—?Ah, es verdad! La peluca —suspiré—. Volverá a estropearlo todo, ?Podría hacerme una foto antes?
—Bien sur. —Madame Rossini me acomodo sobre un taburete ante el peinador y le tendí el móvil Xemerius desplego las alas de murciélago, me paso por encima aleteando y efectuó un aterrizaje un poco accidentado justo ante la cabeza de porcelana con la peluca.
—Supongo que ya sabes lo que corre habitualmente por estos postizos, ?no? —Echo la cabeza hacia atrás y contempló la torre empolvada del blanco—. Ladillas seguro. Polillas, probablemente. Y a veces también cosas peores. —Levantó teatralmente las patas—. Solo pronunciare un nombre: TARáNTULA.
Reprimí un comentario sobre la anticuadas que resultaban en nuestros tiempos esas leyendas urbanas y bostece ostensiblemente.
Xemerius puso las patas en jarras.
—?Es verdad! —exclamó—. Y no solo deberías estar pendiente de las ara?as, sino también de determinadas condes; te lo digo por si tu entusiasmo por los trapitos te lo ha hecho olvidar.
En eso, por desgracia, tenía razón; pero ese día, recién recuperada de mi enfermedad e inmediatamente declarada apta para el baile por los Vigilantes, solo quería una cosa: pensar positivamente. ?Y qué lugar podía haber más apropiado que el taller de madame Rossini?
Dirigí una mirada severa a Xemerius y deslice la vista por los colgadores repletos. Cada vestido era más bonito que el anterior.
—?No tendrá por casualidad algo verde? —pregunte esperanzada, pensando en la fiesta de Cynthia y en los disfraces de marciano que Leslie había ideado para nosotras ?Solo necesitamos bolsas de basura verdes. Unos limpiadores de pipa, latas de conserva vacías y unas cuantas bolas de porexpán —había dicho—. Con una grapadora y una pistola para pegamento nos convertiremos en un abrir y cerrar de ojos en unos marcianos vintage superguays. En obras de arte moderno, podríamos decir. Y no nos costara ni un penique. ?
—?Verde? Mais oui —dijo madame Rossini—. Cuando todos pensaban aún que la palo de escoba pelirroja viajaría en el tiempo, utilice muchos tonos verdes porque combinaban a la perfección con los cabellos rojos, y naturalmente también con los ojos verdes del joven rebelde.
—Oh. Oh —dijo Xemerius amenazándola con la zarpa—. ?Zona prohibida, querida, peligro de accidente!
Y tenía razón. Definitivamente, el joven gusano rebelde no formaba parte de la lista de cosas positivas en las que quería pensar. (Aunque, si al final Gideon se dejaba caer por la fiesta con Charlotte, yo no iba a pasearme por allí enfundad en unas bolsas de basura, pensara lo que pensara Leslie sobre lo que es guay y sobre el arte moderno.)
Madame Rossini cepillo mis largos cabellos y me los ato en la coronilla con una goma para el pelo.
—Esta noche, por cierto, también ira de verde, en verde mar oscuro; he estado horas dándole vueltas a la cabeza para elegir la tela de modo que vuestros colores desentonaran. Y al final he vuelto a comprobar todo otra vez a la luz de las velas. Absolument onirique. Juntos pareciese el rey y la reina de los mares.
—Absolinmong —grazno Xemerius—. Y si no os Moris antes, tendréis muchos principios y princesitas de los mares.
Suspire. ?No debería estar en casa vigilando a Charlotte? Peo Xemerius no quiso renunciar de ningún modo a acompa?arme a Temple y de alguna manera aquello también era un detalle por su parte. Xemerius sabía muy bien que ese baile me daba miedo.
Madame Rossini arrugo la frente, concentrada, mientras me dividía el cabello en tres tiras y formaba con ellas una trenza, que fijo luego con un mo?o de alfileres.
—?Verde, dices? Déjame que piense. Tenemos pog ejemplo, un vestido de montar para finales del siglo XVIII de terciopelo verde, y demás (?oh! Ese me quedo superbe) un traje de noche de 1922, seda verde Nilo con sombgego a juego y de bogso, trés chic. Y también copié algunos vestidos de Balenciaga que llevo Grace Kelly en los sesenta. La joya de la corona es un vestido de baile del color de las hojas del rosal. También te sentaría de maravilla.
Levante la peluca con cuidado. Blanco nieve y adornado con cintas azules, y flores de brocado. Me recordaba un poco a un pastel de boda de varios pisos. Incluso despedía una aroma a vainilla y naranjas. Habitualmente, madame Rossini me encasqueto el pastel sobre el nido de pájaros de mi coronilla, y cuando volví a mirarme en el espejo, apenas pude reconocerme a mí misma.