Por fin quedó abrochado el último botón. Madame Rossini me había encontrado un vestido gris claro de cuello alto con puntillas, pero la falda era un poco demasiado larga, de modo que inmediatamente tropecé y me habría dado de bruce si Gideon no me hubiera sujetado antes.
—La próxima vez me pondré yo el vestido —dije.
Gideon rió e hizo un intento de besarme, pero en ese momento Xemerius gritó ??Oh no, otra vez no!? y le aparté suavemente con el brazo.
—?Ya no nos queda tiempo! —dije. (?Y, además, sobre nuestras cabezas cuelga una criatura con alas de murciélago que hace muecas raras.?)
Levanté los ojos y fulminé a Xemerius con la mirada.
—?Qué pasa? —preguntó Xemerius—. Pensaba que esto era una misión importante y no una cita amorosa. En realidad deberías estarme agradecida.
—Ah, ?sí? —gru?í.
Entretanto, Gideon había corrido hacia el presbiterio y se había arrodillado ante el cronógrafo. Después de mucho pensar, habíamos optado por colocarlo bajo el altar, confiando en que allí nadie lo encontraría durante nuestra ausencia, a no ser que tuvieran una asistenta que trabajara los sábados.
—Yo vigilo la posición —prometió Xemerius—. Si alguien viene y trata de robar ese trasto, le… escupiré sin compasión.
Gideon me cogió de la mano.
—?Lista, Gwendolyn?
Le miré a los ojos y el corazón me dio un brinco.
—Estoy lista si tú lo estás —dije en voz baja.
La réplica de Xemerius (seguro que sarcástica) ya no llegó a mis oídos, porque la aguja penetró en mi dedo y me sentí arrastrada por las olas de luz rojo rubí.
Un momento más tarde me incorporé de nuevo en la iglesia, que estaba tan vacía y silenciosa como en nuestra época. Medio esperé, medio temí descubrir a Xemerius colgado de la tribuna, porque de hecho él ya andaba por ahí en el a?o 1912.
Gideon aterrizó a mi lado y enseguida volvió a cogerme de la mano.
—?Ven, tenemos que apresurarnos! Solo tenemos dos horas y apuesto a que eso no bastará ni para una décima parte de las preguntas que tenemos que hacerles.
—?Y qué pasará si no encontramos a Lucy y a Paul en casa de lady Tilney? —dije, y mientras pronunciaba esas palabras me puse tan nerviosa que empezaron a casta?earme los dientes. Me seguía resultando imposible pensar en ellos como en mis padres, y si la conversación con mamá ya había sido difícil, ?cómo iba a ser la que mantendría con unas personas a las que no conocía de nada?
Cuando salimos de la iglesia, llovía a cántaros.
—Fantástico —dije; en esos momentos habría dado cualquier cosa por llevar uno de los horrorosos sombreros de madame Rossini—. Hubieras podido leer antes el parte meteorológico, ?no?
—Bah, no pasa nada, será solo un chaparrón de verano —afirmó Gideon, y me arrastró hacia delante.
Cuando llegamos a Eaton Place, el chaparrón de verano ya nos había dejado completamente empapados, y no podía decirse precisamente que hubiéramos pasado desapercibidos, porque todas las personas con las que nos habíamos cruzado por el camino llevaban paraguas y habían girado la cabeza a nuestro paso para mirarnos con aire compasivo.
—Suerte que no nos hemos preocupado por la autenticidad de los peinados —dije mientras esperábamos ante la puerta de la casa de lady Tilney.
Me pasé las manos por el cabello, que tenía pegado al cráneo. Mis dientes seguían casta?eando.
Gideon hizo sonar la campanilla y me apretó la mano con más fuerza.
—Tengo una sensación desagradable en el estómago —susurré—. Aún estamos a tiempo de desaparecer y volver otra vez, ?no? Tal vez sería mejor pensar primero con calma en qué orden vamos a plantear…
—Chist —dijo Gideon—. Todo va bien, Gwenny. Estoy contigo.
—Sí, estás conmigo —dije, y volví a repetirlo enseguida como un mantra tranquilizador—. Estás conmigo, estás conmigo, estás conmigo.
Como la última vez, nos abrió el mayordomo de los guantes blancos, que se quedó parado en la puerta contemplándonos con franca animosidad.
—Mister Millhause, ?no es eso? —Gideon sonrió cortésmente—. Si fuera tan amable de anunciar nuestra visita a lady Tilney. Miss Gwendolyn Shepherd y Gideon de Villiers.
El mayordomo dudó un momento.