Gideon me siguió. Naturalmente. Estuve en un tris de pasarme la manga por la cara para secarme las lágrimas, pero en el último momento recordé el maquillaje de madame Rossini y me contuve. Ya debía de tener un aspecto bastante lamentable sin necesidad de poner más de mi parte. Para no tener que mirar a Gideon, eché una ojeada a la habitación. Velas encajadas en soportes fijados a la pared iluminaban un bonito mobiliario en tonos dorados: un sofá, un elegante escritorio, unas cuantas sillas, un cuadro que representaba un faisán muerto junto a unas peras, una colección de sables de aspecto exótico pulcramente colocados sobre la repisa de la chimenea y unas suntuosas cortinas doradas ante las ventanas. Por alguna razón, de pronto tuve la sensación de que ya había estado allí antes.
Gideon estaba frente a mí esperando.
—Déjame en paz —dije cansadamente.
—No puedo dejarte en paz. Cada vez que te dejo sola, te dejas llevar por tus impulsos y actúas de un modo irreflexivo.
—?Vete!
Me entraron ganas de tirarme en el sofá y empezar a golpear los cojines con los pu?os. ?Acaso era pedir demasiado que me dejaran tranquila un rato?
—No, no lo haré —dijo Gideon—. Escucha, siento lo que ha ocurrido. No debería haberlo permitido.
Dios mío, aquello también era muy típico. El clásico síndrome de hiperresponsabilidad. ?Qué demonios tenía que ver él con que hubiera encontrado casualmente a Rakoczy y este estuviera como una regadera, como diría Xemerius? Aunque por otro lado, una peque?a dosis de sentimiento de culpa tampoco le iría mal.
—?Pero lo has hecho! —le dije, y a?adí—: Porque solo tenías ojos para ella.
—Estás celosa. —Gideon tuvo el descaro de ponerse a reír a carcajadas, en cierto modo aliviado.
—?Ya te gustaría a ti!
Por fin había dejado de llorar, y me pasé disimuladamente los dedos por debajo de los párpados.
—El conde se preguntará dónde nos hemos metido —dijo Gideon después de una peque?a pausa.
—Pues que tu querido conde envíe a su compa?ero del alma transilvano a buscarnos. —Por fin conseguí mirarle de nuevo a los ojos—. Aunque en realidad ni siquiera es un conde. Su título es tan falso como las mejillas sonrosadas de ese… ?cómo se llama?
Gideon rió bajito.
—Otra vez he olvidado su nombre.
—?Mentiroso! —repliqué, pero se me escapó una risita tonta.
Gideon volvió a ponerse serio enseguida.
—El donde no es responsable del comportamiento de Rakoczy. Seguro que le castigarán por ello. —Suspiró—. No hace falta que el conde te guste, ?sabes?, solo debes respetarlo.
Resoplé furiosa.
—Yo no debo hacer nada —dije, y me volví bruscamente hacia la ventana.
Y ahí… ?estaba yo! Vestida con mi uniforme de la escuela, otra Gwendolyn asomaba la cabeza por detrás de la cortina y miraba con los ojos abiertos de par en par y con aire embobado. ?Claro! ?Por eso la habitación me resultaba conocida! Era la clase de mistress Counter, y la Gwendolyn de detrás de la cortina acababa de saltar por tercera vez en el tiempo. Le hice una se?a con la mano y volvió a esconderse.
—?Qué era eso?
—?Nada! —respondí procurando poner cara de tonta.
—En la ventana. —Instintivamente se llevó la mano a la espada y la cerró en el vacío.
—?Ahí no hay nada!
Mi siguiente reacción sin duda debe achacarse al síndrome postraumático —vuelvo a recordar al panadero y las rosquillas—, porque en condiciones normales seguro que nunca lo habría hecho. Además, creí ver con el rabillo del ojo algo verde que se deslizaba hacia la puerta y… bah, supongo que en el fondo solo lo hice porque ya sabía antes que lo haría. Podríamos decir que no me quedaba otro remedio.
—Podría haber alguien detrás de la cortina espiándonos… —tuvo tiempo de decir Gideon antes de que le echara los brazos al cuello y apretara mis labios contra los suyos. Y ya puestos, también apreté el resto de mi cuerpo contra el suyo al mejor estilo Lavinia.
Por un segundo temí que Gideon me rechazara, pero solo lanzó un suave gemido, me rodeó la cintura con los brazos y me apretó con más fuerza aún contra su cuerpo. Respondió a mi beso con tanta pasión que me olvidé de todo y cerré los ojos. Como antes durante el baile, lo que sucedía a nuestro alrededor o lo que iba a suceder después ya no importaba nada, y tampoco importaba nada que en realidad fuera un cerdo. Yo solo sabía que le quería y le querría siempre y que quería que me besara por toda la eternidad.
Una vocecita interior me susurraba que hiciera el favor de entrar en razón, pero los labios de Gideon y sus manos provocaban más bien el efecto contrario, y por eso no sabría decir cuánto tiempo pasó hasta que volvimos a separarnos y nos quedamos mirándonos con cara de desconcierto.
—?Por qué… has hecho eso? —preguntó Gideon jadeando.
Parecía totalmente desconcertado. Casi tambaleándose retrocedió unos pasos, como si quisiera poner cuento antes la máxima distancia posible entre nosotros.
—?De qué estás hablando?
El corazón me palpitaba tan rápido y tan fuerte que seguro que él podía oírlo. Lancé una mirada a la puerta. Probablemente esa cosa verde que había creído ver con el rabillo del ojo fuera fruto de mi imaginación y aún yacía desmayada sobre la alfombra un piso más abajo esperando a ser despertada con un beso.
Gideon entornó los ojos y me miraba con desconfianza.
—Bueno, tú me has…
En dos zancadas llegó a la ventana y descorrió las cortinas. Vaya, eso también era muy típico de él: siempre que se mostraba… ?agradable? conmigo, tenía que hacer todo lo posible para estropearlo enseguida.