—Apuesto a que estos labios aún no han hecho nada prohibido, ?no es cierto? Un trago de la bebida maravillosa de Alcott cambiará eso.
—No, gracias. —Escapé escurriéndome por debajo de sus brazos y me alejé dando traspiés hacia el interior de la habitación. ?No, gracias?: ?fabuloso! ?Tal vez a la próxima le hiciera además una peque?a reverencia!—. ?Mantenga esa bebida lejos de mí! —lo intenté con un poco más de energía.
Antes de que pudiera dar un paso —había pensado vagamente en la posibilidad de saltar por la ventana—, Rakoczy ya estaba de nuevo a mi lado y me empujaba contra el escritorio. La diferencia de fuerzas era tan grande que ni siquiera notó que me resistía.
—Chisss, no tengas miedo, peque?a, te prometo que te gustará. —Con un ligero ?plop? descorchó el frasco e inclinó violentamente mi cabeza hacia atrás—. ?Bebe!
Apreté los labios e intenté apartar a Rakoczy con la mano que tenía libre, pero era como intentar empujar a una monta?a. Desesperada, traté de recordar lo poco que había oído sobre autodefensa —los conocimientos de Krav Maga de Charlotte me habría resultado muy útiles en ese momento—, y cuando el frasco ya tocaba mis labios y el fuerte olor del líquido me llegaba a la nariz, por fin se me ocurrió una idea salvadora.
Me arranqué una horquilla del peinado y la clavé con todas mis fuerzas en la mano que sostenía el frasco, instante en que la puerta se abrió de golpe y oí gritar a Gideon:
—?Soltadla inmediatamente, Rakoczy!
Ahora que ya estaba hecho, comprendí que habría sido más inteligente clavarle la horquilla a Rakoczy en el ojo o en el cuello, porque el pinchazo en la mano apenas le había distraído unos segundos. A pesar de que la horquilla se le había quedado clavada en la carne, ni siquiera soltó el frasco, si bien redujo la presión con que me atenazaba el cuello y volvió la cabeza. Gideon, plantado en la puerta junto a lady Lavinia, lo miró horrorizado.
—?Qué demonios estáis haciendo?
—Nada especial. ?Quería ayudar a esta muchacha a… ampliar sus horizontes! —Rakoczy echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada ronca—. ?Os atrevéis a tomar un trago? ?Os aseguro que os hará vivir sensaciones que nunca antes habíais experimentado!
Aproveché la oportunidad para soltarme.
—?Estás bien?
Gideon me miraba con cara de preocupación mientras lady Pechos Prodigiosos se aferraba a su brazo atemorizada. ?Increíble! Seguramente esos dos estaban buscando una habitación en la que pudieran besuquearse sin que nadie les molestara mientras Rakoczy intentaba hacerme tomar vete a saber qué droga para hacer luego vete a saber qué conmigo. Y, además supongo que todavía tenía que estarles agradecida por que hubieran elegido precisamente esa habitación.
—?Perfectamente! —gru?í, y me crucé de brazos para que nadie viera cómo me temblaban las manos.
Rakoczy siguió riendo y luego tomó un gran trago del frasco y lo volvió a tapar con un movimiento enérgico.
—?Sabe el conde que os entretenéis aquí experimentando con drogas en lugar de consagraros a vuestros deberes? —preguntó Gideon con voz gélida—. ?No teníais otras tareas que cumplir esta noche?
Rakoczy se tambaleó un poco. Sorprendido, como si no se hubiera dado cuenta hasta ese momento, contempló la horquilla en el dorso de su mano, y luego la extrajo de un tirón y se lamió la sangre como un gato callejero.
—El Leopardo Negro está siempre preparado para actuar, ?en cualquier misión y en cualquier momento! —dijo, y a continuación se sujetó la cabeza con las manos, dio la vuelta al escritorio tambaleándose y se dejó caer pesadamente en la silla—. Aunque esta herida es realmente —murmuró antes de que su cabeza cayera hacia delante y se estampara contra la mesa.
Lady Lavinia se estremeció y se apoyó contra el hombro de Gideon.
—?Está…?
—Espero que no. —Gideon se acercó al escritorio, cogió el frasco de la mesa y lo sostuvo a contraluz. Luego lo destapó y lo olió—. No tengo ni idea de qué es esto, pero si ha dejado fuera de combate tan rápidamente a Rakoczy… —colocó de nuevo el frasquito sobre la mesa—, apostaría que es opio. Supongo que no ha combinado muy bien con sus drogas habituales y el alcohol.
Sí, eso estaba claro. Rakoczy seguía allí tumbado sin moverse y no se le oía respirar.
—Tal vez se lo haya dado alguien que no quería que estuviera en posesión de sus facultades esta noche —dije todavía cruzada de brazos—. ?Aún tiene pulso?