Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—Pero tú deberías haber sabido mejor que yo lo que me pasaba, ?no? —dije—. Al fin y al cabo estudias medicina.

—Sí, y precisamente por eso comprendí que… —Se detuvo ante mí, y para variar, esta vez fue él el que se mordió el labio, lo que tuvo la virtud de conmoverme de nuevo. Levanto la mano despacio—. La punta de la espada penetraba tan hondo en tu cuerpo… —Separó el pulgar y el índice para se?alar la anchura del corte—. Un peque?o rasgu?o no te hubiera desplomado así. Y enseguida perdiste el color y la piel se te cubrió de sudor frio. Por eso comprendí que Alastair había alcanzado la una arteria; estaba seguro de que tenías una hemorragia interna y te desangrabas.

Mire fijamente su mano, suspendida ante mí.

—Tú mismo has visto la herida, está claro que es inofensiva —dije, y me aclare la garganta. Por lo visto, su proximidad afectaba de algún modo mis cuerdas vocales—. Debió ser… bueno… tal vez solo fuera el shock. Ya sabes, imagine que me habían herido de gravedad y por eso también dio la sensación que yo…

—No, Gwenny, no te lo imaginaste.

—Pero ?Cómo puede ser que solo me haya quedado esta peque?a herida? —susurre.

Aparto la mano y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación.

—Al principio yo tampoco lo entendí —dijo excitado—. Me sentía tan… aliviado de que estuvieras viva que me convencí a mí mismo de que tenía que haber una explicación lógica para lo de la herida. Pero hace un rato, bajo la ducha, de repente lo he visto claro.

—Ah, debe ser eso —dije—. Yo aún no me he duchado.

Despegue mis dedos crispados del borde del escritorio y me deje caer sobre la alfombra. Bueno, así estaba mucho mejor. Al menos ahora ya no me temblaban las rodillas.

Con la espalda apoyada contra el borde de la cama, levante la cabeza y mire.

—?Es necesario que te muevas de un lado a otro de ese modo? Me pone muy nerviosa, ?sabes? Quiero decir, aún más nerviosa de lo que ya estoy.

Gideon se arrodillo ante mí sobre la alfombra y me coloco la mano en el hombro sin tener en cuenta que a partir de ese momento yo ya no estaría en condiciones de escucharle con atención, sino que me concentraría en un montón de pensamientos inútiles como ?Supongo que al menos no oleré mal? o ?Sobre todo ahora no te olvides de respirar?.

—?Conoces esa sensación cuando estas resolviendo un sudoku y encuentras justo el número que necesitas para que todas las casillas de pronto sean sencillísimas de rellenar? —pregunto.

Asentí vacilando.

Gideon me acarició, absorto en sus pensamientos.

—Hace unos días que le estoy dando vueltas a este asunto, pero hasta esta noche no había… encontrado ese número mágico, ?comprendes? He leído los papeles una y otra vez, tantas que al final casi me los sé de memoria…

—?De qué papeles hablas?

Aparto la mano.

—Los papeles que Paul obtuvo de lord Alastair a cambio de los árboles genealógicos. Paul me los dio justo el día que tu mantenías una conversación con el conde. —Sonrió de soslayo al ver mi cars de perplejidad—. Te hubiera hablado de ellos, pero estabas demasiado ocupada haciéndome preguntas extra?as, y luego saliste disparada, terriblemente ofendida. No pude seguirte porque el doctor White me estaba curando la herida, ?te acuerdas?

—Eso fue el lunes, Gideon.

—Sí, eso es. Parece que haya pasado una eternidad desde entonces, ?verdad? Cuando por fin pude ir a casa, te estuve llamando cada diez minutos para decirte que te… —Carraspeo y luego me cogió la mano— … para contártelo todo, pero comunicaba todo el rato.

—Sí, le estaba explicando a Leslie hasta qué punto podías ser cruel —dije—. Pero también tenemos un número fijo, ?sabes?

Gideon pasó por alto la objeción.

—En los intervalos de las llamadas empecé a leer los papeles. Se trata de profecías y notas de propiedad privada del conde. Documentos que los Vigilantes no conocen y que oculto a su propia gente con toda premeditación.

Gemí.

—Deja que adivine. Más poesías tontas. Y no entendiste ni una palabra.

Gideon se inclinó hacia delante.

—No —repuso lentamente—. Todo lo contrario. Estaba bastante claro. En ellos se dice que alguien debe morir para que la piedra filosofal pueda desarrollar su poder. —Me miro directamente a los ojos—. Y ese alguien eres tú.

—Vaya. —No estaba tan impresionada como habría podido preverse—. Así que soy el precio que se debe de pagar.

—Me quede de piedra cuando lo leí. —Le cayó un mechón de pelo sobre la cara, pero no se dio cuenta—. Al principio no podía creerlo, pero el sentido de las profecías no admitía lugar a dudas. La vida rojo rubí se extingue, la muerte del cuervo revela el final, la duodécima estrella palidece, y así sucesivamente.

Ahora sí que trague saliva.

—?Y cómo debo morir? —Automáticamente me vino a la cabeza la imagen de la hoja ensangrentada de lord Alastair—. ?También está escrito ahí?