—Maldita sea, Gwendolyn —dijo con los dientes apretados—. ?Y tú te has atenido a la verdad en un trato conmigo? ?No crees que ha sido justo lo contrario, que me has mentido siempre que te ha convenido?
Mientras buscaba una respuesta —Gideon era realmente un maestro en dar vuelta a las cosas—. Noté la ya familiar sensación de vértigo, pero esta vez más fuerte que en ninguna de las otras ocasiones. Asustada, apreté a Anna Karenina contra mi pecho. Para agarrar la cesta seguramente ya era demasiado tarde.
—Aunque te dejaste besar, nunca confiaste en mí —Oí que decía Gideon.
Y el resto ya no lo oí, porque un instante después aterrice en el presente y tuve que concentrar todas mis energías en no vomitar sobre los zapatos de míster Marley.
Cuando por fin conseguí controlar mi estómago, vi que Gideon también había saltado de vuelta. Estaba apoyado con la espada contra la pared. De su rostro había desaparecido todo rostro de ira, y sonreía melancólicamente.
—Me encantaría asistir alguna vez a una de vuestras partidas de póquer, soy bastante bueno echándome faroles.
Y, acto seguido, abandono la habitación sin mirarnos.
De las actas de la inquisición del padre dominicano Gian Petro Baribi.
Archivo de la biblioteca Universitaria de Padua.
(Descifrado, traducido y adaptado por el doctor M.Giordano)
25 de Junio de 1542, sigo investigando en el convento S. El caso de la Joven Elisabetta, que, según su propio padre, lleva en su seno el hijo de un demonio. En mi informe al superior de la congregación no he ocultado mis dudas sobre la valides de esta afirmación, ya que sospecho que M. —Por expresarlo benévolamente— posé cierta propensión a las transfiguraciones religiosas y asentirse llamado por Dios Nuestro Se?or a erradicar el mal de este Mundo, y al parecer prefiere culpar a su hija de brujería antes que aceptar que su conducta no responde con sus expectativas. Pero ya he mencionado en otro lugar sus buenas relaciones con R. M., y si influencia en esta región en considerable, por lo que aún no podemos dar el caso por cerrado. La toma de declaración de los testigos fue un auténtico escarnio. Dos jóvenes compa?eras de escuela de Elisabetta confirmaron la declaración del conde sobre la aparición de un demonio en el jardín del convento. La peque?a Sofía —que no pudo explicar de una forma realmente creíble por que se encontraba por casualidad a medianoche oculta en un matorral en el jardín— describió a un gigante con cuernos, ojos como brasas y pies equinos, que curiosamente toco una serenata para Elisabetta con un violín antes de deshonrarla. La otra testigo, una amiga íntima de Elisabetta, me produjo, en cambio, la impresión de ser una persona mucho más razonable. Hablo de un joven bien vestido y de elevada estatura, que sedujo a Elisabetta con hermosas palabras. Según dijo, este personaje surgió de la nada y luego de disolverse de nuevo en el aire, algo que, sin embargo, ella ya no llego a ver. Elisabetta por su parte, me confió que el joven que supero con tanta facilidad los obstáculo que representaban los muros del convento no tenía cuernos ni pies equinos, sino que procedía de una familia respetable, y que incluso sabía su nombre. Ya estaba celebrando la oportunidad que se me presentaba de poner término a este asunto y llegar a una conclusión cuando a?adió que, por desgracia, no podía establecer contacto con el por qué había llegado a ella volando desde el futuro, para ser exactos desde el a?os del Se?or de 1723. Confió en que se comprenda mi desesperación ante el estado mental de las personas que me rodean, y solo espero que el superior de la Congregación reclame lo más pronto posible mi vuelta a Florencia, donde me aguardan casos auténticos.
Capítulo VIII
Resplandecientes aves del paraíso, flores y hojas en tonos azules y plateados trepaban por el corpi?o de brocado, las magas y la falda eran de una pesada seda azul nocturno que con cada paso que daba crujía y susurraba como el mar en un día tormento. Estaba claro que cualquiera habría parecido una princesa con ese vestido, pero de todos modos me quedé asombrada al contemplar mi imagen en el espejo.
—?Es… increíblemente bonito! —murmure con reverencia.
Xemerius, que estaba sobre un retal de brocado junto a la máquina de coser hurgándose la nariz, lanzo un resoplido.
—?Chicas! —dijo—. Primero se defienden con u?as y dientes para no ir al baile, y en cuanto les ponen cuatro trapos encima casi se hacen pis de la emoción.
Le ignoré y me volví hacia la creadora de la obra maestra.
—Pero el otro vestido también era perfecto, madame Rossini.
—Si lo sé. —Sonrió satisfecha—. Podemos utilizarlo en otra ocasión si quieres.
—?Madame Rossini, es usted una artista! —dije con fervor.
—N′est-ce pas? —Me gui?o un ojo—. Y como artista una está autorizada a cambiar de opinión. El otro vestido en conjunto me pareció demasiado pálido con la peluca blanca; una tez como la tuya requiere fuertes… comment on dit? ?Contrastes!