Para reforzar mis palabras me agarre a la barandilla de la escalera de entrada y empecé a respirar roncamente.
—?Ma?ana puede ponerse enferma, ma?ana! —berreó mister Marley—. ?Mister George! Dígale que no puede ponerse enferma hasta ma?ana, que si no todo el plan temporal quedará… ?echado a perder!
—?Estás enferma, Gwendolyn?
Mister George, que había aparecido en la puerta, me rodeó atentamente con el brazo y me condujo al interior del edificio. Eso ya es taba mejor.
Asentí con cara de sufrimiento.
—Seguramente me ha contagiado Charlotte. —?Aja! ?Perfecto! Las dos teníamos la misma gripe inventada. Donde las dan las loman—. Siento como si fuera a estallarme la cabeza.
—Pero eso resulta realmente inconveniente ahora —dijo mister George.
—Todo el rato he estado intentando hacérselo comprender —dijo mister Marley exasperado mientras avanzaba a cámara lenta pegado a nuestros talones. Para variar, su cara no estaba roja como un tomate, sino cubierta de manchas blancas y rojas, como si no acabara de decidirse sobre cuál era el color adecuado para esa situación—. Supongo que el doctor White podrá darle alguna inyección, ?no? Solo tiene que aguantar unas horas.
—Sí, sería una posibilidad —convino mister George. Le miré con el rabillo del ojo desconcertada. Francamente, había esperado un poco más de compasión y de apoyo por su parte. Ahora sí que empezaba a sentirme realmente enferma, pero más bien de miedo. De algún modo intuía que los Vigilantes no iban a mostrarse muy amables conmigo si se daban cuenta de que solo había estado fingiendo. Pero ya era demasiado tarde para volverse atrás.
En lugar de llevarme al taller de madame Rossini, donde se suponía que en ese momento debían enfundarme en mis ropas del siglo XVIII, mister George me condujo a la Sala del Dragón, y mister Marley nos siguió, con mi cartera en la mano, hablando excitada-mente consigo mismo.
El doctor White, Falk de Villiers, mister Whitman y otro hombre que no conocía (?tal vez el ministro de Sanidad?) estaban sentados en torno a la mesa. Cuando mister George me empujó al interior de la habitación, todos volvieron la cabeza hacia la puerta y se nos quedaron mirando, lo que hizo que me pusiera todavía más nerviosa.
—Dice que está enferma —soltó mister Marley, que había entrado en la sala detrás de nosotros. Falk de Villiers se levantó.
—Cierre primero la puerta, por favor, mister Marley. Y ahora empecemos de nuevo. ?Quién está enferma?
—?Pues ella! —Mister Marley apuntó acusadoramente su dedo índice hacia mí y yo resistí la tentación de poner una vez más los ojos en blanco.
Mister George me soltó, se sentó lanzando un gemido en una silla libre y se secó el sudor de la calva dando unos toquecitos con su pa?uelo.
—Sí, Gwendolyn no se encuentra bien.
—De verdad que lo siento —dije cuidándome mucho de mirar hacia abajo y a la derecha (una vez leí que todo el mundo mira arriba a la izquierda cuando miente)—, pero no me veo capaz de asistir al baile de hoy. Apenas puedo aguantarme en pie y cada vez me encuentro peor.
Para reforzar mis palabras, me apoyé en el respaldo de la silla de mister George, momento en el que me di cuenta de que Gideon también estaba en la sala y se me aceleró el corazón.
Era tan injusto que su simple presencia bastara para hacerme perder el aplomo mientras él estaba tan tranquilo allí de pie junto a la ventana, con las manos hundidas en los bolsillos de los vaqueros, sonriéndome como si nada. Aunque la verdad es que tampoco era una sonrisa insolente, amplia y radiante, sino solo una mínima elevación de las comisuras de los labios; pero, por otro lado, sus ojos también sonreían, y por alguna razón otra vez se me hizo un nudo en la garganta.
Rápidamente miré hacia otro lado y descubrí en la enorme chimenea al peque?o Robert, el hijo del doctor White que se había ahogado en la piscina cuando tenía siete a?os. Al principio el peque?o fantasma se había mostrado tímido conmigo, pero poco a poco había ido ganando confianza. Ahora me saludó con la mano entusiasmado, pero yo solo pude responderle con una breve inclinación de cabeza.
—?Y qué clase de enfermedad repentina e inesperada es esa? —Mister Whitman me miraba fijamente con aire burlón—. Antes en la escuela estabas fresca como una rosa. —Se cruzó de brazos con aire severo, pero luego debió de pensárselo mejor y cambió de táctica para adoptar su tono suave e indulgente de profesor sensible. Y yo sabía por experiencia que aquel tono raramente anunciaba algo bueno—. Si lo que pasa es que te asusta el baile. Gwendolyn, podemos entenderlo. Tal vez el doctor White pueda darte algo contra el miedo escénico.
Falk asintió con la cabeza. —Realmente no podemos aplazar la cita de hoy —dijo, y mister George también se volvió contra mí:
—Mister White tiene razón, tu miedo es totalmente normal. Cualquiera en tu lugar estaría nervioso. No es nada de lo que haya que avergonzarse.