—?Qué quieres decir?
Vi cómo la mano de Lucas barría de la mesa el libro de Anna Karenina.
—?Ese ruido!
—Yo no he oído nada —dijo Lucas, pero no pudo evitar que lady Arista se volviera hacia mí. Sin necesidad de verlo, pude sentir cómo sus ojos echaban chispas sobre la arrogante nariz mientras buscaba el origen del ruido.
?Y ahora qué?
Lucas carraspeó y le dio una fuerte bofetada al libro, que se deslizó por el suelo de parquet y se detuvo a medio metro del escritorio. Se me encogió el estómago al ver que lady Arista daba un paso hacia mí.
—Pero si es… —murmuró para sí lady Arista.
—Ahora o nunca —dijo Lucas, y supuse que se refería a mí. Con gesto decidido lancé atrevidamente el brazo hacia delante, atrapé el libro y lo apreté contra mi pecho. Mi abuela lanzó un grito de sorpresa, pero antes de que se agachara y me descubriera bajo el escritorio, sus zapatillas bordadas se desvanecieron ante mis ojos.
De vuelta al a?o 2011, salí reptando de debajo del escritorio con el corazón palpitante y agradecí a Dios que desde 1993 no hubieran movido el mueble de lado ni un centímetro.
Pobre lady Arista, después de haber visto cómo al escritorio le salían brazos y se comía un libro probablemente necesitaría otro whisky.
Yo, en cambio, solo necesitaba mi cama. Cuando Charlotte se interpuso en mi camino en el segundo piso, ni siquiera me sobresalté, como si mi corazón hubiera decidido que por ese día ya había tenido bastante emociones.
—He oído que estabas muy enferma y que tenías que guardar cama.
Encendió una linterna de bolsillo y me deslumbró con una cegadora luz de LED, lo que me hizo caer en la cuenta de que me había dejado olvidada la linterna de Nick en algún sitio en el a?o 1993. Seguramente en el armario empotrado.
—Exacto. Por lo visto me has contagiado —dije—. Parece que es una enfermedad que no te deja dormir por la noche. He ido a buscar algo para leer. ?Y tú qué haces? ?Entrenándote un poco?
—?Por qué no? —Charlotte se acercó un paso más y apuntó la linterna hacia mi libro—. ?Anna Karenina? ?No es un poco difícil para ti?
—?Tú crees? Bueno, entonces quizá será mejor que cambiemos. Yo te doy Anna Karenina y tú me prestas A la sombra de la colina de los vampiros.
Charlotte calló durante unos segundos desconcertada. Y luego volvió a deslumbrarme con la fría luz de la linterna.
—Ensé?ame lo que hay en esa arca y entonces tal vez pueda ayudarte a evitar lo peor, Gwenny.
?Vaya!, si también podía hablar en un tono completamente distinto, suave y meloso; casi parecía un poco preocupada.
Pasé a su lado (con los abdominales en tensión).
—?Olvídalo, Charlotte! Y mantente alejada de mi habitación, ?está claro?
—Si estoy en lo cierto, eres aún más tonta de lo que había imaginado.
Su voz sonaba otra vez como siempre. Aunque esperaba que me cortara el paso y —como mínimo— me diera una patada en la espinilla, me dejó marchar. Solo la luz de su linterna me persiguió todavía durante un trecho.
No se puede parar el tiempo, pero para el amor a veces se detiene.
Pearl S. Buck
Capítulo VII
Cuando llamaron a la puerta hacia las diez, me desperté sobresaltada de un sue?o profundo, aunque ya era la tercera vez que me despertaban esa ma?ana. La primera vez había sido a las siete, cuando mamá vino a interesarse por mi estado de salud (?Ya no tienes fiebre, eso demuestra que tienes una constitución fuerte. ?Ma?ana podrás volver a clase!?). La segunda vez, tres cuartos de hora más tarde, había sido Leslie, que dio un rodeo expresamente para venir a verme de camino a la escuela, porque de madrugada yo le había enviado un SMS:
Que el SMS no consistiera exclusivamente en una acumulación de letras sin sentido era algo que aún me maravillaba, porque, después de haber entrado en mi habitación cerrada, a través del alféizar de la ventana —a unos catorce metros por encima de la acera según mis cálculos—, estaba a punto de desmayarme de miedo y mis manos temblaban tanto que apenas podía acertar con las teclas. Había sido idea de Xemerius que trepara a la ventana de la habitación de Nick y me deslizara hasta la mía por el alféizar pegada a la pared de la casa; aunque su única contribución al éxito de la operación había consistido en aullar ??Sobre todo no mires abajo!? y ??Uau, qué alto está esto!?.
Leslie y yo solo habíamos tenido unos minutos de tiempo para hablar antes de que ella tuviera que irse a la escuela y yo me hubiera vuelto a dormir profundamente. Hasta que se oyeron voces fuera y una cabeza pelirroja asomó por la rendija de la puerta.
—Buenos días —dijo mister Marley en tono formal.
Xemerius, que estaba dormitando al pie de mi cama, se incorporó de un salto.
—?Qué hace aquí la alarma de incendios?