Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—?Quééé?

Mister Marley se mostró visiblemente aliviado cuando en la entrada nos tropezamos con mister Whitman, que como siempre parecía una estrella de cine desfilando por la alfombra roja. Por lo visto, también él acababa de llegar, porque en ese momento se quitó el abrigo con su característica elegancia y se sacudió las gotas de lluvia de su espesa cabellera, mientras nos sonreía mostrando su perfecta y blanca dentadura. Solo faltaba la tormenta de flashes. Si hubiera sido Cynthia, seguro que me habría quedado mirando embobada, pero yo estaba totalmente inmunizada contra su apostura y su encanto personal (que conmigo utilizaba solo esporádicamente). Y aparte de eso Xemerius se había colocado a su espalda y estaba haciendo muecas poniéndole orejas de burro.

—Gwendolyn, me han dicho que ya te encuentras mejor —quiso saber mister Whitman.

?Y quién demonios le había dicho eso?

—Un poco —respondí, y para desviar la conversación de mi inexistente enfermedad y porque iba lanzada, seguí hablando a toda velocidad—. Ahora mismo le estaba preguntando a mister Marley por mi arca. Tal vez usted pueda decirme cuándo me la devolverán y por qué motivo se la han llevado.

—?Bien! La mejor defensa es un buen ataque —me animó Xemerius—. Ya veo que aquí te las arreglas sin mí, de modo que volaré a casa para le… para ver cómo están las cosas. See you later, alligátor, ?je, je!

Mister Marley se puso a recitar otra vez su texto con pausas entre medias:

—Yo… nosotros… información errónea.

Mister Whitman chasqueó la lengua con aire irritado. A su lado mister Marley parecía aún más torpe y desma?ado de lo habitual.

—Marley, puede tomarse un descanso para almorzar.

—Bien, sir. Descanso para almorzar, sir. —Faltó poco para que mister Marley entrechocara los talones.

—Tu prima sospecha que te encuentras en posesión de un objeto que no te pertenece —continuó mister Whitman dirigiéndome una mirada que daba escalofríos después de que mister Marley se hubiera marchado a toda prisa.

Leslie le había puesto a mister Whitman el mote de Ardilla por sus bonitos ojos marrones, pero en ese momento no había forma de descubrir en ellos nada tierno ni gracioso, ni tampoco el menor asomo de esa calidez que supuestamente siempre tienen los ojos marrones. Bajo su mirada, mi espíritu de contradicción corrió a refugiarse en el rincón más apartado de mi personalidad, y de repente deseé que mister Marley se hubiera quedado. Resultaba mucho más agradable pelearse con él que con mister Whitman. Ese hombre era tan difícil de enga?ar… probablemente se debía a su experiencia como maestro. Pero de todos modos lo intenté.

—Supongo que Charlotte se siente un poco excluida —murmuré con la vista baja—. No es nada fácil para ella y por eso tal vez se invente cosas que le puedan proporcionar otra vez… un poco de atención.

—Sí, los demás opinan lo mismo —dijo mister Whitman pensativamente—; pero yo tengo a Charlotte por una muchacha con una personalidad bien formada que no necesita ese tipo de cosas. —Inclinó su cabeza hacia mí y se acercó tanto que pude oler su after-shave—. Si su sospecha llegara a confirmarse… Bien, no estoy seguro de que seas realmente consciente del alcance de tu comportamiento.

Sí, bueno, supongo que en eso ya éramos dos. Me costó cierto esfuerzo volver a mirarle a los ojos.

—?Puedo preguntar al menos de qué objeto se trata? —pregunté tímidamente.

Mister Whitman enarcó una ceja, y acto seguido, para mi sorpresa, sonrió.

—Desde luego existe la posibilidad de que te haya infravalorado, Gwendolyn. ?Pero ese no es motivo para que tú misma te sobrevalores!

Durante unos segundos nos miramos fijamente a los ojos, y de repente me sentí muy cansada de todo ese jueguecito. ?Qué sentido tenía eso en realidad? ?Qué pasaría, de hecho, si les devolvía el cronógrafo a los Vigilantes sin más Vigilantes sin más complicaciones y dejaba que las cosas siguieran su curso? En algún lugar de mi cabeza oí decir a Leslie: ?Y ahora hazme el favor de dominarte de una vez?, pero ?para qué iba a hacerlo? El hecho era que seguía dando palos de ciego en todo ese asunto, y no había conseguido avanzar ni u paso. Mister Whitman tenía razón: me había sobrevalorado y lo único que hacía era empeorar las cosas. Ni siquiera sabía exactamente por qué me preocupaba tanto de todos esos problemas que me destrozaban los nervios. ?No sería perfecto renunciar a esa responsabilidad y dejar que otros tomaran las decisiones?

—?Y bien? —Pregunto míster Whitman con suavidad, y ahora si podía percibirse un brillo cálido en sus ojos—. ?Quieres decirme algo, Gwendolyn?

Quién sabe si al final no lo habría hecho si en ese instante no hubiera aparecido míster George y con sus palabras ?Gwendolyn, ?Dónde te has mentido?? hubiera puesto fin a mi momento de debilidad.