dijo enérgicamente—. Estamos bastante alejados del camino y vosotros solo estaréis fuera un momento. Los únicos que se quedarán mirando como bobos serán los perros. —Se produjo un breve cambio de tono en los ronquidos de Xemerius—. Pero recordad que debéis colocaros exactamente en el mismo sitio en que hayáis aterrizado para saltar de vuelta —continuó Leslie—. Podéis marcar el punto exacto con estos bonitos zapatos—. Me puso en la mano uno de los zapatos de Raphael y me dirigió una sonrisa radiante—. ?Esto es divertidísimo de verdad! ?A partir de ahora quiero hacerlo cada día!
—Pues yo no —dijo Raphael bajando la mirada hacia sus calcetines. Agitó los dedos con aire afligido y volvió a mirar de nuevo hacia el camino—. Tengo los nervios de punta, ?sabéis? ?Antes, en el metro, estaba completamente seguro de que nos seguían! Entraría dentro de la lógica que los Vigilantes hubieran puesto a alguien detrás de nuestros pasos. ?Y si vienen a quitarnos el cronógrafo, ni siquiera podré darles un puntapié como Dios manda porque solo llevo calcetines!
—Está un poco paranoico —me susurró Leslie.
—Te he oído —dijo Raphael—. Y no es verdad, solo soy… prudente.
—Y yo aún no puedo creer que realmente esté haciendo esto —dijo Gideon mientras se colgaba al hombro la mochila de Leslie, donde había guardado el material para inyecciones—. Infringe las doce reglas de oro a la vez. Ven, Gwenny, tú primero.
Me arrodillé junto a él y le sonreí.
Se había negado a ponerse su conjunto verde, aunque yo había tratado de explicarle que con la ropa normal asustaría a James o, lo que era aún peor, conseguiría que no nos tomara en serio.
—Gracias por hacer esto por mí —dije a pesar de todo, y metí el dedo en el compartimento bajo el rubí.