La sonrisa de Gideon se hizo más amplia.
—Incluso las sombras en las paredes enmudecieron mientras los dos se contemplaban como si acabaran de estornudar en la sopa del vecino —dijo Xemerius, y despego de la ara?a para seguirnos aleteando—. Una romántica música de violines empezó a sonar, y a continuación la muchacha de la blusa de color pipí y el joven que debía ir urgentemente al peluquero abandonaron la sala el uno junto al otro temblando de emoción. —Aun nos siguió un momento, pero cuando llegamos a la escalera, giro a la izquierda—. ?Tras asistir a esta generosa exhibición de sentimientos, el inteligente y bello daimon Xemerius le hubiera acompa?ado para ejercer las funciones de carabina si no hubiera debido saciar antes su incontenible apetito! Tal vez hoy podría devorar por fin ese gordo clarinetista que se aparecía en el número 23 y que se pasaba el día destrozando a Glen Miller —dijo para acabar. Y después de saludar con la mano, desapareció a través de la ventana del pasillo.
Cuando llegamos a mi habitación, vi aliviada que, por suerte, no había tenido tiempo de destruir el maravilloso orden que había conseguido crear la tía Maddy el miércoles. Es verdad que la cama estaba desecha, pero con dos o tres movimientos rápidos pude recoger las pocas prendas sucias que había dejado tiradas por ahí y las lance sobre la silla con las otras. Luego me volví hacia Gideon, que no había dicho nada durante todo el camino. Supongo que tampoco le había quedado, porque yo —en pleno ataque de timidez después de la partida de Xemerius— no había dejado de hablar ni un segundo. Charlaba y charlaba sin parar sobre los cuadros junto a los que íbamos pasando. Sobre cada uno de los once mil retratos más o menos que adornaban nuestra casa.
—Estos son mis bisabuelos, no tengo ni idea de por qué se hacían pintar, porque en esa época ya había fotógrafos. El gordo del taburete es el tatarabuelo Hugh de ni?o, con su hermana Petronella y tres conejos. Esta es una archiduquesa cuyo nombre no recuerdo ahora; no es pariente, pero el cuadro lleva un collar propiedad familiar de los Montrose y por eso puede estar colada aquí. Y ahora estamos en el segundo piso, en el que podrás admirar en todos los cuadros a Charlotte. Cada trimestre la tía Glenda va con ella a un fotógrafo que supuestamente también fotografía a la familia real. Esta de aquí es mi foto preferida: Charlotte con diez a?os con un perrito al que le olía la boca, lo que de algún modo se le puede notar en la cara, ?no te parece?
Y así a todo trapo sin descansar ni un segundo. Era espantoso. Hasta que no llegue a mi habitación no pude parar. Y solo porque en ella no había ningún cuadro colgado.
Alisé la colcha y aproveche para hacer desaparecer discretamente el camisón de Hello-Kitty debajo de la almohada. Luego me volví y mire a Gideon expectante. En ese momento él tenía la oportunidad de decir algo.
Pero no lo hizo. En lugar de eso siguió sonriéndome, como si no acabara de creer lo que veía. Mi corazón se desboco y luego dejo de palpitar un instante. ?Fantástico! Mi corazón podía aguantar tranquilamente una estocada, pero Gideon era demasiado para él, sobre todo cuando miraba como en ese instante.
—Quería llamarte antes, pero no cogías el móvil —dijo al cabo de un rato.
—Se ha agotado la batería —en medio de la conversación con Leslie, en la limusina, exhaló el último suspiro.
Como Gideon seguía sin hablar, cogí el móvil del bolsillo de la falda y empecé a buscar el cargador. La tía Maddy lo había metido, bien enrollado, en un cajón del escritorio.
Gideon se apoyó con la espalda contra la puerta.
—Ha sido un día bastante caluroso, ?verdad?
Asentí con la cabeza. El móvil estaba enchufado y la batería se estaba cargando. Como no sabía que más podía hacer, me apoye en el borde de la mesa.
—Creo que ha sido el día más espantoso de toda mi vida —dijo Gideon—. Cuando te vi allí tendida en el suelo… —Se le quebró la voz y no pudo seguir.
Se apartó de la puerta y vino hacia mí, y de pronto sentí una imperiosa necesidad de consolarle.
—Siento haberte… asustado de ese modo. Pero pensaba realmente que iba a morirme.
—Yo también lo pensaba.
Trago saliva y dio un paso más hacia mí.
Aunque Xemerius hacía rato que había desaparecido en busca de su clarinetista, una parte de mi cerebro escupió sin esfuerzo su comentario: ?La ardiente mirada de sus ojos verdes inflamo el corazón de la muchacha de la blusa amarillo pipí, que, reclinando la cabeza contra su pecho varonil, dio rienda suelta al llanto tanto tiempo contenido?.
?Por dios, Gwendolyn! ?No exageras un poco la nota?
Me aferre con más fuerza al borde del escritorio.