—No soy grafólogo ni historiador, pero tienen exactamente el mismo aspecto que los originales que conservan los Vigilantes.
—Seguro que a la temperatura adecuada y detrás de un vidrio, como debe ser —dijo Leslie, irritada todavía.
—?Y cómo consiguió hacerse con estos papeles la Alianza Florentina? —pregunté.
Gideon se encogió de hombros de nuevo.
—Los robaron, supongo. No he tenido bastante tiempo para repasar los Anales en busca de indicios. De hecho, ni siquiera he tenido tiempo para revisar a fondo todo esto. ?Hace días que voy a todas partes cargado con estos papeles! Me los sé de memoria, pero no he sacado gran cosa en claro, excepto sobre este tema en concreto.
—De todos modos, no corriste enseguida a ver a Falk para ense?árselo todo —dije yo aprobatoriamente.
—La verdad es que pensé en hacerlo, pero luego… —Gideon suspiró—. En este momento sencillamente no sé en quién puedo confiar.
—No confíes en nadie —susurré poniendo dramáticamente los ojos en blanco—. Mamá me insistió mucho en eso.
—Tu madre —murmuró Gideon—. Sería interesante averiguar cuánto sabe en realidad de todo este asunto.
—Según estos papeles, cuando el círculo se haya cerrado y el conde tenga ese elixir, Gwendolyn debe… —Leslie no consiguió acabar la frase.
—… morir —completé yo.
—Palmarla, pringarla, entregar el alma, pasar a mejor vida, lanzar el último suspiro, alcanzar el descanso eterno, fallecer, expirar… —contribuyó Xemerius con voz so?olienta.
—… ?morir asesinada! —dijo Leslie tendiéndome la mano en un gesto cargado de dramatismo—. ?Porque tú no caerás muerta así sin más! —Se pasó la otra mano por los cabellos, que ya estaban bastante alborotados sin necesidad de eso. Gideon carraspeó, pero Leslie no le dejó hablar—. Para serte sincera, hace tiempo que tenía un mal presentimiento… —dijo—. Las otras rimas eran tan… agoreras… Y siempre era el cuervo, el rubí, el número doce el que salía peor parado. Además, esto encaja con lo que he descubierto. —Me soltó la mano y revolvió en su mochila (?nueva de trinca!) para sacar Anna Karenina—. Bueno, de hecho lo descubrieron Lucy y Paul y tu abuelo, y Giordano.
—?Giordano? —dije yo desconcertada.
—?Sí! ?No has leído sus ensayos? —Leslie hojeó el libro—. Los Vigilantes tuvieron que admitirle en la logia para que dejara de pregonar sus tesis a los cuatro vientos.
Sacudí la cabeza avergonzada. Después de esa primera frase tan complicada había perdido todo interés por los papeluchos de Giordano. (?Aparte de que era Giordano quien los había escrito!)
—Despiértame cuando haya algo interesante —dijo Xemerius, y cerró los ojos—. Necesito echarme una siestecita para digerir.
—Giordano nunca fue tomado realmente en serio como historiador, y esto incluye a los Vigilantes —intervino Gideon—. Solo publicó un montón de divagaciones confusas en turbias revistas esotéricas en las que se refiere al conde como el Ascendido o el Transformado, lo que quiera que signifique eso.
—?Yo te lo puedo explicar muy bien! —Leslie sostuvo Anna Karenina bajo la nariz de Gideon como si estuviera presentando una prueba de cargo en un tribunal—. Como historiador, Giordano tropezó con actas de la Inquisición y con cartas del siglo XVI que documentan que el conde de Saint Germain, cuando era muy joven, dejó embarazada en uno de sus viajes en el tiempo a la hija de un conde que vivía en un convento, una tal Elisabetta di Madrone. Y que en la referida circunstancia —Leslie vaciló un momento—, bueno, en fin, antes o después seguramente, le explicó un montón de cosas, tal vez porque todavía era joven e ignorante, o sencillamente porque se sentía seguro.
—?Y cuál es ese montón de cosas? —pregunté.
—El conde se mostró muy generoso proporcionando informaciones: empezando por su origen y su verdadero nombre, pasando por su capacidad para viajar en el tiempo, y acabando con la afirmación de que se encontraba en posesión de secretos de incalculable valor, secretos que le permitirían fabricar la piedra filosofal.
Gideon asintió, como si ya conociera la historia, pero Leslie no pareció inmutarse y siguió a lo suyo.
—Estúpidamente, a la gente en la Italia del siglo XVI aquello no les pareció tan fantástico. Tomaron al conde por un peligroso demonio, y además el padre de Elisabetta estaba tan indignado por lo que le había hecho a su hija que fundó la Alianza Florentina y consagró su vida a la búsqueda del conde y de sus iguales, como harían luego las generaciones que le sucedieron… —Leslie calló—. ?Cómo he llegado hasta aquí? ?Dios mío, tengo la cabeza tan llena de datos que me parece que me va a estallar de un momento a otro!
—?Y qué demonios tiene que ver esto con Tolstói? —preguntó Gideon mientras miraba desconcertado el libro preparado por Lucas—. No te enfades, pero hasta ahora no me has dicho nada realmente nuevo.