Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—Un cuarto de hora como máximo. —Ahora Nick parecía mucho más relajado—. Estaba rara esta noche. Todo el rato nos ha estado besando y suspirando. Solo ha parado después de que mister Bernhard le trajera un whisky.

—?Solo un cuarto de hora? Entonces deberíamos tener tiempo. Pero en caso de que aparezca por aquí antes de lo esperado, por favor no le digáis que estamos en el tejado.

—Muy bien —dijo Nick mientras Xemerius empezaba a cantar su estúpida canción de ?Gidi y Gwendolyn se besan bajo la cornisa?.

Lancé una mirada burlona a Gideon.

—Si puedes sustraerte a la contemplación de Campanilla, podríamos empezar ahora mismo.

—Por suerte ya sé cómo acaba. —Gideon cogió su mochila y se levantó.

—Hasta luego —dijo detrás de nosotros Caroline en un susurro.

—Sí, hasta luego. Antes de volver a veros besuqueándoos, prefiero seguir viendo trabajar a las hadas —dijo Xemerius—. Uno tiene su orgullo de daimon y no quiere que le acusen de ser un mirón.

No le hice el menor caso y trepé por la estrecha escalera de los deshollinadores hasta la trampilla que conducía al exterior. Era una noche primaveral relativamente cálida, una noche perfecta para hacer una visita al tejado, y de hecho también para besarse. Desde allí arriba se disfrutaba de una maravillosa vista sobre las manzanas más próximas y al este la luna brillaba sobre los tejados.

—?Dónde te has metido? —llamé hacia abajo en voz baja.

La cabeza rizada de Gideon surgió de la trampilla, y luego el resto de él.

—Entiendo que este sea tu sitio favorito —dijo, y después de dejar su mochila en el suelo se arrodilló con cuidado.

Era la primera vez que me fijaba en que ese lugar poseía realmente, sobre todo de noche, encanto, con el mar de luces centelleantes que se extendían hasta el infinito por detrás de la alambicada cumbrera del tejado. La siguiente vez podríamos hacer un picnic, con cojines blanditos y velas… y Gideon podría traer su violín… y Xemerius tendría —eso esperaba— su día libre.

—?Por qué sonríes así? —preguntó Gideon.

—Oh, no es nada, solo estaba fantaseando un poco.

Gideon esbozó una mueca cómica.

—?Ah, es eso? —Miró atentamente alrededor—. Muy bien. Creo que es el momento de decir: la función puede empezar.

Asentí y avancé tanteando con precaución. En esa zona el tejado era plano, pero solo medio metro por detrás de las chimeneas empezaba la pendiente, separada únicamente por una reja de hierro que me llegaba a las rodillas. (E, inmortal o no, caer desde una altura de cuatro pisos no era la idea que tenía de pasar un fin de semana divertido.)

Abrí la tapa de ventilación la primera de las anchas chimeneas.

—?Por qué precisamente aquí arriba, Gwenny? —oí que preguntaba Gideon detrás de mí.

—Charlotte tiene vértigo —expliqué—. Nunca se atrevería a subir al tejado.

Saqué el pesado hatillo de la chimenea procurando equilibrar bien el peso.

Gideon dio un respingo.

—?Sobre todo no lo dejes caer! —dijo muy nervioso—. ?Por favor!

—No te preocupes. —Se me escapó la risa al verlo tan asustado—. Mira, incluso con una pierna puedo.

Gideon soltó algo parecido a un peque?o gimoteo.

—No hay que bromear con estas cosas, Gwenny —dijo con voz entrecortada. Por lo visto, esa clase de misterios marcaban más de lo que yo había imaginado. Me cogió el bulto de las manos y lo meció como si fuera un bebé—. ?De verdad es…? —empezó.

Detrás de nosotros sentí una corriente de aire frío.

—Pero, ?qué dices, hombre? —graznó Xemerius sacando la cabeza por la trampilla—. Solo es un viejo queso que Gwendolyn guarda aquí arriba por si le entra hambre por la noche.

Puse los ojos en blanco y le hice una se?a para que desapareciera, lo que sorprendentemente hizo. Supongo que Campanilla se estaba poniendo interesante.

Entretanto, Gideon había depositado el cronógrafo sobre el tejado, y ahora empezaba a desenvolverlo apartando las tiras de tela con mucho cuidado.

—?Sabes que Charlotte nos estuvo telefoneando cada diez minutos más o menos para convencernos de que estabas en posesión del cronógrafo? Al final Marley acabó harto de tanta llamada.

—Qué lástima —dije—. Esos dos parecen hechos el uno para el otro.

Gideon asintió. Luego apartó la última tira de tela y contuvo el aliento.

Acaricié delicadamente la madera bien pulida del cronógrafo.

—Aquí lo tenemos.

Gideon calló un momento. Un momento bastante largo, la verdad.

—?Gideon? —pregunté finalmente un poco inquieta. Leslie me había rogado que esperara unos días más hasta que estuviéramos seguras de que realmente podíamos confiar en él, pero yo me había limitado a negar con la cabeza.

—Sencillamente no lo creí —susurró Gideon por fin—. No creí ni por un segundo que Charlotte tuviera razón. —Me miró, y con esa luz sus ojos se veían oscuros—. ?Te das cuenta de lo que pasaría si alguien lo supiera?