Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

Miré a Xemerius.

—La he visto colocada en una pared lateral del pasadizo secreto que hay detrás del hombre gordo con patillas montado a caballo —dijo Xemerius—. Pero ?quién va a esconder secretos… tesoros a estas alturas en una aburrida arca? El cocodrilo me parece mucho más prometedor. ?Quién sabe con qué lo habrán rellenado? Yo voto por que lo rajemos.

Como el cocodrilo y yo ya nos conocíamos de antes, me opuse a su propuesta.

—Primero miraremos en esa caja. Lo del hueco en la pared no suena nada mal.

—?Suena aburriiido! —berreó Xemerius—. Probablemente, uno de tus antepasados escondió ahí el tabaco de pipa para que no lo vieran sus padres… —Por lo visto, se le había ocurrido una idea, porque de repente sonrió con malicia—. ?O el cuerpo descuartizado de una criada insolente!

—La caja está en el pasadizo secreto detrás del cuadro del tatatarabuelo Hugh —le expliqué a Nick—, pero…

Antes de que hubiera terminado la frase, mi hermano ya había dado media vuelta.

—?Voy corriendo a por mi linterna!

Lancé un suspiro.

—?Y ahora por qué suspiras otra vez? —Xemerius puso los ojos en blanco—. No veo qué problema hay en que nos acompa?e. Haré mi ronda rápidamente para asegurarme de que el resto de la familia sigue durmiendo —a?adió desplegando las alas—. No queremos que la fisgona de tu tía nos sorprenda in fraganti cuando encontremos los diamantes, ?verdad?

—?Qué diamantes?

—?Piensa en positivo por una vez! —Xemerius ya había salido volando—. ?Qué prefieres? ?Diamantes o los restos putrefactos de la criada insolente? Todo es cuestión de actitud. Nos encontraremos ante el gordo del jamelgo.

—?Estás hablando con un fantasma?

Nick, que había vuelto a aparecer detrás de mí, apagó la luz del pasillo y encendió su linterna.

Asentí con la cabeza. Nick nunca había puesto en duda que podía ver fantasmas, todo lo contrario: a los cuatro a?os (yo tenía ocho) ya me defendía con vehemencia cuando alguien no quería creerme como la tía Glenda, por ejemplo, que siempre se indignaba cuando iba con nosotros a Harrods y yo me ponía a hablar con el simpático portero uniformado de los grandes almacenes, mister Grizzle. Como mister Grizzle ya hacía cincuenta a?os que había muerto, naturalmente nadie podía comprender que me quedara allí parada y empezara a hablar sobre los Windsor (mister Grizzle era un ferviente admirador de la reina) y sobre lo húmedo que era ese junio (el tiempo era el segundo tema favorito de mister Grizzle). Algunas personas se reían, otras encontraban que los ni?os tenían una fantasía ?divina? (lo que la mayoría subrayaba revolviéndome el cabello) y otras sencillamente sacudían la cabeza, pero nadie se alteraba tanto como la tía Glenda. Abochornada por mi conducta, mi tía acostumbraba tirar de mí, se ponía a maldecir cuando yo plantaba los pies en el suelo, decía que debería tomar ejemplo de Charlotte (que, por cierto, ya por entonces era tan perfecta que no se le movía de sitio ni un pasador del pelo) y, lo más cruel de todo, me amenazaba con dejarme sin postre. Pero aunque sabía que cumpliría sus amenazas (y a mí me encantaban los postres en todas sus variantes, incluida la compota de ciruelas), no tenía valor para pasar ante mister Grizzle fingiendo que no le veía. En momentos así, Nick siempre trataba de ayudarme rogándole a la tía Glenda que me soltara porque el pobre mister Grizzle no tenía a nadie con quien charlar aparte de mí, y en cada ocasión la tía Glenda le dejaba fuera de combate con gran habilidad diciéndole con voz melosa: ?Ay, mi peque?o Nick, ?cuándo entenderás que tu hermana solo quiere llamar la atención? ?Los fantasmas no existen! ?O es que ves a alguno por aquí??. Y al final Nick siempre se veía obligado a sacudir tristemente la cabeza y la tía Glenda podía sonreír con aire triunfal.