—?Tú no puedes comer!
—No tiene ni idea de nada, pero siempre tiene que opinar de todo —dijo Xemerius ofendido—. Y ni siquiera me concede el gusto de zamparme una palomita.
—Tú no puedes comer palomas —repetí—. Eres un espíritu.
—?Yo soy un daimon! ?Puedo comer lo que me dé la gana! Una vez incluso me tragué a un cura enterito, con sotana y alzacuellos. ?Por qué me miras con esa cara de incrédula?
—Será mejor que vigiles si viene alguien.
—?Oye! ?Es que no me crees?
Nick ya había bajado los escalones e iluminaba el muro con su linterna.
—No veo nada.
—Pues la caja está detrás de las piedras. En un hueco, cabeza hueca —dijo Xemerius—. ?Y yo no miento! Si digo que me he zampado una paloma, es que me he zampado una paloma.
—Está en un hueco detrás de las piedras —informé a Nick.
—Pues no da la sensación de que haya ninguna suelta.
Mi hermano peque?o se arrodilló en el suelo y empujó las piedras con las manos para ver si alguna cedía.
—?Hola! ?Estoy hablando contigo! —dijo Xemerius—. ?Acaso me estás ignorando, ni?a llorica? —Y al ver que no respondía, gritó—: ?Muy bien, de acuerdo, era una paloma fantasma! Pero vale igual.
—?Paloma fantasma? No me hagas reír. Aunque hubiera palomas fantasma (y yo no he visto nunca ninguna), tampoco podrías comértela: los espíritus no se pueden matar entre sí.
—Estas piedras están fijadas a prueba de bomba —informó Nick.
Xemerius resopló enojado.
—En primer lugar, también las palomas pueden decidir a veces quedarse en la tierra como espíritus, vete a saber por qué. Tal vez tengan alguna cuenta pendiente con un gato. En segundo lugar, ?explícame, por favor, cómo puedes distinguir a una paloma fantasma de las otras! Y en tercer lugar, su vida fantasmal se acaba cuando me las como. Porque yo no soy un espíritu corriente, sino (no sé cuántas veces tendré que decírtelo) un daimon. Es posible que no pueda hacer muchas cosas en vuestro mundo, pero en el mundo de los espíritus soy un tipo importante. ?Cuándo vas a comprenderlo?
Nick volvió a ponerse de pie y asestó unas cuantas patadas a la pared.
—Imposible, no hay nada que hacer.
—?Chist, para! Haces demasiado ruido. —Asomé la cabeza al pasadizo y dirigí una mirada de reproche a Xemerius—. Muy bien, fantástico, tipo importante, y ahora, ?qué hacemos?
—?Qué pasa? Yo no he dicho nada de piedras sueltas.
—Y, entonces, ?cómo vamos a llegar hasta la caja?
La respuesta ?Con martillo y escarpa? era perfectamente lógica, solo que no fue Xemerius quien la dio, sino mister Bernhard. Me quedé petrificada del susto. Ahí estaba, solo un metro por encima de mí. En la penumbra veía brillar la montura dorada de sus gafas de lechuza. Y sus dientes. ?Era posible que estuviera sonriendo?
—?Oh, mierda! —Con la emoción, Xemerius escupió un chorro de agua sobre la alfombra de la escalera—. Debe de haber inhalado las salchichas. O la película era una porquería. Sencillamente ya no se puede confiar en Clint Eastwood.
Lamentablemente, lo único que fui capaz de articular fue:
—?Q… qué?
—El martillo y la escarpa serían la elección correcta —repitió mister Bernhard con calma—. Pero propongo que dejemos la empresa para más tarde, aunque solo sea para no alterar la tranquilidad nocturna de los otros habitantes del edificio cuando usted saque el arca de su escondite. Ah, aquí está también mister Nick. —Miró hacia la luz de la linterna de Nick sin parpadear—. ?Descalzo! Se resfriará andando así por la casa.
él, por su parte, iba equipado con unas zapatillas y un elegante albornoz con un monograma bordado. W. B. (?Walter? ?Willy? ?Wigand? Para mí, mister Bernhard siempre había sido un hombre sin nombre de pila.)
—?Cómo se ha enterado de que estamos buscando una caja? —preguntó Nick. Su tono de voz era bastante enérgico, pero por sus ojos dilatados pude ver que estaba tan espantado y desconcertado como yo.
Mister Bernhard se puso bien las gafas.
—Bueno, supongo que porque fui yo quien emparedé aquí esa ?caja?. En realidad, se trata de un arca con un trabajo de marquetería muy valioso, una antigüedad de principios del siglo XVIII que perteneció a su abuelo.
—?Y qué hay dentro? —pregunté, por fin capaz de articular otra vez con claridad.
Mister Bernhard me dirigió una mirada de reproche.
—Habría sido del todo inapropiado por mi parte hacer esa pregunta. Simplemente me limité a esconder aquí el arca por encargo de su abuelo.