Xemerius era un peque?o daimon gárgola de piedra con unas grandes orejas, alas de murciélago, larga cola escamosa de dragón y dos cuernecitos sobre una cabeza de aspecto gatuno. Por desgracia, esta encantadora criatura no era ni la mitad de tierna de lo que podía imaginarse por su aspecto y, por desgracia, nadie excepto yo podía oír sus comentarios desvergonzados y darle la correspondiente réplica.
Por otro lado, el que yo pudiera ver daimones gárgola y otros espíritus y que pudiera hablar con ellos desde mi más tierna infancia era solo una de las extra?as cualidades con las que me había tocado vivir. La otra, aún más rara y desconocida por mí misma hasta hacía solo dos semanas, era que yo pertenecía a un círculo —?secreto!— de doce viajeros del tiempo y debía saltar diariamente durante unas horas a algún lugar del pasado. En realidad, se suponía que la afectada por la maldición, quiero decir, por el donde de viajar en el tiempo, debía ser mi prima Charlotte, que de hecho era la más apropiada para el cometido; pero al final me tocó a mí cargar con el muerto, algo que debería haber sabido desde el principio, acostumbrada como estaba a que siempre me tocara la china. En Navidades, cuando hacíamos el amigo invisible, era yo la que sacaba el papelito con el nombre de la profesora (?qué demonios se supone que puedes regalarle a una profesora?); cuando tenía entradas para un concierto, caía enferma (o a veces también durante las vacaciones), y cuando quería estar especialmente guapa, me salía un grano en la frente tan grande como un tercer ojo. Ya sé que de entrada no parece que los viajes en el tiempo se pueden comparar con un grano y que se tiende a considerar que son algo divertido y envidiable, pero lo cierto es que no lo son en absoluto. Más bien pueden describirse como fastidiosos, estresantes y peligrosos. Y, por último, no hay que olvidar que si no hubiera heredado ese estúpido don, nunca habría conocido a Gideon, lo que significaría que mi corazón —fuera de mazapán o no— todavía estaría incólume. De hecho, Gideon era uno de los doce viajeros del tiempo que quedaban vivos, porque a los otros solo se les podía encontrar en el pasado.
—Has estado llorando —constató mi madre con voz neutra.
—??Vez?! —gritó Xemerius—. Ahora intentará tirarte de la lengua y no te perderá de vista ni un segundo, y para nosotros se habrá acabado lo de buscar tesoros esta noche.
Le respondí con una mueca para darle a entender que esa noche no estaba de humor para buscar tesoros (es lo que hay que hacer con los amigos invisibles si no quieres que te tomen por loca por hablar sola).
—Dile que querías probar si funcionaba tu spray de pimienta y que te has rociado los ojos sin querer —gru?ó entonces el aire.
Pero estaba demasiado agotada para mentir, de modo que miré a mi madre con los ojos llorosos y lo intenté con la verdad, dejando espacio para que llenara los huecos.
—Es solo que… no me encuentro bien porque… cosas de chicas, ?sabes?
—Ay, cari?o.
—Cuando llame a Leslie, seguro que enseguida me sentiré mejor.
Para mi sorpresa, y la de Xemerius, mi madre se dio por satisfecha con esa explicación. Me preparó té, me dejó la jarra y mi taza estampada preferida en la mesita de noche, me acarició la cabeza y me dejó tranquila, renunciando incluso a sus habituales advertencias (??Gwenn, que son las diez y ya llevas cuarenta minutos al teléfono! ?Ya os veréis ma?ana en la escuela!?). A veces, realmente, era la mejor madre del mundo.
Suspirando, levanté las piernas de la cama y caminé con paso inseguro en dirección al cuarto de ba?o. Sentí un corriente de aire fría.
—?Xemerius? ?Estás ahí? —pregunté a media voz mientras buscaba el interruptor a tiendas.
—Eso depende. —Xemerius estaba colgado cabeza abajo de la lámpara del pasillo, balanceándose y parpadeando deslumbrado por la luz—. ?Solo si no vuelves a transformarte en una fuente ambulante! —Su voz se hizo aguda y llorosa y empezó a imitarme, por desgracia, bastante bien—. ?Y entonces él dijo, no tengo ni idea de qué estás hablando, y entonces yo dije, sí o no, y a continuación él dijo, sí, pero por favor, deja de llorar…? —Suspiró de forma teatral—. Realmente las chicas son lo más irritante que hay, por detrás de los empleados de banca jubilados, las dependientas de las tiendas de medias y los presidentes de las sociedades de horticultura.
—No puedo garantizarte nada —susurré para no despertar al resto de la familia—. Lo mejor será que no hablemos de tú-ya-sabes-quién, porque si no… bueno… la fuente podría volver a ponerse en marcha.
—De todos modos, no podría soportar oír su nombre otra vez. ?Qué te parece si por fin nos ponemos a hacer algo razonable, como, por ejemplo, buscar un tesoro?
Dormir tal vez habría sido algo razonable, pero, por desgracia, volvía a estar completamente desvelada.
—Por mí, podemos empezar a buscar, pero antes tengo que ir un momento a eliminar el té.
—?Quéééé?
Se?alé la puerta del ba?o.
—Ah, vale —dijo Xemerius—. Te esperaré aquí.