—?Amigos! —dije finalmente entre sollozos, porque mi abuelo tenía derecho a una explicación—. Quiere que seamos amigos. Y que confíe en él.
Lucas interrumpió sus palmaditas y arrugó la frente extra?ado.
—?Y qué tiene eso de desesperante?
—?Que ayer mismo aún me estaba diciendo que me quería!
Lucas puso cara de entender menos aún si cabe.
—Pues así a primera vista no me parece que sea la peor base para una amistad.
Mis lágrimas dejaron de manar como si alguien hubiera desenchufado la fuente.
—?Abuelo! ?Parece que no lo quieras entender! —grité—. ?Primero me besa, luego descubro que todo era solo una táctica y que me estaba manipulando, y después me viene con lo del ?seamos amigos?!
—Oh, ya entiendo. ?Vaya… qué canallada! —Lucas seguía sin parecer muy convencido—. Perdona que haga conjeturas tontas, pero espero que no estemos hablando de ese joven De Villiers, el número once, el Diamante…
—Pues sí —dije—. Del mismo.
Mi abuelo lanzó un gemido.
—?Vaya por Dios! ?Lo que faltaba para los postres! Como si el asunto no fuera ya bastante complicado. —Me lanzó un pa?uelo de tela, me cogió la cartera de las manos y dijo enérgicamente—: Y ahora basta de lloros. ?Cuánto tiempo tenemos?
—A las 22.00 horas de tu tiempo volveré a saltar de vuelta. —Curiosamente, el llanto me había sentado bien, mucho mejor que la variante adulta furiosa—. ?Qué era eso que decías de los postres? De hecho tengo un poco de hambre, ?sabes?
Lucas se echó a reír.
—Bueno, será mejor que vayamos arriba. La verdad es que esto es bastante claustrofóbico. Además, tengo que llamar a casa para decirles que llegaré tarde. —Abrió la puerta—. Vamos, nietecita. Por el camino puedes explicármelo todo. Y no te olvides de que si alguien pregunta, eres mi prima Hazel que ha venido del campo.
Una hora más tarde estábamos sentados con las cabezas echando humo en el despacho de Lucas, con un montón de hojas con anotaciones extendidas ante nosotros que consistían principalmente en números de a?os, círculos, flechas e interrogantes, además de unos gruesos infolios de cuero (los Anales de los Vigilantes de varias décadas) y el obligado plato de galletas, de las que los Vigilantes de todas las épocas parecían poseer reservas inacabables.
—Demasiado poco tiempo y demasiada poca información —repetía Lucas una y otra vez mientras caminaba de arriba abajo por la habitación mesándose los cabellos, completamente revueltos a pesar de la gomina—. ?Qué puedo haber escondido en esa arca?
—Tal vez un libro con toda la información que necesito —dije.
Habíamos pasado sin ningún problema junto a la guardia de la escalera, porque el joven centinela seguía durmiendo como en mi última visita —al pasar a su lado, los vapores del alcohol casi podían palparse—. De hecho, en el a?o 1956 el ambiente entre los Vigilantes era mucho más relajado de lo que había imaginado. Nadie encontró extra?o que Lucas hiciera horas extra y a nadie pareció preocuparle que su prima Hazel del campo le acompa?ara mientras trabajaba. Aunque, de todos modos, a esas horas casi no había nadie en el edificio. El joven mister George también había acabado su jornada, lo que era una lástima, porque me habría gustado volver a verle.
—Un libro. Sí, tal vez —dijo Lucas mientras mordía una galleta con aire pensativo. Había tratado de encender un cigarrillo tres veces, pero en cada ocasión se lo había arrancado de la mano. No quería volver a oler a humo de cigarrillos cuando saltara de vuelta—. Eso de las coordenadas cifradas tiene sentido; me gusta, sí, y va conmigo. Siempre he tenido debilidad por estas cosas. Pero ?cómo podían saber Lucy y Paul lo de ese código en el… en el libro de caballerías amarillo?
—El Caballero Verde, abuelo —dije pacientemente—. El libro estaba en tu biblioteca y la hoja con el código estaba colocada entre las páginas. Tal vez Lucy y Paul la pusieran allí.
—Pero eso no tiene lógica. Si desaparecen en el pasado, en 1994, ?por qué a?os más tarde hago emparedar una arca en mi propia casa? —Se detuvo y se inclinó sobre los libros—. ?Creo que voy a volverme loco! ?Conoces la sensación de tener la solución al alcance de la mano y no poder atraparla? Estaría bien que también se pudiera viajar al futuro con el cronógrafo; así podrías entrevistarme directamente…
De pronto se me ocurrió una idea, y era una idea tan buena que estuve a punto de darme a mí misma unas palmaditas en el hombro. Pensé en lo que me había explicado el abuelo la última vez. Según él, Lucy y Paul, como se aburrían al elapsar, habían saltado más atrás en el tiempo y habían vivido experiencias tan excitantes como la representación original de una obra de Shakespeare.
—?Ya lo tengo! —grité, y me puse a bailar de alegría.
Mi abuelo arrugó la frente.
—?Qué es exactamente lo que tienes? —me preguntó desconcertado.
—?Y si me enviaras más lejos en el pasado con vuestro cronógrafo? —solté entusiasmada—. Entonces podría encontrarme con Lucy y Paul y preguntárselo directamente.