Habría ido a comprobarlo yo misma si no hubiera sido porque no me sentía capaz de acercarme. De hecho, temblaba tanto que bastante tenía con mantenerme en pie.
—?Gwen? ?De verdad te encuentras bien? —Gideon me miró frunciendo el ce?o. Aunque me cueste decirlo, en ese instante lo que más deseaba era lanzarme a sus brazos y ponerme a llorar a moco tendido durante un ratito, pero la verdad es que no parecía que se muriera de ganas de abrazarme y consolarme, sino más bien todo lo contrario. Cuando asentí vacilando, me soltó enfadado—. ?Qué demonios habías venido a buscar aquí? —Se?alo al inanimado Rakoczy—. ?En este momento podrías estar igual que él!
Me empezaron a casta?etear los dientes, de manera que apenas podía hablar.
—Yo no tenía idea de que… —balbucí; pero Lavinia, que seguía aferrada como una lapa a Gideon, me interrumpió: estaba claro que era una de esas mujeres que no soportaban que nade les robe protagonismo.
—La muerte —susurró dramáticamente, y levantó la cabeza para mirar fijamente a Gideon a los ojos—. He sentido su aliento al entrar en esta habitación. Por favor… —Sus párpados temblaron—. Sostenedme…
No podía creerlo: ?se había desmayado sin ninguna razón! Y naturalmente con mucha elegancia y en los brazos de Gideon. Por algún motivo me puso terriblemente furiosa que él la cogiera al vuelo, tan furiosa que incluso me olvidé de los temblores y del casta?eteo de los dientes; pero al mismo tiempo —como si en ese carrusel de sentimientos no hubiera aún bastante variación— sentí que las lágrimas me nublaban los ojos. Maldita sea, estaba claro que caer desmayada era la mejor alternativa. Solo que a mí, naturalmente, no me habría cogido al vuelo.
En ese instante el exangüe Rakoczy dijo con una voz que hubiera podido venir perfectamente del más allá, tan ronca y profunda era:
—Dosis sola venenum facit. No pasa nada. Mala hierba nunca muere.
Lavinia (a partir de ese momento para mí ya no era ninguna lady) lanzó un gritito de espanto y abrió los ojos para mirar a Rakoczy. Pero entonces probablemente recordó de nuevo que en realidad estaba desmayada, y con un gemido volvió a derrumbarse lánguidamente en brazos de Gideon.
—Pronto estaré bien. No hay razón para armar tanto alboroto. —Rakoczy había levantado la cabeza y nos miraba con los ojos inyectados en sangre—. ?Es culpa mía! Dijo que debía tomarse gota a gota.
—?Quién lo dijo? —preguntó Gideon mientras sostenía a Lavinia en brazos como si fuera un maniquí de escaparate.
Con cierto esfuerzo Rakoczy consiguió volver a sentarse como es debido, y a continuación dejó caer la cabeza hacia atrás, se quedó mirando al techo y soltó una carcajada ronca.
—?Veis cómo bailan las estrellas?
Gideon suspiró.
—Tendré que ir a buscar al conde —dijo—. Gwen, por favor, ?no podrías echarme una mano con…?
Le miré perpleja.
—?Con esa? ?Estás loco o qué?
En dos zancadas me planté en la puerta y salí corriendo pasillo arriba para que no pudiera ver el mar de lágrimas que caían por la cara. No sabía por qué lloraba ni hacia dónde corría en realidad. Seguro que era una de esas reacciones postraumáticas de las que tanto se hablaba últimamente. Según había leído, las personas que había vivido una experiencia traumática hacían cosas rarísimas, como ese panadero de Yorkshire que se había destrozado el brazo en la prensa de amasar y antes de llamar a urgencias había cocido siete bandejas de rosquillas. Aquellas rosquillas eran lo más horrible que habían visto nunca los sanitarios que había ido a auxiliarle.
En la escalera dudé un momento. No quería ir abajo —ahí podía estar esperando ya lord Alastair para ejecutar su crimen perfecto—, de modo que corrí escaleras arriba. No había llegado muy lejos cuando oí a Gideon gritar detrás de mí:
—?Gwenny! ?Para! ?Por favor!
Por un segundo le imaginé dejando caer a Lavinia al suelo cuan larga era para salir en mi busca, pero tampoco sirvió de nada: seguía en un mar de confusión, y cegada por las lágrimas, continué subiendo a trompicones por las escaleras y me metí por el primer corredor que encontré.
—?Adónde vas?
Gideon había llegado junto a mí y trataba de cogerme la mano.
—?Tanto da con tal de que sea lejos de ti! —sollocé, y entré corriendo en la habitación más próxima.