—Ah, ?de verdad?
Mentalmente comparé a mister Marley con el enjuto y pálido Rakoczy, quien me había infundido tanto miedo con sus terribles ojos negros; pero no tenía muy claro si debía decir ?Bueno, pues ya puede estar contento de no parecerse a su siniestro antepasado? o si a fin de cuentas no era peor aún ser pelirrojo y pecoso y tener cara de luna.
—Cuando mi abuelo por parte de padre… —arrancó a decir mister Marley, pero mister George le interrumpió rápidamente.
—Seguro que su abuelo estaría muy orgulloso de usted —dijo en tono decidido—. Sobre todo si supiera con cuánto coraje ha sacado adelante sus exámenes.
—Fallé un poco en ?Manejo de armas tradicionales?, saqueé solo un ?suficiente? —dijo mister Marley.
—Bah, eso tampoco tiene ninguna utilidad para nadie; es una disciplina totalmente anacrónica. —Mister George tendió la mano hacia mí—. Ya estamos listos, Gwendolyn. En marcha al a?o 1956. He ajustado el cronógrafo a tres horas y media exactamente. Sujeta bien la cartera y sobre todo no te la dejes en la habitación, ?de acuerdo? Mister Marley te esperará aquí.
Apreté la cartera contra mi pecho con un brazo y le alargué la mano libre a mister George, que deslizó mi dedo índice en uno de los minúsculos registros del cronógrafo. La aguja penetró en la carne y un magnífico rubí brilló llenando toda la habitación de luz roja. Cerré los ojos mientras me dejaba arrastrar por una violenta sensación de vértigo. Cuando volví a abrirlos un segundo después, mister Marley y mister George habían desaparecido, igual que la mesa.
Estaba más oscuro que antes. Una única bombilla iluminaba la habitación, a cuya luz pude distinguir a mi abuelo Lucas, que se encontraba de pie a solo un metro de mí absolutamente atónito.
—Tú… No te… ?No ha funcionado bien? —dijo horrorizado. En el a?o 1956 tenía veintitrés a?os y no se parecía gran cosa al octogenario que yo había conocido de peque?a—. Has desaparecido hace un momento y acto seguido has vuelto a aparecer otra vez aquí.
—Sí —dije orgullosa, y contuve el impulso de lanzarme a sus brazos.
Como en nuestro otro encuentro, al verle se me había hecho un nudo en la garganta. Mi abuelo había muerto cuando yo tenía diez a?os, y volver a verle seis a?os después de su entierro era una experiencia tan maravillosa como horrible. Lo horrible no era que en nuestros encuentros en el pasado no fuera el abuelo que yo había conocido, sino una especie de versión inacabada suya; lo horrible era que yo fuera una persona totalmente desconocida para él. Mi abuelo no sabía cuántas veces me había sentado de peque?a en su regazo, ni que él había sido quien me había consolado con sus historias cuando mi padre había muerto, o que siempre nos dábamos las buenas noches en una lengua secreta inventada que aparte de nosotros no entendía nadie. él no tenía ni idea de cuánto le quería, y yo no podía decírselo. A nadie le gusta oír algo así de una persona con la que solo ha pasado unas horas. Traté de olvidarme, en la medida de lo posible, del nudo en la garganta, y continué:
—Para ti solo ha pasado un minuto, calculo, razón por la cual te perdono que aún no te hayas afeitado el bigote, pero para mí han sido unos días en los que han ocurrido un montón de cosas.
Lucas se pasó la mano por el bigote y sonrió.
—Sencillamente te has vuelto a… Vaya, eso ha sido muy astuto por tu parte, nieta.
—?Verdad que sí? Aunque, para serte sincera, ha sido idea de mi amiga Leslie. Para que pudiéramos estar seguras de que te encontraría. Y así no perderíamos tiempo.
—Sí, bueno, el problema es que tampoco he tenido tiempo de pensar en lo que vamos a hacer a partir de ahora. En este instante me disponía a recuperarme un poco de tu visita y reflexionar con calma sobre todo esto… —Me miró con la cabeza ladeada—. Es verdad, se te ve distinta que hace un rato… Hace un momento no llevabas ese pasador en la cabeza y… parece como si te hubieras adelgazado.
—Gracias —dije.
—No pretendía ser un cumplido. Por tu aspecto se diría que hay algo que no marcha bien. —Se acercó un paso más y me dirigió una mirada inquisitiva—. ?Va todo bien? —preguntó afablemente.
?Muy bien?, quise decir, pero, para mi horror, me puse a llorar a lágrima viva.
—Perfecto —sollocé.
—Vamos, vamos —dijo Lucas dándome unas palmaditas en la espalda—. ?Tan malo es?
Durante unos minutos no pude hacer más que verter lágrimas como una fuente. Y eso que creía que otra vez lo tenía todo controlado. La ira, tan enérgica y adulta, me había parecido la reacción apropiada frente a la forma de comportarse de Gideon. Además, era mucho más cinematográfica que ponerse a lloriquear. Pero, por desgracia, la comparación de Xemerius parecía ajustarse bastante bien a mi estado actual.