El espejo del ba?o tenía mejor aspecto del que esperaba. Ni rastro de tuberculosis, por desgracia. Solo tenía los párpados algo hinchados, como si me hubiera pasado un poco con la sombra de ojos rosa.
—?Se puede saber dónde te has metido todo este rato, Xemerius? —pregunté cuando volví al salir al pasillo—. No habrás estado, por casualidad, en casa de…
—?De quien? —preguntó Xemerius con cara de indignación—. No me estarás preguntando por aquel cuyo nombre no puede pronunciarse…
—Hmmmm… sí.
Me moría de ganas de saber qué había hecho Gideon esa noche. ?Cómo estaría su herida del brazo? ?Habría hablado con alguien sobre mí? ?Le habría dicho tal vez algo como: ?Todo esto es un gran malentendido. Claro que quiero a Gwendolyn. Nunca he tratado de enga?arla??
—Ni hablar, no voy a caer en la trampa. —Xemerius bajó aleteando de la lámpara y se posó en el suelo. Sentado ante mí, apenas me llegaba por encima de las rodillas—. Además, no he salido. He revisado a fondo toda la casa. Si alguien puede encontrar el tesoro, ese soy yo, aunque solo sea porque ninguno de vosotros es capaz de pasar a través de las paredes, o de revolver los cajones de la cómoda de tu abuela sin ser descubierto.
—Alguna ventaja tiene que tener ser invisible —dije yo, y renuncié a comentar que Xemerius no podía revolver nada de nada, porque con sus zarpas fantasmales ni siquiera podía abrir un cajón. Ninguno de los espíritus que había conocido hasta el momento era capaz de mover objetos. Y la mayoría ni siquiera eran capaces de provocar una corriente de aire—. Supongo que ya sabes que no estamos buscando un tesoro, sino solo una indicación de mi abuelo que pueda servirnos de ayuda para saber algo más sobre este asunto.
—La casa está repleta de trastos en los que guardar tesoros, por no hablar de todos los posibles escondrijos —continuó Xemerius sin inmutarse—. Las paredes del primer piso en parte son dobles, y en medio hay unos pasadizos estrechísimos que definitivamente no han sido pensados para gente con el culo gordo.
—?De verdad? —Nunca había visto esos pasadizos de los que hablaba—. ?Y cómo se puede entrar?
—En la mayoría de las habitaciones las puertas han sido, sencillamente, empapeladas, pero aún hay una entrada en el armario empotrado de tu tía abuela y otra detrás del macizo aparador del comedor. Y en la biblioteca también hay una conexión con la escalera de la vivienda de mister Bernhard y otra que sube al segundo piso.
—Lo que explicaría por qué mister Bernhard siempre aparece como si saliera de la nada —murmuré yo.
—Y eso no es todo: en el gran tubo de la chimenea que corre junto a la pared divisoria con el número 83 hay una escalera por la que se puede trepar hasta el tejado. Desde la cocina ya no hay acceso, porque ahí la chimenea está tapiada, pero en el armario empotrado del final del pasillo del primer piso hay una trampilla lo bastante grande para que pase incluso Papá Noel. O vuestro siniestro mayordomo.
—O el deshollinador.
—?Y aún me falta el sótano! —Xemerius hizo si no hubiera oído mi objeción—. ?Ya saben vuestros vecinos que hay una puerta secreta que da a su casa? ?Y que bajo su sótano existe otro sótano más? Aunque quien quiera buscar algo allí no debe tener miedo de las ara?as.
—Entonces será mejor que busquemos primero en otro sitio —dije rápidamente olvidándome por completo de susurrar.
—Si supiéramos que estamos buscando, naturalmente sería más sencillo. —Xemerius se rascó la barbilla con la pata trasera—. Pero con lo poco que sabemos podría tratarse de cualquier cosa: el cocodrilo disecado del trastero de la escalera, la botella de whisky detrás de los libros de la biblioteca, el fajo de cartas del compartimento secreto del secreter de tu tía abuela, la caja metida en un hueco de la pared…
—?Una caja en la pared? —le interrumpí.
Xemerius asintió con la cabeza.
—Oh, creo que has despertado a tu hermano —dijo.
Giré sobre mí misma. Mi hermano Nick, de doce a?os, estaba parado en la puerta de su habitación y se pasaba las manos por su revuelta cabellera pelirroja.
—?Con quién estás hablando, Gwenny?
—Es muy tarde —susurré—. Vuelve a la cama, Nick.
Nick me miró indeciso, y pude ver literalmente cómo se iba despabilando segundo a segundo.
—?Qué decías de una caja en la pared?
—Yo… quería buscarla, pero creo que será mejor que espere a que se haga de día.
—?Tonterías! —exclamó Xemerius—. Veo en la oscuridad tan bien como… una lechuza. Además, difícilmente vas a poder registrar la casa cuando todos estén despiertos, a no ser que quieras tener más compa?ía aún.
—Yo tengo una linterna —dijo Nick—. ?Y qué hay dentro de la caja?
—No lo sé exactamente. —Reflexioné un momento—. Posiblemente algo del abuelito.
—Oh —dijo Nick interesado—. ?Y dónde está escondida la caja?