Aún tuve tiempo de ver cómo marcaba un número antes de sumergirme en un torbellino de luz rojo rubí.
Aterricé en medio de una profunda oscuridad y caminé mecánicamente, avanzando a tientas, en dirección hacia donde se suponía que se encontraba el interruptor.
—Ya me ocupo yo —oí decir a Gideon, que había aterrizado silenciosamente detrás de mí. Dos segundos más tarde, la bombilla se puso a parpadear en el techo.
—Sí que ha ido rápido —murmuré.
Gideon se volvió hacia mí.
—Oh, Gwenny —dijo suavemente—. ?Siento tanto esto!
Y al ver que yo no me movía ni le contestaba, se acercó en dos zancadas y me abrazó. Apoyó mi cabeza en su hombro, hundió la barbilla en mis cabellos y susurró:
—Todo irá bien, te lo prometo. Todo se arreglará.
No sé cuánto tiempo estuvimos así inmóviles. Tal vez fueran sus palabras, que repetía una y otra vez, o tal vez también el calor de su cuerpo, lo que poco a poco me arrancó de mi parálisis. En todo caso, finalmente un susurro brotó de mis labios.
—Mamá… ya no es mi madre —dije tristemente.
Gideon me condujo hasta el sofá verde en el centro de la habitación y se sentó a mi lado.
—Gwenny, no sabes cuánto siento no haberlo sabido antes —dijo afligido—. Entonces hubiera podido prevenirte. ?Tienes frío? Te casta?ean los dientes.
Sacudí la cabeza, me recliné contra él y cerré los ojos. Por un momento pensé en lo bien que estaría que el tiempo se detuviera en ese sótano, en el a?o 1953, en ese sofá verde donde no había problemas ni preguntas ni mentiras, sino solo Gideon y su consoladora cercanía, que me envolvía aislándome de todo. Pero, por desgracia, la experiencia me había ense?ado que mis deseos no se acostumbraban a hacerse realidad.
Abrí los ojos de nuevo y le miré.
—Tenías razón —dije con voz quejumbrosa—. Probablemente este es el único sitio donde no pueden molestarnos. Pero esto te traerá problemas.
—Sí, seguro que sí. —Gideon esbozó una sonrisa—. Sobre todo porque tuve que ponerme… bueno… algo violento con Marley para evitar que me arrebatara el cronógrafo. —La sonrisa se volvió un poco tensa—. Supongo que la operación Turmalina negra y Zafiro tendrán que aplazarse —a?adió—. Aunque ahora tengo más preguntas que nunca que hacerles a Lucy y a Paul, y una cita con ellos es justo lo que más nos convendría en estos momentos.
Pensé en nuestro último encuentro con Lucy y Paul en casa de lady Tilney, y me casta?earon los dientes al recordar como Lucy me había mirado y había susurrado mi nombre. Dios mío, qué ciega había estado.
—Si Lucy y Paul son mis padres, ?significa eso que somos parientes? —pregunté.
Gideon volvió a sonreír.
—Eso es lo primero que se me ha pasado por la cabeza —dijo—, pero para mí Falk y Paul son primos lejanos, de tercer o cuarto grado. Ellos proceden de uno de los gemelos Cornalina y yo de otro.
Las ruedecitas de mi cerebro empezaron a girar de nuevo y encajar unas con otras y de repente se me hizo un nudo en la garganta.
—Antes de ponerse enfermo, por la noche papá siempre nos cantaba algo y tocaba la guitarra. A Nick y a mí nos encantaba —dije en voz baja—. Siempre decía que había heredado de él mi talento musical. Y, sin embargo, ni siquiera éramos parientes. Mis cabellos negros me vienen de Paul.
Tragué saliva.
Gideon calló y me miró apenado.
—Si Lucy no es mi prima, sino mi madre, entonces mi madre es… ?mi tía abuela! —continué—. Y mi abuela es en realidad mi bisabuela. ?Y mi abuelito no es el abuelito, sino el tío Harry! —Esa fue la gota que colmó el vaso, y empecé a llorar sin poder contenerme—. ?No puedo soportar al tío Harry! ?No quiero que sea mi abuelo! Y no quiero que Caroline y Nick ya no sean mis hermanos. Los quiero tanto…
Gideon me dejó llorar un rato, y luego empezó a acariciarme el pelo y a murmurar palabras tranquilizadoras.
—Vamos, Gwenny, no pasa nada, todo esto no tiene ninguna importancia. ?Siguen siendo las mismas personas sin que importe la relación de parentesco que tengas con ellas!
Pero yo seguí sollozando inconsolable, y apenas me di cuenta de que Gideon me había atraído suavemente hacia sí, me había rodeado con sus brazos y me mantenía apretada contra su pecho.
—Tendría que habérmelo dicho —conseguí soltar finalmente. La camiseta de Gideon estaba empapada de lágrimas—. Mamá… tendría que habérmelo dicho.
—Tal vez lo habría hecho en algún momento. Pero ponte en su situación: ella te quiere, y por eso sabía muy bien que la verdad te haría da?o. Seguramente no tuvo fuerzas para confesártelo. —Las manos de Gideon me acariciaron la espalda—. Debe de haber sido terrible para todos, especialmente para Lucy y Paul.
De nuevo se me escaparon las lágrimas.
—Pero ?por qué me dejaron sola? ?Los Vigilantes nunca me hubieran hecho nada! ?Por qué no hablaron con ellos, sencillamente?