Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—Es verdad.

Eran realmente bonitos, sí; lo cual me hizo recordar que Gideon tenía los mismos ojos que su hermana. Verdes y coronados por unas gruesas cejas oscuras.

—No es que esté especialmente impresionada, solo es una constatación.

?Me he enamorado de ti.? Gideon lo había dicho muy serio, mirándome directamente a los ojos. ?Y yo le había devuelto la mirada y le había creído! Las lágrimas volvieron a correr por mis mejillas y apenas pude oír lo que Leslie decía.

—… espero que sea una carta larga o una especie de diario en el que tu abuelo te explique todo lo que los otros se callan y a ser posible más. Entonces no tendríamos que seguir avanzando a ciegas y por fin podríamos trazar un plan de verdad que…

Esos ojos tendrían que estar prohibidos, o, si no, deberían promulgar una ley que impidiera que los chicos con unos ojos tan bonitos pudieran andar por ahí sin gafas de sol, a no ser que tuvieran unas orejas de elefante o alguna cosa por el estilo…

—?Gwenny? No estarías lloriqueando otra vez… —Ahora el tono de su voz de Leslie era igual que el de mistress Counter, nuestra profesora de geografía, cuando algún alumno le decía que se había olvidado los deberes en casa—. ?Cari?o, eso que haces no es bueno! ?Tienes que dejar de dramatizar y de hurgar en la herida! ?Tenemos que tener…!

—… la cabeza fría! Tienes razón.

Aunque me costó un gran esfuerzo, hice todo lo posible por expulsar de mi mente el recuerdo de los ojos de Gideon e insultar un poco más de confianza a mi voz. Sencillamente, se lo debía a Leslie. Al fin y al cabo, ella me había estado apoyando incondicionalmente durante estos días. Por eso, antes de que colgara, no pude menos que decirle lo contenta que estaba de tenerla como amiga. (Aunque al hacerlo de nuevo se me escaparon unas lágrimas, pero esta vez de emoción.)

—?Y yo también! —me aseguró Leslie—. ?Qué aburrida sería mi vida sin ti!

Cuando colgó, faltaba poco para la medianoche, y de hecho me había sentido un poco mejor durante unos minutos, pero en ese momento, a las tres y diez, me moría de ganas de volver a llamarla y soltarle otra vez el mismo rollo.

Yo no era una de esas personas con tendencia a lamentarse y a darles vueltas a los problemas, pero era la primera vez en mi vida que sufría penas de amor. Quiero decir, de las auténticas. De las que duelen de verdad. Y ante eso, todo lo demás pasaba a un segundo plano. Incluso mi supervivencia me parecía algo secundario. Para ser del todo sincera, la idea de morir no me parecía tan desagradable en ese instante. Al fin y al cabo, no sería la primera que moría de amor; en ese sentido estaba en buena compa?ía: la Sirenita, Julieta, Pocahontas, la Dama de las Camelias, Madame Butterfly, y ahora también yo, Gwendolyn Shepard. Lo bueno era que podía ahorrarme el número del pu?al, porque con lo miserable que me sentía seguro que hacía tiempo que estaba infectada de tuberculosis, de modo que tendría una muerte mucho más estética. Pálida y hermosa como Blancanieves, yacería en mi cama con el cabello esparcido sobre la almohada. Y Gideon se arrodillaría a mi lado y lamentaría amargamente lo que había hecho cuando yo murmurara mis últimas palabras con un hilo de voz…

Pero antes de nada tenía que ir urgentemente al lavabo.

El té a la menta con mucho azúcar y limón era una especie de remedio universal contra todos los males en nuestra familia, y yo me había bebido una jarra entera. Porque, en cuanto había entrado por la puerta de vuelta del cuartel general de los Vigilantes mi madre se había dado cuenta enseguida de que no me encontraba bien —algo que en realidad tampoco tenía mucho mérito, porque, de tanto llorar, parecía un conejo albino— y yo estaba totalmente segura de que no se iba a creer la explicación (propuesta por Xemerius) de que había tenido que cortar cebollas durante el trayecto en la limusina.

—?Te han hecho algo esos condenados Vigilantes? ?Qué ha pasado? —preguntó, consiguiendo parecer al mismo tiempo preocupada y terriblemente furiosa—. Mataré a Falk si…

—Nadie me ha hecho nada, mamá —me apresuré a asegurarle—. Y no ha pasado nada.

—?Como si fuera a creerse algo así! ?Por qué no le has explicado lo de las cebollas? Nunca haces caso de lo que te digo —exclamó Xemerius pateando el suelo con las zarpas.