A esas altura ya estábamos bastantes escaldadas por lo que hacía a los Vigilantes. Y tampoco esperábamos otra cosa de Charlotte, que sin duda se ocultaba (indirectamente) detrás de aquello. Aunque así y todo encontramos el método… digamos… un poco burdo. Pero, por si aún nos faltaba una prueba, esta nos la proporciono el hecho de que la mujer que estaba junto a Leslie llevaba un bolso de Hermés. Quiero decir que, con la mano en el corazón, ?a qué ladrón, por poco bueno que sea, se le va ocurrir robar una mochila destrozada en lugar de un Hermés.?
Según Xemerius, el día anterior Charlotte había registrado mi habitación en busca del cronógrafo en cuanto yo salí de asa y no dejo ni un rincón por resolver. Incluso miro debajo de la almohada (un escondite francamente original). Al final, después de una meticulosa inspección de mi armario, descubrió la placa de cartón enyesado suelta y repto hasta el trastero sin una sonrisa triunfal dibujada en el rostro(en palabras de Xemerius), sin que la presencia de la hermana de mi peque?a amiga la ara?a (también en palabras de Xemerius) la intimidara lo más mínimo. Y tampoco tuvo ningún reparo en hundir las manos en las tripas del cocodrilo.
Bueno. Si lo hubiera hecho un día antes aun le habría servido de algo, pero, como decía siempre lady Arista, la vida castiga a los que llegan tarde. De modo que después de salir gateando, frustrada, de mi armario Charlotte apunto hacia Leslie, lo que le costó la mochila a mi amiga. El resultado era que los Vigilantes se encontraban en posesión de una Oystercard recién recargada, una carpetita, un lipgloss tono cherry y unos libros de la biblioteca sobre la expansión del delta del Ganges oriental, pero de ninguno otra cosa.
Ni siquiera Charlotte, por más que lo había intentado, consiguió disimular el todo la derrota tras la habitual pose arrogante con que esa ma?ana se presentó a desayunar. Lady Arista, en cambio, tuvo al menos la grandeza de reconocer su error.
—El arca está de nuevo de camino a casa —explico fríamente—. Por lo que se ve, Charlotte tiene los nervios un poco alterados, tengo que admitir que me equivoque al conceder crédito a sus supo iones. Y ahora deberíamos dar este asunto por zanjado y cambiar de tema.
Aquello (en todo caso para lo que podía esperarse de lady Arista) era una disculpa en toda regla. Mientras Charlotte escuchaba esas palabras con el cuerpo en tensión y la mirada fija en el plato, los demás intercambiamos miradas cómplices y a continuación nos concentramos obedientemente en el único otro tema que se nos había ocurrido así de repente: el tiempo.
Solo tía Glenda, a la que le habían salido en el cuello unas manchas de un rojo intenso, se resistió dejar que Charlotte cargara con las culpas.
—Más bien deberías agradecerle que siempre se sienta responsable y esté atenta a todo, en lugar de hacerles reproches —no pudo evitar soltar—. ?Cómo es esa frase bonita? La flor del agradecimiento no dura más que un momento. Estoy convencida de que…
Pero no llegamos a saber de qué está convencida la tía Glenda, porque lady Arista le dijo con voz gélida:
—Si no quieres cambiar de tema, Glenda, naturalmente eres libre de abandonar la mes.
Lo que efectivamente hizo tía Glenda, acompa?ada de Charlotte, tras asegurar que ya no tenía hambre.
—?Todo va bien? —Míster George, que estaba sentado frente a mí (en realidad más bien oblicuamente frente a mi porque mi falda era tan ancha que ocupaba la mitad del coche) y hasta ese momento no había querido distraerme de mis pensamientos, me sonreía—. ?Te ha dado el doctor White algo contra el pánico escénico?
Sacudí la cabeza.
—No —dije—. Me daba demasiado miedo pensar que podía empezar a ver doble en el siglo XVIII —O algo peor, pero eso sería mejor que me lo callara; porque en el soirée del último domingo, en la que solo había podido conservar la calma gracias al ponche de lady Brompton, ese mismo ponche me había llevado a cantar ante un montón de invitados perplejos ?Memory? de Cats unos doscientos a?os antes de que Andrew Lloyd Webber la hubiera compuesto, y además había estado conversando ante todo el mundo con un fantasma, lo que seguro que no me habría ocurrido si hubiera estado sobria.
Habría confiado en que podría estar al menos unos minutos a solas con el doctor White para preguntarle por qué me había ayudado, pero solo había tenido ocasión de verlo cuando me había examinado en presencia de Falk de Villiers y, para alegría general, me había declarado curada. Y luego, cuando, al despedirme, le había hecho un gui?o cómplice, se había limitado arrugar la frente y preguntarme si se me había metido algo en el ojo. Suspire al recordarlo.
—No te preocupes —dijo míster George compasivamente—. Dentro de poco estarás otra vez aquí; piensa que antes de la cena ya lo abras dejado todo atrás.
—Pero hasta entonces puedo hacer un montón de cosas mal, o incluso desencadenar una crisis de alcance mundial. Pregúntele a Giordano. Una sonrisa equivocada, una reverencia equivocada, una información equivocada, ?y puf! El siglo XVIII en llamas.
Míster George rió.
—Bah, Giordano solo esta celoso. ?Mataría por viajar en el tiempo!
Acaricie la suave seda de mi falda y seguí las líneas bordadas con las puntas de los dedos.