Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—En eso tiene razón. Está oscuro y es terriblemente aburrido.

—Eso está bien. No me gustaría que te ocurriera lo que a Lucy.

—Mamá, ?qué pasó exactamente?

No era la primera vez en las dos últimas semanas que le hacía esa pregunta sin obtener una respuesta satisfactoria.

—Pero si ya lo sabes. —Mamá volvió a acariciarme la cabeza—. ?Oh, mi pobre ratoncito! Si estás ardiendo de fiebre.

Le aparté la mano con suavidad. Sí, lo de que ardía era cierto, pero no de fiebre.

—Mamá, me gustaría saber qué pasó —dije.

Dudó un momento antes de explicar lo que hacía tiempo que ya sabía: que Lucy y Paul eran de la opinión que el círculo de sangre no debía cerrarse y que habían robado el cronógrafo y se habían escondido con él porque los Vigilantes no compartían su punto de vista.

—Y como era prácticamente imposible escapar a la red de espionaje de los Vigilantes (seguro que también tienen gente en Scotland Yard y en los servicios secretos), al final Lucy y Paul no tuvieron más remedio que saltar con el cronógrafo al pasado no se sabe a ciencia cierta a qué a?o —seguí yo en su lugar, y levanté discretamente las mantas con los pies para refrescarme un poco.

—Eso es. Y créeme, no fue nada fácil para ellos dejarlo todo atrás —Mamá parecía a punto de echarse a llorar.

—Sí, pero ?por qué opinaban que el círculo de sangre no debía cerrarse?

?Por Dios, no había quien soportara ese calor! ?Por qué no me había limitado a decir que tenía escalofríos?

Mamá se quedó mirando al vacío.

—Solo sé que no se fiaban de las intenciones del conde de Saint Germain —continuó— y que estaban convencidos de que el secreto de los Vigilantes estaba basado en una mentira. Hoy me arrepiento de no haber querido saber más… pero creo que a Lucy ya le parecía bien así. No quería ponerme en peligro a mí también.

—Los Vigilantes creen que el secreto del círculo de sangre es una especie de remedio milagroso. Una medicina que curará todas las enfermedades de la humanidad —dije, y por la cara que puso mamá comprendí que aquella información no constituía ninguna novedad para ella—. ?Por qué iban a querer impedir Lucy y Paul que se encontrara un remedio así? ?Por qué Lucy y Paul iban a estar en contra?

—Porque… el precio que había que pagar les parecía demasiado alto —respondió mamá en un susurro. Una lágrima brotó de sus ojos y resbaló por su mejilla. Se apresuró a secársela con el dorso de la mano y se levantó—. Trata de dormir un poco, tesoro —dijo recuperada su voz normal—. Seguro que pronto se te pasará el frío. Dormir es siempre la mejor medicina.

—Buenas noches, mamá.

En otras circunstancias seguro que habría seguido acribillándola a preguntas, pero en ese momento apenas podía esperar a que la puerta de mi habitación se cerrara tras ella. En cuanto salió, aparté las mantas de un tirón y abrí la ventana tan deprisa que asusté a dos palomas (?o palomas fantasma?) que se habían instalado en el alféizar. Cuando Ximerius volvió de su vuelo de control por la casa, ya me había cambiado mi pijama empapado de sudor por uno nuevo.

—Todos están en sus camas, incluida Charlotte, pero ella mira al techo con los ojos bien abiertos y hace estiramientos para las pantorrillas —informó Xemerius—. Uf, pareces una langosta.

—Y también me siento como una langosta.

Lancé un suspiro y fui a echar el cerrojo. Nadie, y menos que nadie Charlotte, debía entrar en mi habitación mientras estuviera fuera. No tenía ni idea de lo que se proponía hacer con sus pantorrillas distendidas, pero en todo caso no debía entrar de ningún modo en la habitación.

Abrí el armario empotrado y respiré hondo. Era un ejercicio extremadamente fatigoso avanzar reptando por ese agujero hasta llegar al cocodrilo, en cuyo vientre descansaba el cronógrafo instalado en su lecho de virutas. Por el camino, mi pijama limpio se ti?ó de un gris sucio en toda la parte delantera y se me quedaron pegadas un montón de telara?as. Realmente repugnante.

—Tienes… una cosita aquí —dijo Xemerius se?alándome el pecho cuando salí arrastrándome del agujero con el cronógrafo en brazos. La cosita resultó ser una ara?a tan grande como la palma de la mano de Caroline. (O casi.) Tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir un grito que no solo habría despertado a todos los habitantes de la casa, sino al barrio entero. La ara?a corrió a buscar refugio bajo la cama. (Es increíble lo rápido que se puede correr con ocho patas.)

—?Puaj! —repetí durante un minuto más o menos, y luego empecé a ajustar el cronógrafo estremeciéndome todavía de asco.