Y, efectivamente, lo hizo: como un hipopótamo al galope desplazó su macizo cuerpo a través del mar de terciopelo, seda y brocado. Mientras le esperaba, aproveché mi elevado puesto de observación para buscar a James con la mirada, pero no lo vi por ninguna parte. En cambio, vi a lady Lavinia y Gideon, que bailaban muy cerca de la tribuna, y sentí una punzada en el corazón al ver lo bien que armonizaban. Incluso los colores de sus vestidos hacían juego, como si madame Rossini en persona los hubiera elegido. Cada vez que sus manos se tocaban parecían saltar chipas entre ellos y era evidente que disfrutaban de la conversación. Me dio la sensación de que incluso desde donde estaba podía oír la risa cristalina de lady Lavinia.
Las dos solterona que estaban sentadas a mi lado suspiraron lánguidamente y yo me levanté de un salto. No debía hacerme aquello a mí misma. ?No era la levita roja de James lo que acababa de desaparecer por una de las salidas? Decidí seguirle. Al fin y al cabo, esa era su casa además de mi escuela, de modo que no me sería difícil encontrarle. Y entonces trataría de arreglar el asunto de Héctor.
Antes de abandonar la sala lancé una mirada a lord Alastair, que seguía de pie en el mismo sitio sin perder de vista al conde. Su amigo fantasma agitaba su espada con furor asesino mientras —estaba segura—. Escupía con su voz ronca palabras cargadas de odio. Ninguno de los dos se fijó en mí. Pero, en cambio, Gideon sí parecía haberse percatado de mi huida. En las filas de los bailarines se produjeron movimientos desordenados.
?Oh, no, por favor! Me volví y me dirigí hacia la salida.
En los corredores la iluminación era más bien exigua, pero seguía habiendo mucho movimiento de gente. Me dio la impresión de que había bastantes parejas que iban en busca de un rincón tranquilo, y justo frente a la sala de baile descubrí una especie de salón de juegos en el que se habían retirado unos cuantos caballeros. El humo de los cigarros salía por la puerta entreabierta. Entonces me pareció ver girar la levita roja de James al extremo del pasillo y corrí en esa dirección todo lo rápido que me permitía el vestido. Cuando llegué al siguiente pasillo no había ni rastro de él, lo que significaba que había tenido que desaparecer en una de las habitaciones. Abrí la puerta más próxima y la volví a cerrar inmediatamente cuando la luz iluminó un diván ante el que estaba arrodillado un hombre (?no James!) que estaba ocupado soltándole una liga a una dama. Bueno, si es que en ese contexto aún podía hablarse de una dama. Se me escapó una risita mientras me dirigía a la próxima puerta. En el fondo, esos invitados no se diferenciaban mucho de los de las fiestas de nuestra época.
Detrás de mí, en el pasillo, oí un ruido de voces que se acercaban.
—?Por qué corréis tanto? ?Es que no podéis dejar sola a vuestra hermana ni cinco minutos?
?Lady Lavinia! Me colé a toda prisa en la habitación más cercana y me apoyé contra la puerta desde dentro, conteniendo la respiración.
Los cobardes mueren muchas veces antes de acabar, mas solo una vez gusta su muerte el bravo.
De todos los prodigios que he escuchado, el más extra?o es que los hombres teman, ya que la muerte, inevitable fin, va a venir cuando tenga que venir.
William Shakespeare, Julio César, acto II, escena II
Capítulo IX
No estaba oscuro como me imaginaba. En la habitación había algunas velas encendidas que iluminaban una librería y un escritorio. Por lo visto, había ido a parar a una especie de despacho.
Y no estaba sola.
En la silla detrás del escritorio estaba sentado Rakoczy, con un vaso y dos botellas delante. Una de las botellas contenía un líquido con un brillo rojizo que parecía vino tinto, y la otra, un delicado frasquito curvado, una extra?a sustancia de un color gris sucio. La espada del barón estaba cruzada sobre el escritorio.
—Vaya, sí que ha ido rápido —dijo Rakoczy. Su voz, con ese duro acento de la Europa oriental, sonaba un poco confusa—. Hace solo un momento estaba deseando encontrar un ángel, y un instante después se abren las puertas del paraíso para enviarme al más encantador de los ángeles que el cielo pueda ofrecer. Esta maravillosa medicina supera todo lo que había probado antes.
—?No debería… estar vigilándonos desde la sombra o algo así? —pregunté, y pensé por un momento si no sería mejor salir de la habitación de inmediato, aun a riesgo de tropezarme con Gideon en el pasillo. Rakoczy ya me daba bastante mala espina incluso estando sobrio.
De todos modos, mis palabras ejercieron algún efecto sobre él, porque arrugó la frente y dijo en un tono aún confuso pero claramente menos extasiado:
—?Ah, sois vos! Ningún ángel; solo una muchachita tonta. —Y en un abrir y cerrar de ojos, con un único rápido movimiento, atrapó el frasquito del escritorio y se dirigió hacia mí. Dios sabe qué habría allí dentro, pero fuera lo que fuese no parecía haber limitado en absoluto sus capacidades motoras—. Aunque, eso sí, una muchachita tonta muy hermosa.
Estaba tan cerca que podía sentir su aliento a vino y a otra sustancia más fuerte que no pude identificar. Con su mano libre me acarició la mejilla y pasó su áspero pulgar sobre mi labio inferior. Estaba tan asustada que era incapaz de moverme.