—?Y yo podría gritar pidiendo ayuda!
Hasta ese momento nuestra conversación se había desarrollado en susurros, como si fuéramos dos serpientes charlando, pero ?qué pasaría si llamaba a escena a los restantes habitantes de la casa? Seguramente entonces Charlotte no me partiría la rodilla, pero todos querrían saber qué había envuelto en el albornoz.
Charlotte debió de adivinar lo que pensaba, porque rió burlonamente mientras se acercaba contoneándose y dijo:
—?Vamos, grita! ?Grita, por favor!
—Yo lo haría —dijo Xemerius.
Pero al final no tuve que hacerlo, porque en ese momento, como si hubiera surgido de la nada, apareció mister Bernhard detrás de Charlotte.
—?Puedo serles útil a las damas? —preguntó.
Charlotte giró bruscamente sobre sus talones como un gato asustados. Durante una fracción de segundo pensé que iba a darle una patada en el plexo solar a mister Bernhard, pero, aunque la punta de su pie se contrajo convulsivamente, por suerte no lo hizo.
—A mí también me entra hambre a veces por la noche, y ya que estoy aquí, no tendría inconveniente en prepararles un piscolabis urgentemente.
Charlotte volvió hacia su habitación con deliberada lentitud.
—No voy a perderte de vista —dijo, y me apuntó al pecho con el índice con aire acusador. La pose era tan teatral que parecía que se estuviera preparando para declamar, pero de hecho se limitó a decir—: Y a usted tampoco, mister Bernhard.
—Tendremos que tomar precauciones —susurré después de que cerrara la puerta de su habitación y el pasillo quedara otra vez a oscuras—. Es una experta en Taj Mahal.
—Tampoco está mal el chiste —comentó Xemerius en tono aprobador.
—?Y sospecha algo! —dije apretando el paquete-albornoz contra mi pecho—. Si es que no lo sabe ya. Seguro que se chivará a los Vigilantes, y si se enteran de que nosotros…
—Seguro que hay lugares y horas más apropiados para discutir esto —me interrumpió mister Bernhard en un tono insólitamente seco. Y después de recoger la linterna de Nick del suelo, la encendió y la deslizo hacia arriba, por la puerta de la habitación de Charlotte, hasta llegar a la lumbrera semicircular. Estaba entreabierta.
Asentí con la cabeza para indicarle que había comprendido: Charlotte podía oír todo lo que decíamos.
—Sí, tiene razón. Buenas noches mister Bernhard.
—Que duerma bien, miss Gwendolyn.
Mama no necesitó ninguna grúa para levantarme de la cama por la ma?ana. Su táctica fue más pérfida. Utilizo el repelente Papá Noel de plástico que le habían regalado a Caroline en las últimas Navidades, un mu?eco que, cuando se le daba cuerda graznaba sin parar con su repulsiva voz plasticosa: ?Hohoho, merry Christmas everyone?.
Al principio todavía trate de amortiguar el ruido tapándome con la manta, pero después de dieciséis ?Hohoho? me rendí y la aparté; lo que por otra parte lamenté inmediatamente, ya que entonces me vino a la memoria que día era. El día del baile.
Si no sucedía un milagro y encontraba una forma de saltar antes de la tarde al a?o 1993 para ver a mi abuelo, tendría que presentarme ante el conde sin sus informaciones.
Me mordí la lengua. La noche anterior debería haber vuelto a viajar otra vez en el tiempo. Aunque, por otro lado, entonces seguramente Charlotte habría descubierto mis maniobras, de modo que, a fin de cuentas, había tomado la decisión correcta.
Me levanté tambaleándome de la cama y me dirigí al lavabo. Solo había dormido tres horas, porque, después de la irrupción de Charlotte decidí ir sobre seguro y, bajo la dirección de Xemerius, me metí en el armario empotrado, presioné la pared posterior y en el trastero le rajé el vientre al cocodrilo para esconder el cronógrafo dentro.
Después de eso estaba tan rendida que me quedé frita, lo que al menos tenía la ventaja de que me había ahorrado las pesadillas. Al contrario que la tía Maddy, que mientras yo bajaba bamboleándome al primer piso para desayunar —retraso, porque había estado buscando durante una eternidad el maquillaje de mamá para disimular un poco mis ojeras—, me atrapó en el pasillo y me arrastro a su habitación.
—?Algo va mal? —pregunté, y enseguida me di cuenta de que habría podido ahorrarme la pregunta, porque si la tía Maddy estaba levantada a las siete y media es que algo iba muy mal.
Mi tía llevaba el pelo completamente alborotado y uno de los dos rulos que debían mantener sus rubios cabellos apartados de la frente se había soltado y ahora le colgaban sobre la oreja.
—Ay, ni?a, ya puedes decirlo, ya. —La tía Maddy se dejó caer sobre la cama deshecha y se quedó mirando, con la frente dramáticamente arrugada, el motivo floreando del empapelado color lavanda—. ?He tenido una visión!
Otra vez no, por favor.