Mis ideas sobre los bailes eran bastantes vagas. Y sobre los bailes históricos prácticamente inexistentes. Por eso no es de extra?ar que, después de la visión de la tía Maddy y de mis sue?os de esa ma?ana, esperara una mezcla de Lo que el viento se llevó y las fabulosas fiestas de María Antonieta, en las que la parte más bonita hacia sido que en el sue?o yo me parecía asombrosamente a Kristen Dunst.
Pero antes de que pudiera verificar si mis ideas coincidían con la realidad teníamos que salir del sótano. (?Otra vez! Solo esperaba que mis pantorrillas no sufrieran da?os permanentes después de todo ese subir y bajar.)
A pesar de todas mis críticas a los Vigilantes, tengo reconocer que esta vez habían organizado bien las cosas. Falk había ajustado el cronógrafo de modo que el baile que se celebraba sobre nosotros hacia horas que había comenzado.
Me sentí infinitamente aliviada al ver que no habría ningún desfile de invitados ante los anfitriones. En secreto tenía un miedo horrible a que a nuestra llegada un maestro de ceremonias golpeara el suelo con un bastón y nos anunciara pronunciado nuestro nombre falso en voz alta. O peor aún, que dijera la verdad ?ladies and gentlemen, clonc, clonc. Gideon de Villiers y Gwendolyn Shepherd, impostores del siglo XIX. ?Presten atención al hecho de que su corsé y su miri?aque no están fabricados con barba de ballena sino con fibra de carbono de alta tecnología! ?Y, además, sus se?orías han entrado en la casa a través del sótano! ?
Que en ese caso, por cierto, era particularmente oscuro, de modo que, por desgracia, me vi obligada a darle la mano a Gideon, porque si no mi vestido y yo no habríamos conseguido llegar sanos y salvos arriba. Solo en la parte delantera del sótano, donde en mi instituto el corredor se desviaba hacia las sala de la mediateca, aparecieron algunas antorchas que proyectaban su luz vacilante sobre las paredes. Por lo que se veía, habían decidido instalar ahí las cámaras para guardar las provisiones, lo que, en vista del frio que hacía, sin duda era una elección acertada. Por pura curiosidad eche una ojeada a una de las salas adyacentes, me quede estupefacta. ?Nunca en mi vida había visto tales cantidades de comida! Al parecer, después del baile había celebrarse una especie de banquete, porque las mesas y el suelo estaban cubiertos de infinidad de bandejas, fuentes y grandes tinas llenas con las más curiosos alimentos, muchos de ellos con una presentación extraordinariamente sofisticada y envueltos en una especie de oscilante budín transparente descubrí grandes cantidades de platos de carne preparados, que definitivamente olían demasiado fuerte para mi gusto, y además una impresionante variedad de dulces de todas las formas y tama?os y una figura de cisne dorado elaborada con sorprendente realismo.
—?Uy mira, también ponen a enfriar la decoración de la mesa! —susurre.
Gideon tiro de mí hacia delante.
—?No es ninguna decoración, es un cisne de verdad! Lo llaman plato de exhibición —me explico en susurros, pero casi simultáneamente se estremeció y por desgracia, tengo que reconocerlo, a mí se me escapo un grito.
Detrás de una tarta de unos diecinueve pisos de altura con dos ruise?ores (muertos) como remate, había surgido de las sombras una figura que ahora se dirigía en silencio hacia nosotros con la espada desenvainada.
Era Rakoczy, que con sus dramáticas entradas en escena seguro que habría podido ganarse la vida en el pasaje del terror de cualquier parque de atracciones. La mano derecha del conde nos saludó con voz ronca.
—Seguidme —murmuro luego.
Mientras yo trataba de recuperarme del susto, Gideon pregunto enojado:
—?No debería haber venido a recogernos hace rato?
Rakoczy prefirió eludir el tema lo que no me sorprendió especialmente. Era justo el tipo persona incapaz de reconocer un error.
Sin decir palabra, cogió una antorcha del soporte, nos hizo una se?a y se deslizo por un pasadizo lateral que conducía a una escalera.
Una música de violines y un rumor de voces llegaron hasta nuestros oídos y se fueron haciendo cada vez más intensos, hasta que, poco antes de llegar al final de la escalera, Rakoczy se despidió de nosotros diciendo:
—Desde la sombra velaré por vosotros con mi gente.
Luego desapareció, silencioso como un leopardo.
—Supongo que no ha recibido invitación —dije bromeando, aunque en realidad la idea de que en cada esquina oscura podía estar espiándonos alguno de los hombres de Rakoczy me ponía los pelos de punta.
—Naturalmente que está invitado, pero supongo que no quiere separase de su espada, y en la sala de baile no están permitidas. —Gideon me repasó con la mirada—. ?Aún tienes telara?as en el vestido?
Le miré indignada.
—No, pero tal vez tú tengas alguna en el cerebro —repliqué.
Pasé a su lado y abrí la puerta con cuidado.