—Sí, también puede definirse así —dijo Xemerius, que había acabado su slalom. Respirando pesadamente, se posó en el suelo a mi lado—. O sencillamente como un soso, un plasta, un miedica —tomó aire—, un gallina, un cagueta, un pringado…
Leslie echó una ojeada a su reloj. Tuvo que ponerse a gritar para imponerse al ruido del tren de la Central Line que entraba en la estación.
—Aunque, por lo que se ve, no especialmente puntual. Ya son y veinte. —Se quedó mirando a las pocas personas que habían bajado del metro, y entonces, de repente, sus ojos se iluminaron—. Oh, ahí están.
—Esa ma?ana, los dos príncipes con tanto anhelo esperados habían dejado excepcionalmente sus corceles blancos en la cuadra y habían viajado en metro —declaró Xemerius en tono solemne—. Al divisarlos, los ojos de las princesas chispearon de alegría, y cuando la carga acumulada de hormonas juveniles entró en contacto en forma de cohibidos besitos de bienvenida y sonrisas bobas, el inteligente daimon de incomparable belleza no pudo si no vomitar en la papelera.
Exageraba descaradamente: nuestras sonrisas no tenían nada de bobas. Como máximo podían definirse como un poco embelesadas. Y nadie estaba cohibido. Bueno, al principio tal vez yo, porque de repente recordé cómo la noche anterior Gideon había apartado mis brazos de su cuello y había dicho: ?Es mejor que ahora te llame un taxi. Nos espera un día muy duro?. Me había sentido un poco como una lapa que hay que arrancarse del jersey. Y lo peor era que justo en ese momento estaba cogiendo impulso para pronunciar las palabras ?Te quiero?. No es que él no lo supiera desde hacía tiempo, pero… yo aún no se lo había dicho. Y ahora empezaba a dudar de que realmente quisiera oírlo.
Gideon me acarició fugazmente la mejilla.
—Gwenny, también puedo hacer esto sin ayuda. Solo tengo que interceptar al Vigilante de servicio en su camino hacia arriba y volver a quitarle la carta.
—?Solo? es la palabra exacta —dijo Leslie.
Y es que de hecho no podíamos desviarnos ni un milímetro de nuestro plan. Aunque nos encontrábamos muy lejos de poseer un plan genial, habíamos elaborado de todos modos, entre los cuatro, un ?esquema general de actuación?, como lo llamaba Leslie. Era fundamental que nos encontráramos otra vez con Lucy y Paul, y debíamos hacerlo antes de volver a presentarnos ante el conde por la tarde. Y, además, teníamos que ocuparnos de la carta con las informaciones sobre el paradero de Lucy y Paul que Gideon había llevado, la semana anterior, al a?o 1912. Debíamos evitar como fuera que esa carta cayera en manos del gran maestre de la época y de los gemelos De Villers. Y como el tiempo que, según nuestros cálculos, podíamos emplear en viajes secretos con nuestro cronógrafo privado, sin arriesgarnos a sufrir da?os físicos (y ponernos a vomitar en papeleras como Xemerius), se limitaba a una hora y media como máximo, tendríamos que esforzarnos mucho para emplear cada minuto de una forma provechosa.
Raphael había propuesto con toda seriedad que introdujéramos a escondidas el cronógrafo en el cuartel general de los Vigilantes y saltáramos desde allí, pero ni siquiera su hermano mayor tenía la sangre fría necesaria para atreverse a hacer algo así.
Como contrapropuesta, Gideon había cogido entonces de una de las estanterías de su casa unos rollos de papel y había sacado como por arte de magia, de entre La anatomía del ser humano en 3-D y El sistema circulatorio de la mano humana, un plano de los pasadizos subterráneos que cruzaban el distrito de Temple. Y ese plano era la causa de que en ese momento nos hubiéramos encontrado en la estación de metro.
—?Quieres hacer esto sin nosotros? —dije enarcando las cejas—. Creía que estábamos todos de acuerdo en que a partir de ahora lo haríamos todo juntos.
—Exacto —dijo Raphael—. Si no después dirán que salvaste al mundo tú solo. —Raphael y Leslie debían de ocuparse de vigilar el cronógrafo, y aunque Xemerius había declarado, un poco ofendido, que él podría hacerlo igualmente bien, era reconfortante saber que alguien podría volver a guardarlo y desaparecer con él en caso de que nos viéramos obligados a saltar de vuelta en otro lugar.
—?Y, además, seguro que sin nosotros acabarás por hacer algún desastre! —dijo Leslie fulminando a Gideon con la mirada.
Gideon levantó las manos.
—Está bien, ya lo he entendido. —Cogió mi bolsa de viaje y miró el reloj—. Atended. A las 7.33 llegará el próximo metro. Luego tendremos exactamente cuatro minutos para encontrar el primer pasadizo antes de que llegue el siguiente tren. Encended las linternas solo cuando yo lo diga.
—Tienes razón —me susurró Leslie—. Hace falta tiempo para habituarse a ese tono de mando.
—Merde! —exclamó Raphael. La maldición le había salido de lo más hondo de su ser—. Un poco justo, ?no?