Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—?Estás buscando algo en concreto? —pregunté burlonamente.

Como es natural detrás de las cortinas no había nadie; mi yo más joven hacía rato que había saltado de vuelta y ahora se estaba preguntando dónde demonios había aprendido a besar tan increíblemente bien.

Gideon se volvió de nuevo. La expresión de desconcierto se había volatilizado de su rostro y había sido sustituida por su habitual expresión arrogante. Con los brazos cruzados, se apoyó en la repisa de la ventana.

—?A qué ha venido esto, Gwendolyn? Unos segundos antes me miraba como si te diera asco.

—Yo solo quería… —empecé a excusarme, pero enseguida cambié de idea—. ??Por qué haces preguntas tan tontas?! —exclamé—. Hasta ahora tú tampoco me has explicado por qué me besabas, ?no? —Y a?adí con un tono ligeramente retador—: Sencillamente tenía ganas de hacerlo. Y tú tampoco debería haber colaborado. —Aunque si no lo hubiera hecho, seguro que habría querido morirme.

Los ojos de Gideon lanzaban chispas.

—?Sencillamente tenías ganas de hacerlo? —repitió, y se acercó de nuevo hacia mí—. ?Maldita sea, Gwendolyn! Todo tiene una explicación, ?sabes?… Hace días que trato… todo el rato he estado intentando… —Arrugó la frente, seguramente irritado por sus propios balbuceos—. ?Acaso crees que soy de piedra? —La última frase la dijo bastante alto.

No sabía qué podía responder a aquello. Supongo que debía ser más bien una pregunta retórica ?no? Como es natural, yo no creía que fuera de piedra, pero ?qué demonios quería decirme con eso? Y las medias frases anteriores tampoco contribuyeron precisamente a aclarar la situación. Durante unos segundos nos miramos a los ojos sin hablar, hasta que yo aparté la mirada y él dijo con un tono de voz totalmente normal:

—Tenemos que irnos; si no aparecemos puntualmente en el sótano, todo el plan habrá sido inútil.

Ah, sí, es verdad, el plan. El plan que nos reservaba el papel de potenciales víctimas mortales autodesintegrables.

—Lo tienes claro si crees que voy a ir ahí abajo mientras Rakoczy está tumbado sobre el escritorio drogado hasta las cejas —dije con firmeza.

—En primer lugar, seguro que ya se habrá recuperado, y en segundo, ahí abajo nos están esperando al menos cinco de sus hombres. —Me tendió la mano—.Ven. Tenemos que darnos prisa. Y no tienes por qué tener miedo: aunque Alastair no hubiera venido solo, no tendría ninguna oportunidad contra esos luchadores kuruc.

Pueden ver en la oscuridad como gatos, y les he visto hacer trucos con cuchillos y dagas que parecen cosa de brujería. —Esperó a que colocara mi mano en la suya, y luego sonrió suavemente y a?adió—: Y, además, estoy yo.

Pero antes de que pudiéramos dar un paso, Lavinia apareció en la puerta, y a su lado, sin aliento igual que ella, el primer secretario vestido de papagayo.

—Aquí los tenéis a los dos —dijo Lavinia.

Para alguien que acaba de recuperarse de un desmayo, parecía bastante en forma, aunque no estaba tan guapa como antes. A través de la capa de polvos clara se podían ver tiras de piel enrojecida— por lo visto, subir y bajar escaleras corriendo la había hecho sudar un poco —, y también en su escote se veían manchas rojas.

Me alegro que Gideon no se dignara dirigirle ni una mirada.

—Lo sé, nos hemos retrasado, mister Alcott —dijo—. Ahora mismo íbamos a bajar.

—Eso… no será necesario —replicó Alcott cogiendo aire—. Ha habido un peque?o ?cambio de planes?.

No hizo falta que explicara nada más, porque detrás de él entró en la habitación Lord Alastair, respirando con toda normalidad esbozando una desagradable sonrisa.

—Bien, aquí estamos reunidos de nuevo —dijo.

Su antepasado fantasma de la capa larga, que le seguía como una sombra, no tardo ni un segundo en ponerse a lanzar su grandilocuentes amenazas de muerte: ??Los indignos padecerán una muerte indigna!?. Darth Vader —le había bautizado así en nuestro último encuentro por su peculiar ronquera— nos fulmino con la mirada. Sus ojos muertos, negros como cucarachas, rezumaban odio. Como envidiaba a toda esa gente que no podía verle ni oírle.

Gideon inclino la cabeza.

—Lord Alastair, qué sorpresa.

—Esa era mi intención —repuso Lord Alastair sonriendo con suficiencia—. Prepararos para una sorpresa.

Gideon me guió discretamente hacia el rincón, de modo que el escritorio quedara situado entre nosotros y los visitantes, algo que no me tranquilizo demasiado, porque se trataba de un modelo para damas del rococó extremadamente frágil. Habría preferido un mueble rustico de roble.

—Comprendo —replico Gideon cortésmente.

Yo también comprendía. Estaba claro que el intento de asesinato se había trasladado sin más del sótano a esa bonita habitación, porque el primer secretario era el traidor y Lavinia una serpiente traidora. En el fondo todo era muy simple. En lugar de ponerme a temblar de miedo, de pronto me vinieron ganas de reír.