Leslie dudó solo un momento.
—?Es arte! Y es gracioso. Y no cuesta nada. Además, está tan colado por ti que no le importará.
Comprendí que la situación requeriría métodos un poco más refinados.
—Muy bien. Si tanto insistes, iremos de basureras marcianas —dije aparentemente resignada—. La verdad es que me da un poco de envidia ver que a ti no te importa nada que Raphael encuentre sexis o no a las chicas con antenas y un colador en la cabeza. Y que crujas al bailar y te sientas como… un cubo de basura. Y que desprendas un ligero olor a química… Y que Charlotte pase flotando ante nosotras con su vestido de elfo haciendo comentarios desagradables…
Leslie calló durante unos segundos antes de admitir:
—Tienes razón, realmente me importa un pimiento…
—Sí, ya lo sé. Si no, te hubiera propuesto que le pidiéramos a madame Rossini que nos vistiera. Podría prestarnos todo lo que tiene en verde en su taller: vestidos de películas de Grace Kelly y Audrey Hepburn. Vestidos de baile de la época del charlestón, de los felices a?os veinte. O vestidos de noche de…
—?Muy bien, muy bien —chilló Leslie—, ya me has convencido con lo de Grace Kelly! Olvidémonos de esas asquerosas bolsas de basura. ?Crees que madame Rossini estará despierta?
—?Qué tal estoy?
Mamá volvió a girar sobre sus talones. Desde que esa ma?ana mistress Jenkins, la secretaria de los Vigilantes, la había llamado para pedirle que me acompa?ara a Temple para elapsar, se había cambiado de ropa tres veces.
—Muy bien —dije sin mirarla.
La limusina doblaría la esquina en cualquier momento. ?Vendría también Gideon a recogerme, o me esperaría en el cuartel general? La noche anterior había terminado demasiado bruscamente, y había tantas cosas que teníamos que decirnos todavía.
—Si me lo permite, el conjunto azul me parece más apropiado —se?aló mister Bernhard, que quitaba el polvo de los marcos de los cuadros del vestíbulo con un enorme plumero.
Mamá volvió a salir corriendo escaleras arriba.
—?Tiene tanta razón, mister Bernhard! Este parece demasiado rebuscado. Demasiado elegante para un sábado al mediodía. Vete a saber qué podría imaginarse. Como si me hubiera emperifollado especialmente para él.
Le dediqué una sonrisa reprobadora a mister Bernhard.
—?Tenía que decírselo?
—Me ha preguntado. —Los ojos marrones tras las gafas de mochuelo me dirigieron un gui?o y luego se desviaron para mirar a través de la ventana—. Oh, ahí viene la limusina. ?Debo indicarles que se retrasarán un poco? No encontrará unos zapatos a juego para el conjunto azul.
—?Ya me ocupo yo! —Me colgué la cartera al hombro—. Hasta luego, mister Bernhard. Y por favor, controle un poco a usted-ya-sabe-quién.
—Por descontado, miss Gwendolyn. Me encargaré de que usted-ya-sabe-quién no se acerque a usted-ya-sabe-qué.
Con una sonrisa casi imperceptible en los labios, mister Bernhard volvió a concentrarse en su trabajo.
Gideon no estaba en la limusina, pero sí el inevitable mister Marley, que ya había abierto la puerta del coche antes de que yo pisara la acera. Su cara de luna seguía tan enfurru?ada como en los últimos días, incluso diríase que un poco más. Y no pronunció ni una palabra para responder a mi entusiasta:
—?No le parece que hace un día magnífico?
—?Dónde está mistress Grace Shepherd? —preguntó en lugar de eso—. Tengo órdenes de llevarla también a Temple sin demora.
—Suena como si quisiera llevarla ante un tribunal —dije alegremente mientras me instalaba en el asiento trasero sin saber aún lo cerca que estaba mi comentario de la verdad.
Después de que mamá por fin hubiera acabado de arreglarse, hicimos el recorrido hasta Temple con bastante rapidez para lo que es habitual en Londres. Solo nos quedamos atascados en tres embotellamientos, y cuando llegamos, al cabo de cincuenta minutos, volví a preguntarme por qué no podíamos coger sencillamente el metro. Mister George nos saludó en la entrada del cuartel general. Me fijé en que tenía una expresión más seria de lo habitual y en que su sonrisa parecía un poco forzada.
—Gwendolyn, mister Marley te acompa?ará abajo a elapsar. Grace, la esperan en la Sala del Dragón.
Miré a mamá extra?ada.
—?Qué quieren de ti los Vigilantes?
Mamá se encogió de hombros, pero me pareció que estaba un poco tensa.
Mister Marley sacó el pa?uelo de seda negro.