Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

Pero también el ensayo de un tal doctor M. Giordano (no creo que fuera una casualidad, ?no?) con el título ?El conde de Saint Germain, viajero del tiempo y visionario ? Análisis de fuentes a partir de cartas y actas de la Inquisición?, publicado en 1992 en una revista especializada en la investigación histórica, empezaba con una frase tipo gusano de ocho líneas de largo que no invitaba precisamente a seguir leyendo.

Por lo visto, Xemerius pensaba lo mismo que yo, porque vociferó ??Qué aburrido!?, de manera que también me lo salté y fui pasando páginas hasta llegar al punto en que Lucas había recopilado todos los verso y rimas. Algunos ya los conocía de antes, pero incluso los que eran nuevos para mí me parecieron confusos, cargados de símbolos y abiertos a muchas interpretaciones, como las visiones de la tía Maddy. Las palabras ?muerte? e ?inmortal? estaban sobrerepresentadas, asociadas con frecuencia a ?suerte? y ?fatal?.

—Bueno, está claro que no son de Goethe —opinó también Xemerius—. Parece como si unos cuantos borrachos se hubieran reunido para inventar rimas cuanto más crípticas mejor. A ver, chicos, pensemos un poco, ?qué rima con citrina? ?Harina, piscina, gomina? No, será mejor que pongamos sibilina, hips, suena mucho más misterioso.

Me eché a reír. Realmente aquellos versos eran lo último. Pero estaba segura de que Leslie se lanzaría sobre ellos entusiasmada; le encantaba todo lo críptico, y estaba firmemente convencida de que la lectura de Anna Karenina nos haría dar un paso de gigante en nuestras investigaciones.

?Este es el inicio de una nueva era —anunció dramáticamente esta ma?ana blandiendo el libro—. Quién posee el conocimiento, también posee el poder. —Aquí vaciló un momento—. Es de una película, pero en este momento no recuerdo cuál. Tanto da, el hecho es que ahora podremos llegar por fin al fondo de este asunto.?

Tal vez tuviera razón, pero el caso es que ahora, sentada en el sofá verde en el a?o 1953, no me sentía ni un ápice más poderosa o sabía que antes, sino sencillamente terriblemente sola. Cómo me habría gustado poder tener a Leslie a mi lado… o a Xemerius.

Pasando las hojas, al azar, tropecé con el fragmento de que había hablado mister Marley. Efectivamente, en octubre de 1782, había una entrada en los Anales con el siguiente texto: ?… y así el conde nos exhortó una vez más, antes de su partida, a reducir al máximo también en el futuro el contacto de los viajeros del tiempo femeninos, y en especial de la nacida en último lugar Rubí, con el poder de los misterios, y a no menospreciar nunca la fuerza destructora de la curiosidad femenina?. Sí, desde luego. No me costaba nada creer que el conde hubiera dicho eso; de hecho, ya podía oír su voz: ?La fuerza destructora de la curiosidad femenina…?. Pfff.

De todos modos, eso tampoco me aclaraba nada con respecto al baile —que por desgracia solo se había aplazado pero no anulado—; aparte de que toda esa verborrea al estilo Vigilantes no me daba precisamente ganas de encontrarme de nuevo frente al conde.

Un poco más inquieta aún que antes, me dediqué al estudio de las Reglas de oro. Ahí se hablaba mucho del honor y la conciencia del deber y de la obligación de no hacer nada en el pasado que pudiera cambiar el futuro. Supongo que yo había infringido en cada uno de mis viajes la regla número cuatro: ?No se puede transportar ningún objeto de una época a otra?. Y también la regla número cinco: ?No se debe influir nunca en el destino de los hombres en el pasado?. Dejé caer el libro en mi regazo y me mordisqueé pensativamente el labio inferior. Tal vez Charlotte tenía razón y yo era una especie de infractora de reglas recalcitrante por norma. ?Habrían registrado entretanto los Vigilantes mi habitación de arriba abajo? ?O incluso toda la casa, con perros rastreadores y detectores de metal? En todo caso, no tenía la sensación de que nuestra peque?a maniobra de distracción hubiera socavado seriamente la credibilidad de Charlotte.

Aunque mister Marley parecía un poco trastornado cuando vino a recogerme a casa. Le costaba muchísimo mirarme a los ojos, por más que tratara de hacer como si no hubiera pasado nada.

—Probablemente se avergüenza —opinó Xemerius—. Me habría encantado ver su cara de bobo cuando abrió el arca y encontró los libros. Espero que con el susto dejara caer la palanqueta y le diera en el pie.

Sí, tenía que haber sido un momento de decepción para mister Marley. Y para Charlotte, naturalmente. Pero estaba segura de que no se rendiría tan pronto.

De todos modos, de camino en coche al cuartel general mister Marley trató de iniciar una conversación aparentemente relajada, sin duda para ocultar sus sentimientos de culpa, y mientras abría un paraguas negro sobre mi cabeza preguntó en tono animado:

—Hace fresco hoy, ?verdad?

Realmente aquello era demasiado estúpido, de modo que repliqué jocosamente:

—Sí. ?Y cuándo me devolverán el arca?

Lo único que se le ocurrió a modo de respuesta fue ponerse como un tomate.

—?Puedo recuperar al menos mis libros, o es que todavía están buscando huellas digitales?

No, la verdad es que no sentía ninguna lástima por él.

—Nosotros… por desgracia… tal vez… un error —tartamudeó, y Xemerius y yo preguntamos al unísono: