Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

Asentí de nuevo e hice grandes esfuerzos para no romper a llorar.

—Oh, vamos, cuervito. Tú deberías saber mejor que nadie que la muerte forma parte de la vida. —Lucas me dio unas palmaditas en el brazo—. Aunque me imagino que podemos contar con que tendré la decencia de aparecerme en espíritu en esta casa después de mi muerte. De hecho, podría ser perfectamente que necesitarás algo de apoyo.

—Sí, eso estaría bien —susurré—. Y sería horrible al mismo tiempo.

Los fantasmas que conocía no eran particularmente felices y yo estaba convencida de que habrían preferido estar en otro sitio. A ninguno le gustaba ser un espíritu. Ahora que lo pensaba, la mayoría ni siquiera creían que estaban muertos. No, ya estaba bien que el abuelito no fuera uno de ellos.

—?Cuándo tienes que volver? —me preguntó.

Levanté la cabeza y miré el reloj. ?Dios mío, cómo podía pasar tan deprisa el tiempo!

—Dentro de nueve minutos. Y tengo que elapsar en la habitación de la tía Glenda, porque en mi época he cerrado mi puerta por dentro.

—Podríamos intentar colarte en la habitación solo unos segundos antes —dijo Lucas—. Así desaparecerías antes de que llegaran a comprender realmente…

En ese momento llamaron a la puerta.

—Lucas, ?estás ahí?

—?Escóndete! —susurró Lucas, pero yo ya había reaccionado. Temerariamente me lancé en plancha bajo el escritorio una fracción de segundo antes de que la puerta se abriera y entrara lady Arista. Solo podía ver sus pies y el dobladillo de su bata, pero su voz era inconfundible.

—?Qué haces aquí abajo en plena noche? ?Y esos sándwiches de atún? Ya sabes lo que dijo el doctor White.

Se dejó caer con un suspiro en el sillón que yo había calentado. Ahora mi marco de visión alcanzaba hasta sus hombros, que como siempre mantenía bien erguidos. ?Podría llegar a ver alguna parte de mi cuerpo si volvía la cabeza?

Lady Arista chasqueó la lengua.

—Charles ha venido a verme hace un momento. Afirma que Glenda ha amenazado con pegarle.

—Vaya por Dios. —La voz de Lucas sonaba sorprendentemente relajada—. Pobre muchacho. ?Y tú qué has hecho?

—Le he servido un vaso de whisky —respondió mi abuela soltando una risita. Contuve el aliento. ?Mi abuela soltando una risita? Era la primera vez que oía algo así. Ya nos quedábamos bastante asombrados cuando reía, pero lo de las risitas era un capítulo aparte. Aquello era más o menos como tratar de tocar una ópera de Wagner con una flauta dulce.

—?Y entonces se ha puesto a llorar! —dijo mi abuela con un desdén más propio de lady Arista—. Tras lo cual he sido yo la que ha tenido que beberse un vaso de whisky.

—Esa es mi chica.

Oí que mi abuelo reía bajito, y de pronto sentí como un calorcillo en el corazón. Los dos parecían felices juntos. (Bueno, al menos de cuello para abajo.) Y en ese momento me di cuenta de que en realidad no tenía ni idea de cómo había sido su matrimonio.

—A ver si la casa de Glenda y Charles se acaba de una vez —dijo lady Arista—. No parece que a nuestros hijos se les dé muy bien lo de encontrar pareja. La Jane de Harry es espantosamente aburrida. Charles es un blandengue. Y el Nicolas de Grace es más pobre que una rata.

—Pero la hace feliz, y eso es lo principal.

Lady Arista se levantó.

—Sí, la verdad es que de todos ellos Nicolas es el que menos motivos de queja me da. Habría sido mucho peor que Grace hubiera seguido con ese De Villiers cargado de ínfulas. —Pude ver cómo se estremecía—. De hecho, todos esos De Villiers son de una arrogancia insoportable. Solo espero que también Lucy entre en razón.

—Creo que Paul se aparta un poco del patrón. —El abuelito sonrió satisfecho—. Encuentro que es un joven muy simpático.

—Yo no lo creo; de tal palo, tal astilla. ?Subes conmigo?

—Me gustaría leer un ratito más…

Sí, y charlar un ratito más con la nieta del futuro, si no tenía inconveniente. Se me estaba acabando el tiempo. Desde donde estaba no podía ver el reloj, pero podía oír el tictac. ?Y no estaba empezando a notar de nuevo esa maldita sensación de vértigo en el vientre?

—?Anna Karenina? Un libro tan melancólico, ?verdad, mi amor? —Vi cómo las delgadas manos de mi abuela sujetaban el libro y lo abrían al azar. Seguramente Lucas estaba conteniendo el aliento igual que yo—. ??Realmente es posible comunicar a otro lo que uno siente?? Vaya, tal vez debería volver a leerlo, aunque esta vez con gafas.

—Primero lo leeré yo —dijo Lucas en tono decidido.

—Pero esta noche no.

Volvió a dejar el libro sobre la mesa y se inclinó hacia Lucas. No podía verlo bien, pero parecía que se estaban abrazando.

—Vendré dentro de unos minutos, morritos de miel —dijo Lucas, aunque hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho, porque al oír ?morritos de miel? (?por favor, estaba hablando con lady Arista!) di un respingo y mi cabeza chocó contra la bandeja del escritorio.

—?Qué ha sido eso? —preguntó mi abuela en tono áspero.