—Ah, sí, es cierto —dio el conde sonriendo.
Y en ese momento también yo supe por qué el papagayo me resultaba familiar. El hombre nos había recibido en nuestro primer encuentro con el conde en Temple y había pedido el carruaje que nos había conducido a casa de lord Brompton.
—Por desgracia, os habéis perdido la entrada de la pareja ducal —dijo Alcott—. El peinado de su alteza ha despertado muchas envidias. Me temo que ma?ana los fabricantes de pelucas de Londres no darán abasto con tantos clientes.
—?Una mujer realmente hermosa la duquesa! Qué lástima que se sienta inclinada a mezclarse en asuntos de hombres y en política. Alcott, ?tendríais la amabilidad de ir a buscar algo de beber para los recién llegados?
Como casi siempre, el conde habló en un tono bajo y suave, pero, a pesar del ruido que nos rodeaba, se le entendía con absoluta claridad. Al escucharle sentí un escalofrío, y seguro que no era por el aire frío de la noche que entraba por el balcón.
—?Naturalmente! —La obsequiosidad del primer secretario me hizo pensar en mister Marley—. ?Vino blanco? Enseguida estaré de vuelta.
Vaya. No había ponche.
El conde esperó a que Alcott desapareciera en la sala de baile para llevarse la mano al bolsillo de la levita y sacar una carta sellada, que tendió a Gideon.
—Es una nota para tu gran maestre en la que hay algunas observaciones sobre nuestro próximo encuentro.
Gideon se guardó la carta y a cambio entregó al conde un sobre sellado.
—Contiene un informe detallado sobre los acontecimientos de los últimos días. Os alegrará saber que la sangre de Elaine Burghley y lady Tilney ya está registrada en el cronógrafo.
Me estremecí. ?Lady Tilney? ?Cómo se las había arreglado? En nuestro último encuentro no me había dado la sensación de que tuviera dispuesta a dar su sangre voluntariamente. Le miré de reojo enojada. ?No le habría extraído la sangre por la fuerza? En mi imaginación la vi lanzándole, desesperada, cerdos de ganchillo a la cara.
El conde le palmeó el hombro.
—De modo que ya solo faltan Zafiro y Turmalina negra. —Se apoyó en su bastón, pero no había ni el menor indicio de debilidad en su gesto, todo lo contrario: en ese momento parecía increíblemente poderoso—. ?Ah, si él supiera lo cerca que estamos de cambiar el mundo!
Con la cabeza se?aló hacia la sala de baile, donde reconocí en el otro extremo a lord Alastair de la Florentina, tan cargado de joyas como la última vez. Incluso a esa distancia se podía percibir el fulgor de los pedruscos de sus numerosos anillos, igual que el odio que desprendía su mirada helada. Detrás de él se erguía amenazadoramente una figura vestida de negro, y esta vez no cometí el error de confundirla con un invitado. Se trataba de un espíritu, que pertenecía a lord Alastair como el peque?o Robert a mister White. Cuando el fantasma me vio, su boca empezó a moverse, y me alegré de que sus insultos no pudieran oírse desde el lugar donde nos encontrábamos. Ya tenía suficiente con que me visitara en sue?os provocándome pesadillas.
—Ahí está, so?ando con atravesarnos con su espada —dijo el conde, diríase que casi complacido—. De hecho, hace días que no piensa en otra cosa. Incluso ha conseguido introducir furtivamente su arma en esta sala de baile. —Se frotó la barbilla—. Por eso no baila ni se sienta, sino que se limita a caminar de un lado a otro rígidamente como un soldadito de plomo, esperando su oportunidad.
—Yo, en cambio, no he podido traerme conmigo mi espada —dijo Gideon en tono de reproche.
—No te preocupes muchacho, Rakoczy y los suyos no perderán de vista a Alastair. Esta noche podemos dejar el derramamiento de sangre para los valerosos kuruc.
Volví a mirar a lord Alastair y al espíritu vestido de negro, que en ese momento blandía su espada hacia mí con furor asesino.
—Pero supongo que no va a… aquí, ante todo el mundo… quiero decir, que tampoco en el siglo XVIII se podía asesinar sin más a la gente sin ser castigado, ?no? —Tragué saliva—. ?Supongo que lord Alastair no se arriesgaría a ir al cadalso por nosotros?
Durante unos segundos los oscuros ojos del conde quedaron ocultos bajo los pesados parpados, como si se estuviera concentrando en los pensamientos de su adversario.
—No, para eso es demasiado astuto —contestó lentamente—. Pero también sabe que no tendrá demasiadas oportunidades de teneros de nuevo a punta de espada. No dejará pasar la ocasión sin intentar algo. Y como solo una persona, ?el hombre de quien sospecho que es el traidor que se oculta en nuestras filas!, ha sido informada por mí de la hora en que vosotros dos, desamados y solos, tendréis que volver al sótano para vuestro viaje de vuelta, ya veremos qué ocurre…
—?Qué? —dije yo—. Pero…