Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—?Que hubiera podido acabar peor no significa que todo haya ido bien! —gritó Lucy—. ?Nada ha ido bien! ?Nada en absoluto! —Sus ojos se empa?aron en lágrimas, y Paul sintió que se le rompía el corazón—. Ya hace tres meses que estamos aquí y hasta ahora no hemos conseguido nada de lo que habíamos planeado. Al contrario, ?solo hemos empeorado aún más las cosas! ?Ahora que por fin teníamos esos malditos papeles en nuestro poder, va Paul y se deshace de ellos!

—Es posible que me precipitara un poco. —Paul dejó caer la cabeza sobre la almohada—, pero en ese momento sencillamente creí que estaba haciendo lo correcto. —Sobre todo teniendo en cuenta que había visto la muerte muy próxima. No había faltado mucho para que la hoja de la espalda de Lord Alastair acabara con su vida. Pero de ningún modo podía decírselo a Lucy—. Si Gideon se pusiera de nuestro lado —continuó—, aún tendríamos una oportunidad. En cuanto haya leído los papeles, comprenderá por qué hacemos esto. —?O eso era el menos lo que esperaba!

—?Pero si ni nosotros mismos sabemos exactamente qué hay en esos papeles! Tal vez estén cifrados o… ?por el amor de Dios, si ni siquiera sabes qué le has dado a Gideon en realidad! —exclamó Lucy—. Lord Alastair podría haberte colado cualquier cosa: viejas cuentas, cartas de amor, hojas en blanco…

A Paul ya se le había ocurrido esa posibilidad hacía tiempo, pero lo pasado, pasado estaba, y ya no se podía remediar.

—A veces hay que tener confianza —murmuró y deseó que esa afirmación fuera cierta en su caso. Más aún que la posibilidad de haber entregado a Gideon unos papeles sin valor, le atormentaba pensar que el muchacho podía haber ido directamente con los documentos al conde de Saint Germain. Eso significaría que se había despedido de la única baza con la que contaban. Pero Gideon había dicho que amaba a Gwendolyn, y la forma en que se había expresado había sido de algún modo… convincente.

?Me lo prometió? quiso decir Paul, pero de su boca solo salió un murmullo inaudible. De todos modos, no habría sido fiel a la verdad, porque en realidad no había llegado a oír la respuesta de Gideon.

—Fue una idea estúpida querer colaborar con la Alianza Florentina —oyó que decía Lucy.

Se le habían cerrado los ojos. Fuera lo que fuese lo que había lo que había dado al doctor Harrinson, actuaba terriblemente deprisa.

—Sí, lo sé. Lo sé —continuó Lucy—. Fue una idea estúpida por mi parte. Tendríamos que habernos encargados del asunto por nosotros mismos.

—Pero vosotros no sois unos asesinos, querida —repitió Lady Tilney.

—?Moralmente existe una diferencia entre matar a alguien o encargar a alguien que lo haga? —Lucy suspiró hondo, y aunque Lady Tinley la contradijo enérgicamente (??Muchacha, no digas esas cosas! ?Vosotros no habéis encargado ningún asesinato, solo habéis transmitido algunas informaciones!?), continuó diciendo en un tono de profundo desconsuelo—: En realidad hemos hecho mal todo lo que podía hacerse mal, Paul. En tres meses solo hemos conseguido malgastar un montón de tiempo y el dinero de Lady Margret, además de implicar en este asunto a demasiada gente que no habría tenido por qué verse mezclada en esto.

—Es el dinero de lord Tinley —la corrigió Lady Tinley—. Y créeme cuando digo que te quedarías asombrada si supieras en qué puede llegar a malgastar el dinero ese hombre. Las carreras de caballos y las bailarinas son los más inofensivos que puedo mencionar al respecto. Lo poco que apartó para nuestro asunto le pasa totalmente desapercibido. Y aunque no fuera así, debería ser lo bastante caballeroso para no mencionarlo.

—Y yo, personalmente, tengo que decir que habría lamentado mucho que no se hubiera implicado en este asunto —aseguró el doctor Harrinson con una sonrisa—. A estas alturas ya empezaba a encontrar mi vida un poco aburrida. Al fin y al cabo, no todos los días tiene uno la oportunidad de tratar con viajeros del tiempo que lleguen del futuro y siempre pueden decir la última palabra independientemente de lo que se hable. Y, ente nosotros, la forma de proceder de los caballeros De Villiers y Pinkerton-Smythe enviaría a cualquiera.

—Desde luego —convino Lady Tilney—. Este fatuo de Jonathan incluso amenazó a su mujer con encerrarla en casa si seguía mostrando simpatía por las sufragistas. —Y a?adió imitando la voz gru?ona de un hombre—: ?Y qué vendría después de esto? ?El derecho a voto para los perros?

—Es verdad, y por eso le amenazó usted con darle una bofetada —dijo el doctor Harrinson—. Tengo que reconocer que ha sido una de las pocas veces en las que no me he aburrido mortalmente en una reunión de té.

—Pero si no fue así en absoluto. Solo le dije que no me haría responsable de lo que hiciera mi mano derecha si seguía pronunciando ese tipo de comentarios incalificables.

—?Si seguía diciendo tama?as estupideces?, son las palabras exactas —la corrigió el doctor Harrinson—. Lo recuerdo bien porque me dejó profundamente impresionado.

Lady Tinley rió y le ofreció su brazo.

—Le acompa?aré hasta la puerta, doctor Harrinson.

Paul trató de abrir los ojos e incorporarse para darle las gracias, pero no consiguió hacer ni una cosa ni la otra.

—Brl… ias —balbució con las últimas fuerzas que le quedaban.