Se irguió sobre sus patas, salto a mi hombro y sentí algo así como un abrazo húmedo y frio.
—Adelante, gran maestre de la orden del Cerdo de Ganchillo. No olvides pisar como se merece durante el minué a aquel-cuyo-nombre-no-podemos-pronunciar —dijo lanzando una mirada de desdén a Gideon—. Y ve con cuidado con el conde. —Había preocupación en su voz. Trague saliva, pero inmediatamente a?adió—: Si la pifias, ya verás cómo te las arreglas sin mí en el futuro, porque yo me buscare a otra persona.
Me dirigió una mueca de descaro y salió zumbando hacia los perros que se soltaron de sus correas huyeron con el rabo entre las piernas.
—Gwendolyn, ?estas so?ando? —Gideon me tendió el brazo—. ?Quiero decir, miss Gray, naturalmente! Si quiere hace el favor de acompa?arme al a?o 1782.
—Olvídalo, no pienso empezar con la comedia hasta que estemos allí —dije en voz baja para mister George y míster Whitman, que caminaban delante de nosotros, no pudieran oírlo—. Mientras tanto me gustaría reducir al mínimo el contacto contigo, si no tienes inconveniente. Además, conozco muy buen el camino, al fin y al cabo es mi escuela.
Una escuela que, ese viernes por la tarde estaba como muerta. En el vestíbulo nos tropezamos con el director Gilles, que arrastraba un carrito de golf y ya había cambiado su traje por unos pantalones a cuadros y un polo. Sin embargo, nuestro director no había querido perderse la ocasión de saludar cordialmente a los miembros del ?grupo de teatro aficionado de nuestro querido míster Whitman?, y además uno por uno y con un apretón de manos.
—Como un gran amante del arte que soy, para mí es un placer poner a su disposición nuestra escuela para sus ensayos mientras su sal no pueda utilizarse. ?Oh, que encantadores disfraces! —Cuando llego ante mí, dio un respingón—. ?Vaya! Yo conozco esta cara ?No eres una de las chicas de las malas ranas?
Me esforcé por sonreír.
—Sí, director, Gilles.
—En fin, me alegro de que hayas descubierto una afición tan bonita e interesante. Así seguro que en adelante no se te ocurrirán más ideas tontas. —Sonrió jovialmente a todo el grupo—. Bien, pues les deseo mucho éxito o mucha mierda, ?no es eso lo que se desea a la gente del teatro?
Y dicho esto, nos saludó una vez más alegremente con la mano y desapareció junto con su carrito por la puerta, rumbo al día de semana. Le seguí con la mirada sintiendo un poco de envidia. Por una vez me habría cambiado gustosamente por él, aunque para eso hubiera tenido que convertirme en un valaco de mediana edad con pantalones de cuadros.
—?Chica mala de la rana? —repitió Gideon mientras bajábamos hacia el sótano mirándome de reojo.
Centre toda mi atención en levantar lo suficiente mi crujiente falda para no tropezar con ella.
—Hace unos a?os mi amiga Leslie y yo nos vimos forzadas a colocar una rana en la sopa de una compa?era, y por desgracia al director Gilles el suceso se le quedo grabado.
—?Os vistes forzadas a colocar una rana en la sopa de una compa?era?
—Sí —replique muy digna—. Por razones pedagógicas a veces se tiene que hacer cosas que vistas desde fuera pueden parecer extra?as.
En el taller artístico del sótano justo bajo una cita de Edgar Degas pintada en la pared que decía ?Un cuadro se debe ejecutar con el mismo sentimiento con el que un criminal perpetra su crimen?, ya se habían reunido en torno al cronógrafo los sospechosos habituales: Falk de Villiers, míster Marly y el doctor White, que en ese momento extendía sobre una de las mesas el instrumental médico. Me alegre de que al menos hubiéramos dejado a Giordano en Temple, donde probamente aun estaría plantado en la escalera retorciéndose las manos.
Míster George me gui?o un ojo.
—Acabo de tener una idea —me susurro—. Si te encuentras en un aprieto y no sabes cómo salir de paso, no tienes más que desmayarte; en esa época las mujeres se desmayaban continuamente, sea por un corsé demasiado apretado o por el aire vivido, o porque sencillamente resultaba un recurso muy práctico, nadie puede decirlo con exactitud.
—Lo tendré presente —dije, y estuve tentada de probar de inmediato el truco de míster George. Pero, por desgracia, Gideon parecía haber adivinado mis intenciones, porque me cogió del brazo y sonrió suavemente.
Falk desenvolvió el cronógrafo, y cuando me llamo con un gesto, me resigne a mi destino, no sin rogar antes al cielo de lady Brompton hubiera comunicado el secreto de su ponche especial a su buena amiga, la honorable lady Pimplebottom.