—Ahora parezco una mezcla de María Antonieta y mi abuela —dije. Y con estas cejas oscuras, también tengo un punto de pirata Barbanegra disfrazada de mujer.
—Tonterías —me contradijo madame Rossini mientras fijaba la peluca con unas horquillas enormes, las cuales parecían peque?os pu?ales, con esas piedras de vidrio brillantes en el extremo que centellaban como estrellas azules en la estructura rizada—. Es una cuestión de contrastes, cuellecito de cisne, los contrastes son lo más importante. —Se?alo la caja de maquillaje abierta que se encontraba sobre la cómoda—. Y ahora a?adimos el make-up (los smokey eyes también estaban muy en vogue en el siglo XVIII a la luz de las velas), un toque de polvos, et parfaitement! ?Una vez más serás la más hermosa de la fiesta!
Lo que naturalmente ella no podía saber ya que nunca había estado presente para verlo.
—?E s usted tan cari?osa conmigo, madama Rossini! —Le sonreí—. ?Y usted es la mejor! Deberían concederle un Oscar al mejor vestuario.
—Lo sé —dijo madame Rossini modestamente.
—?Lo importante es que entres con la cabeza por delante y luego salgas con la cabeza por delante, tocinito de cielo!
Madame Rossini me acompa?o hasta la limosina y me ayudo a subir al coche. Me sentía un poco como Margue Simpson, solo que mi torre de pero era blanca y no azul y, por suerte, el techo del coche era bastante alto.
—Paree increíble que una persona tan delgada pueda necesitar tanto espacio —dijo míster George sonriendo cuando por fin conseguí extender ordenadamente mi falda sobre el asiento.
—Sí, ?verdad? Para andar con estos vestidos se debería solicitar un código postal propio.
Para despedirse, madame Rossini me lanzo un gracioso besito con la mano. ?Esa mujer era realmente un encanto! En su presencia siempre me olvidaba por completo de a horrorosa que era mi vida en realidad.
El coche arranco y en el mismo instante la puerta del cuartel general de los Vigilantes e abrió de golpe y Giordano salió disparado del edificio. Es cejas afeitadas estaban en posición vertical y bajo su bronceado artificial debía estar pálido como un muerto. Su boca morcillón se abrí y se cerraba sin parar, lo que le daba un aspecto de pez abisal amenazado de muerte. Afortunadamente, no pude oír lo que le decía a madame Rossini, pero podía imaginarme. ?Un desastre de muchacha. Ni idea de historia ni de bailar el minué. Hará que nos avergoncemos con su falta de juicio. Una vergüenza para la humanidad.?
Madame Rossini le dirigió una sonrisa almibarada y le dijo algo que le hizo cerrar bruscamente su boca de pez. Por desgracia, los perdí de vista cuando el conductor giro para entrar en el callejón que conducía a Strand.
Sonriendo, me recline en el asiento, pero durante el viaje mi optimista estado de ánimo se diluyo rápidamente y me fui sintiendo cada vez más nerviosa y asustada. Todo me daba miedo: la incertidumbre sobre lo que podía pasar, la presencia de tantas personas, las miradas, las preguntas, el baile y, sobre todo, naturalmente, mi nuevo encuentro con el conde. Esa noche sin ir más lejos esos miedos me habían perseguido en sue?os, de modo que ya podía darme por satisfecha por haber so?ado unas historias particularmente embrolladas: había tropezado con mi propia falda y había caído rodando por unas enormes escaleras para aterrizar directamente ante los pies del conde de Saint German, —sin tocarme— e había ayudado a levantarme sujetándome por la garganta. Mientras lo hacía gritaba extra?amente con la voz de Charlotte: ?Eres una vergüenza para toda la familia?. Y junto a él estaba míster Marley, que sostenía en alto la mochila de Leslie y decía en tono de reproche: ?Solo queda una libra veinte en la Oystercard?.
?Qué injusto. ?Si acabada de hacer un ingreso!?, me había dicho Leslie por la ma?ana, partiéndose de risa cuando le esplique mi sue?o en la clase de geografía.
Aunque la verdad es que tampoco había que ir muy lejos para saber de dónde venía aquello: el día anterior le habían robado la mochila después de salir de la escuela, justo en el momento en que iba a subir al autobús. Se la había arrancado brutalmente de la espalda un hombre joven que según Leslie podía correr todavía más rápido que Dwain Chambers.