—Esa es la gran pregunta —dijo Nick.
—La gran pregunta es más bien cómo conseguimos abrir el arca —dijo mister Bernhard—. Porque la llave desapareció junto con los diarios de lord Montrose el día del robo.
—?Qué robo? —preguntaron al unísono Leslie y Nick.
—El día del entierro de vuestro abuelo entraron aquí a robar —explicó la tía Maddy —mientras todos estábamos en el cementerio para despedirnos de él. Qué día tan triste, ?verdad, querido? —La tía Maddy levantó la cabeza para mirar a mister Bernhard, que la escuchaba con rostro impasible.
Aquello me sonaba vagamente. Por lo que recordaba, algo había asustado a los ladrones, que habían huido antes de poder llevarse nada.
Pero cuando se lo expliqué a Nick y a Leslie, mi tía me contradijo.
—No, no, angelito. La policía solo llegó a la conclusión de que no habían robado nada porque todo el dinero en metálico, las obligaciones al portador y las joyas de valor seguían en la caja fuerte.
—Lo que solo tendría sentido si los ladrones hubieran estado interesados exclusivamente en los diarios —dijo mister Bernhard—. En su momento me permití comunicar esta tesis a la policía, pero nadie me creyó. Por otra parte, no había ninguna se?al de que hubieran intentado forzar la caja fuerte, lo que significaba que los ladrones conocían la combinación. De modo que se supuso que Montrose había trasladado sus diarios a otro lugar.
—Yo le creí, querido —dijo la tía Maddy—. Pero, por desgracia, en ese momento mi opinión no tenía gran peso. Bueno, la verdad es que nunca lo ha tenido —a?adió frunciendo la nariz—. Sea como sea, el caso es que tres días antes de que Lucas muriese tuve una visión, por lo que estaba convencida de que no había muerto de muerte natural. Por desgracia, como de costumbre, todos me tomaron por…loca. Y sin embargo, la visión era bien clara: una poderosa pantera se abalanzaba contra el pecho de Lucas y le destrozó la garganta.
—Sí, muy clara —murmuró Leslie, y yo pregunté:
—?Y los diarios?
—No se encontraron nunca —explicó mister Bernhard—. Y con ellos desapareció también la llave de esta arca, porque lord Montrose se la había pegado detrás al último diario. Puedo atestiguarlo porque lo vi con mis propios ojos.
Xemerius entrechocó las alas impaciente.
—Yo voto por que dejemos de charlar y vayamos a buscar una palanqueta.
—Pero… el abuelito murió de un infarto —dijo Nick.
—Sí, bueno, en todo caso es lo que parecía. —La tía Maddy suspiró hondo—. Ya había pasado de los ochenta, y se desplomó sobre su escritorio del despacho de Temple. Por lo visto, mi visión no era una razón de peso para pedir una autopsia. Arista se enfadó mucho conmigo cuando se lo pedí.
Nick se arrimó a mí y se apoyó contra mi hombro.
—Se me ha puesto la carne de gallina —susurró.
Permanecimos callados durante un rato. Solo Xamerius, que había empezado a volar en círculos en torno a la lámpara del techo, gritó:
—?Por qué no nos ponemos en marcha de una vez!
Pero nadie podía oírlo aparte de mí.
—Esto son muchas casualidades —dijo Leslie finalmente.
—Sí —le di la razón—. Lucas hace emparedar el arca y al día siguiente <> muere.
—Sí, y <> en tres días antes tengo una visión de su muerte —dijo la tía Maddy.
—Y <> la llave que miss Leslie lleva colgada al cuello parece exactamente la misma de esta arca —dijo mister Bernhard casi disculpándose—. Durante toda la cena no he podido apartar los ojos de ella.
Leslie se llevó la mano al cuello perpleja.
—?Esta de aquí? ?La llave de mi corazón?
—Pero eso no puede ser —dije yo—. La cogí del cajón de un escritorio en Temple en algún momento del siglo XVIII. Sería demasiada casualidad, ?no?
—La casualidad es la única due?a y se?ora del universo, ya lo dijo Einstein. Y él debía de saberlo bien. —La tía Maddy se inclinó hacia delante con gran interés.
—?No lo dijo Einstein, sino Napoleón! —gritó Xemerius desde el techo—, y ese estaba como una regadera.
—También puede ser que me equivoque; las llaves antiguas se parecen mucho unas a otras —dijo mister Bernhard.
Leslie abrió el cierre de la cadenita y me tendió la llave.
—De todos modos, vale la pena intentarlo.
Le di la llave a mister Bernhard, y todos contuvimos la respiración mientras se arrodillaba ante la arca y la introducía en la delicada cerradura y la llave giró con facilidad.
—Increíble —susurró Leslie.
La tía Maddy asintió satisfecha.
—?Ya os he dicho que las casualidades no existen! Todo, todo, está determinado por el destino. Y ahora no nos haga sufrir más y abra la tapa, mister Bernhard.