—?Un momento! —Inspiré profundamente—. ?Es importante que todos los aquí presentes mantengamos un pacto de silencio sobre lo que sea que encuentre en el arca!
Era increíble lo deprisa podían cambiar las cosas: hacía solo unos días aún me estaba quejando de los secretos de los Vigilantes, y ahora yo misma fundaba una sociedad secreta. Solo faltaba que exigiera que todos se vendaran los ojos cuando salieran de mi habitación.
—Daba la impresión de que ya supiera lo que hay dentro —dijo Xemerius, que había hecho varios intentos de meter la cabeza a través de la madera pero en cada ocasión la había vuelto a levantar tosiendo.
—Claro que no diremos nada —dijo Nick un poco ofendido, y también Leslie y la tía Maddy me miraron con cara de indignación. Incluso en el rostro imperturbable de mister Bernhard se movió una ceja.
—Juradlo —exigí, y para que entendieran hasta qué punto hablaba en serio, a?adí—: ?Juradlo por vuestra vida!
Solo la tía Maddy se levantó de un salto y se puso la mano sobre el corazón entusiasmada. Los otros aún dudaban.
—?No podríamos jurar por otra cosa que no fuera la vida? —refunfu?ó Leslie—. Considero que por la mano izquierda sería suficiente.
Sacudí la cabeza.
—?Juradlo!
—?Lo juro por mi vida! —exclamó la tía Maddy alegremente.
—Lo juro —murmuraron todos los demás con voz apagada. Y Nick empezó a soltar risitas nerviosas mientras la tía Maddy, para realzar la solemnidad del momento tarareó en voz baja la melodía del himno nacional.
La tapa rechinó cuando mister Bernhard —después de asegurarse una vez más con la mirada de que yo estaba de acuerdo— la levantó. Sus dedos retiraron con mucho cuidado varios pa?os mohosos de terciopelo, y cuando finalmente quedó a la vista el objeto que envolvían, todos excepto yo dejaron escapar una exclamación de sorpresa. Solo Xemerius gritó: ??Sera cuentista! ?.
—?Esto es lo que pienso que es? —preguntó la tía Maddy al cabo de un momento con los ojos abiertos todavía de par en par.
—Sí —dije yo mientras me apartaba los cabellos de la cara con gesto cansado—. Es un cronógrafo.
Nick y la tía Maddy se habían ido a rega?adientes, mister Bernhard con suma discreción, y Leslie no sin protestar. Pero su madre ya la había llamado dos veces por teléfono para enterarse de si a) había sido asesinada o b) tal vez yacía descuartizada en algún lugar de Hyde Park, de modo que tampoco le quedaba otra opción.
Antes sin embargo, le había tenido que jurar que atendría estrictamente a nuestro plan maestro. Había exigido, y yo le había dado ese gusto. De todos modos, al contrario que la tía Maddy, había renunciado al himno nacional.
Por fin se había hecho silencio en mi habitación, y dos horas más tarde —después de que mi madre hubiera asomado otra vez la cabeza por la puerta— también en toda la casa. Había estado dudando mucho rato sobre si realmente debía probar el cronógrafo esa misma noche. Para Lucas no supondría ninguna diferencia que yo saltara a nuestra cita en el a?o 1956 hoy, o esperara a ma?ana, o lo hiciera incluso dentro de cuatro semanas, y para mí, en cambio, una noche entera durmiendo de un tirón, para variar, probablemente tendría efectos milagrosos. Pero, por otro lado, al día siguiente tenía que ir al baile y presentarme de nuevo con el conde de Saint Germain, y aún seguía sin saber qué propósitos ocultos abrigada ese hombre.
Con el cronógrafo envuelto en el albornoz, me deslicé escaleras abajo.
—?Por qué tienes que arrastrar ese trasto por toda la casa? —preguntó Xemerius—. Podrías saltar sencillamente desde tu habitación.
—Sí, pero ?quién sabe quién dormía ahí en 1956? Y además, luego tendría que cruzar toda la casa y arriesgarme a que alguien me tomara otra vez por una ladrona… No, saltaré directamente del pasadizo secreto, así no habrá peligro de que nadie pueda verme en el momento del aterrizaje. Lucas me ha dicho que me esperaría ante el retrato del tatatatarabuelo Hugh.
—El número de tas es diferente cada vez —constató Xemerius—. Yo que tú lo llamaría simplemente el antepasado gordo.
La ignoré y preferí concentrarme en los escalones en mal estado.
Luego hice bascular el cuadro, que no hizo ningún ruido porque mister Bernhard había engrasado el mecanismo. Además, había colocado pestillos tanto en la puerta del ba?o como en la salida de la escalera. Al principio dudé en correrlos los dos, porque si por algún motivo me veía obligada a saltar de vuelta fuera del pasadizo secreto, me quedaría en el exterior con el cronógrafo encerrado dentro.
Después de arrodillarme y deslizar el dedo índice en el registro, lo presioné con fuerza contra la aguja (la verdad es que no había forma de acostumbrarse a aquello: cada vez que hacía un da?o de mil demonios) y le dije a Xemerius:
—Cruza los dedos para que funcione.