Sencillamente todo aquello era demasiado para un solo día.
—Pero pensaba que habíais decidido escalonar un poco vuestros planes de asesinato después de que llegaran a vuestras manos los árboles genealógicos de los viajeros del tiempo —continuó Gideon.
Lord Alastair rechazo el comentario con un gesto desde?oso.
—?Los árboles genealógicos que nos trajo el demonio del futuro solo nos mostraron que es una empresa imposible exterminar totalmente a vuestras estirpes! —dijo—. Prefiero el método directo.
—Solo los sucesores de esa madame d’Urfé que vivió en la corte del rey de Francia ya son tan numerosos que se necesitaría más de una vida para localizarlos —completó el primer secretario—. Vuestra eliminación in situ me parece imprescindible. Si recientemente no os hubierais defendido de ese modo en Hyde Park, ahora el asunto ya estaría resuelto…
—?Qué recibís como pago, Alcott? —preguntó Gideon como si le interesara realmente—. ?Qué puede daros Lord Alastair para que rompáis el juramento de los Vigilantes y cometáis traición?
—Bien, yo… —empezó Alcott dispuesto a complacer su curiosidad, pero lord Alastair le cortó en seco:
—?Una conciencia limpia! ?Ese es su pago! La seguridad de que los ángeles del cielo glorificaran sus actos no puede compararse con el oro. La tierra debe verse libre de engendros demoníacos como vosotros, y solo de Dios esperamos agradecimiento por haber derramado vuestra sangre.
Muy bien, muy bien, perfecto. Por un breve instante confié en que lord Alastair simplemente necesitara a alguien que le escuchara. Tal vez solo quisiera charlar sobre sus monomanías religiosas y recibir unas palmaditas de aliento.
Pero cuando Darth Vader gru?o con voz ronca ?Merecéis la muerte, engendros del demonio?, rechace la idea.
—?De modo que creéis que el asesinato de una muchacha inocente os reportará el aplauso de Dios? Interesante.
La mano de Gideon se introdujo en el bolsillo interior de su levita y note que se estremecía casi imperceptiblemente.
—?Tal vez estáis buscando esto? —preguntó con sorna el primer secretario, y sacó del bolsillo de su levita amarillo limón una peque?a pistola negra, que sostuvo en alto cogiéndola con la punta de los dedos—. Sin duda un aparato mortífero infernal del futuro, ?me equivoco? —Miró hacia lord Alastair en busca de reconocimiento —. Pedí a nuestra seductora Lady Lavinia aquí presente que os registrara a fondo, viajero del tiempo.
Lavinia sonrió con aire culpable y Gideon adopto por un momento la expresión de alguien que se daría de bofetadas con motivo. Porque esa pistola habría sido nuestra salvación; una gente armada con espadas no habría tenido ninguna oportunidad contra una automática Smith and Wesson. Solo esperaba que el traidor Alcott accionara por descuido el gatillo y se disparara a sí mismo en el pie, en cuyo caso tal vez el ruido se oyera en la sala de baile, o tal vez no…
Pero Alcott hizo desaparecer de nuevo la pistola en el bolsillo de su levita haciendo que mis esperanzas se desvanecieran.
—Sorprendido, ?no es verdad? He pensado en todo. Sabía que nuestra estimada lady tenía deudas de juego —dijo Alcott en tono amigable. Estaba claro que, como todos los granujas, no podía resistirse a presumir de sus haza?as criminales. Su cara alargada me recordaba a la de una rata—. Elevadas deudas de juego que ya no podían satisfacerse, domo de costumbre, concediendo cierta <> a sus acreedores. Ya me perdonaréis, madame— dijo dirigiéndose a Lavinia con una sonrisa babosa—, que no mostrara demasiado interés por vuestros servicios, pero con vuestra actuación de esta noche vuestras deudas han quedado saldadas.
No daba la sensación de que Lavinia se hubiera alegrado demasiado con la noticia.
—Lo lamento muchísimo, pero no tenía elección —le dijo a Gideon, pero me pareció que él ni siquiera la oyó. Parecía mucho más interesado en calcular con cuanta rapidez podría llegar a la chimenea y agarrar uno de los sables de la pared antes de que lord Alastair le atravesara con la espada. Seguí su mirada y llegué a la conclusión de que tenía pocas probabilidades de éxito, a no ser que me hubiera ocultado que en realidad era Superman. Había demasiada distancia hasta la chimenea, y además Lord Alastair, que no le perdía de vista un segundo, estaba mucho más cerca de ella que nosotros.
—Todo esto qué decís está muy bien —dije lentamente para ganar tiempo—, pero habéis hecho vuestros cálculos mal sin contar con el conde.
Alcott rió.
—?Supongo que queréis decir más bien sin contar con Rakoczy? —Se frotó las manos—. Bueno, por desgracia, hoy sus especiales… llamémoslas aficiones le harán imposible cumplir con su deber, ?no es cierto? —dijo muy ufano—. Su predilección por los narcóticos le han convertido en una presa fácil, si entendéis a que me refiero.