Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—No hagas tantos aspavientos —dijo Xemerius—. Hay ara?as veinte veces más grandes que esta.

—?Dónde? ?En el planeta Romulus? Muy bien, si tú lo dices… —Levanté el cronógrafo y lo coloqué en el armario encima del arca, me arrodillé delante y metí el dedo en el compartimento bajo el rubí—. Dentro de una hora y media volveré a estar aquí. Y tú mientras tanto podrías controlar la tarántula.

Agité la linterna de Nick en el aire para despedirme e inspiré hondo.

Xemerius se colocó dramáticamente la mano en el pecho.

—?Quieres marcharte ya? El día aún queda lejos…

—Cierra el pico, Julieta —dije, y apreté con fuerza el dedo contra la aguja.

En mi siguiente inspiración tenía franela en la boca. La escupí asqueada y encendí la linterna a toda prisa. Era una bata que colgaba directamente ante mi cara. De hecho, el armario estaba atiborrado de prendas de vestir que colgaban en dos filas, y tardé un rato en conseguir ponerme en pie en medio de toda esa ropa.

—?Has oído eso? —preguntó una voz de mujer fuera del armario.

Oh, no, por favor.

—?Qué ocurre, tesoro? —Era la voz de un hombre que sonaba muy amedrentada.

Yo, por mi parte, estaba tan asustada que era incapaz de moverme.

—?Hay luz en el armario ropero! —chilló la voz femenina, que sonaba justo lo contrario a amedrentada. Para ser más exactos, sonaba muy parecido a la de la tía Glenda.

?Mierda! Apagué la linterna y me retiré prudentemente hacia la segunda fila de ropa hasta que mi espalda topó contra la pared.

—Posiblemente…

—?No, Charles! —El tono era aún más autoritario que antes—. No estoy loca, si es eso lo que quieres decir.

—Pero yo…

—Había luz en el armario y ahora me harás el favor de levantarte y mirar a ver qué pasa. Si no, puedes ir a dormir a la habitación de costura. —Sin duda Charlotte había heredado el siseo de Glenda—. ?No, espera! No puede ser; si mistress Langdon te ve allí, le preguntará a mi madre si tenemos una crisis matrimonial, y eso ya sería lo último, porque yo no tengo ninguna crisis matrimonial, yo no, aunque tú sólo te casaras conmigo porque tu padre estaba interesado en el título.

—Pero, Glenda…

—?A mí no me enga?as! Hace nada lady Presdemere me explicó…

Y la tía Glenda se lanzó a escupir maldades contra el mundo o contra su desdichado marido, olvidándose por completo de la luz en el armario ropero. Por desgracia también se olvidó de que era noche cerrada, y siguió vociferando durante dos horas enteras. De Charles solo se oía de vez en cuando un atemorizado piar. La verdad es que no era extra?o que esos dos se hubieran separado; lo que había que preguntarse era cómo habían conseguido engendrar antes a la encantadora Charlotte.

En algún momento, Glenda reprochó a su marido que la estuviera privando de un sue?o bien merecido, seguido de lo cual crujieron los muelles de la cama y unos minutos más tarde se oyeron los primeros ronquidos. Bueno, si a algunos les funcionaba la leche con miel para el insomnio, en el caso de la tía Glenda parecía que había encontrado el remedio en otro lugar.

Maldiciendo a la tía Maddy y a su fenomenal memoria, esperé todavía media hora para asegurarme, y luego abrí con cuidado la puerta del armario. Al fin y al cabo no podía desperdiciar todo mi tiempo en ese cubículo; seguro que a esas horas el abuelo ya estaría muerto de preocupación. En la habitación había un poco más de luz que en el armario, la suficiente para reconocer los contornos de los muebles y no tropezar con nada.

Tan silenciosamente como pude, me deslicé hacia la puerta y bajé el picaporte. Y justo en ese momento la tía Glenda se incorporó de un brinco:

—?Ahí hay alguien! ?Charles!

No esperé a que el desgraciado de Charles se despertara o encendiera la luz; abrí la puerta de golpe y esprinté tan rápido como pude pasillo arriba y escaleras abajo, crucé el corredor del segundo piso a toda velocidad y seguí bajando sin prestar atención a los escalones que crujían. Yo misma no sabía muy bien hacia dónde corría, pero tenía una extra?a sensación de déjà-vu; ?no había vivido ya todo eso antes?

En el primer piso me di de bruces contra una figura, a la que, después del susto inicial, identifiqué como mi abuelo. Lucas me agarró del brazo sin decir palabra y me arrastró a la biblioteca.

—?Qué haces armando todo este escándalo? —susurró después de cerrar la puerta—. ?Y por qué llegas tan tarde? No sé cuánto rato llevo esperando ante el cuadro del tatatarabuelo Hugh. Ya empezaba a pensar que te había pasado algo.