El corazón me dio un brinco, porque me hizo recordar que tenía que ir con Gideon al baile, y en ese momento no podía imaginar siquiera que al día siguiente estaría en condiciones de bailar con él sin destrozar, como mínimo, su pie.
—?Por qué tanta prisa? —pregunté—. ?Por qué el baile, visto desde nuestra perspectiva, debe tener lugar forzosamente ma?ana por la noche? ?Por qué no podemos esperar sencillamente unas semanas más? Al fin y al cabo, ese baile se celebra ese preciso día del a?o 1782 sin que importe el momento desde el que nosotros lo visitemos, ?no es así?
Prescindiendo de Gideon, esa era una cuestión que hacía tiempo también me preocupaba.
—El conde de Saint Germain ha indicado con precisión cuánto tiempo en el presente debe transcurrir entre las visitas que le hagáis —dijo mister George, y me cedió el paso para que bajara por la escalera de caracol.
A medida que descendíamos y nos adentrábamos en el laberinto de los subterráneos, el olor a moho se iba haciendo cada vez más intenso. Allí abajo no había cuadros colgados de las paredes, y aunque habían instalado sensores de movimientos que se encargaban de que las luces se fueran encendiendo a nuestro paso, los pasadizos que se abrían de vez en cuando a la derecha y a la izquierda se perdían al cabo de unos metros en la oscuridad. Supuestamente allí se habían extraviado en varias ocasiones algunas personas y otras habían aparecido más tarde en algún punto en el otro extremo de la ciudad. Supuestamente, eso sí.
—Pero ?por qué se fijó esos intervalos el conde? ?Y por qué todos los Vigilantes se la tienen a esa norma como si fuera un dogma?
Mister George se limitó a lanzar un suspiro por respuesta.
—Quiero decir que si nos concediéramos unas semanas de tiempo, para el conde tampoco cambiaría nada, ?no? —pregunté—. él está en el a?o 1872, y el tiempo no corre más lento desde su perspectiva. En cambio, de esta manera yo podría aprender con calma todo ese lío del minué y tal vez también sabría quién sitió a quién en Gibraltar y por qué. —Lo de Gideon sería mejor que me lo saltara—. Entonces nadie tendría que criticarme todo el rato ni tener miedo a que hiciera el ridículo espantoso en ese baile y a que revelara, además, con mi comportamiento que vengo del futuro. ?Por qué, pues, el conde está tan interesado en que para mí sea precisamente ma?ana cuando vaya a ese baile?
—Sí, ?por qué? —murmuró mister George—. Parece como si tuviera miedo de ti y de lo que podrías averiguar si dispusieras de más tiempo.
Ya no faltaba mucho para llegar al antiguo laboratorio de alquimia. Si no me equivocaba, estaba justo al doblar la esquina. Aminoré el paso.
—?Miedo de mí? Si casi me estrangula sin tocarme… Dado que también puede leer el pensamiento, tiene que saber que es él quien me da pánico, y no al revés.
—?Qué casi te estrangula? ?Sin tocarte? —Mister George se paró en seco y me miró estupefacto—. Por todos los cielos, Gwendolyn, ?por qué no lo has explicado antes?
—?Me hubieran creído?
Mister George se pasó el dorso de la mano por la calva, e iba a abrir la boca para decir algo cuando oímos unos pasos que se acercaban y el ruido de una puerta al cerrarse. Desproporcionadamente alarmado, mister George me arrastró al otro lado de la esquina, en la dirección opuesta a donde había llegado el ruido, y se sacó a toda prisa un pa?uelo del bolsillo de la chaqueta.
La persona que se acercaba a paso ligero por el pasillo era Falk de Villiers, el tío de Gideon y gran maestre de la logia, que sonrió al vernos.
—Ah, estáis aquí. El pobre Marley ha llamado por el teléfono interno para preguntar dónde os habíais metido, y he pensado que sería mejor ir a ver qué pasaba.
Parpadeé y me froté los ojos, como si mister George acabara de desatarme el pa?uelo, pero habría podido prescindir de la comedia porque Falk de Villiers no me prestó ninguna atención y se limitó a abrir la puerta de la sala del cronógrafo o del antiguo laboratorio de alquimia.
Falk era tal vez unos a?os mayor que mi madre y era un hombre muy apuesto, como todos los De Villiers que había conocido hasta el momento. Mentalmente yo siempre lo comparaba con el jefe de una manada de lobos. Su espeso cabello ya tenía canas y contrastaba con sus ojos ambarinos dándole un aspecto muy atractivo.
—Bien, Marley, ya ve que nadie ha desaparecido —dijo en tono jovial a mister Marley, que se encontraba sentado en una silla y en ese momento se levantó de un salto y empezó a retorcerse las manos nerviosamente.
—Yo solo tenía la… pensé que… para mayor seguridad… —balbució—. Le ruego que me perdone, sir…
—Todos celebramos que se tome tan en serio sus obligaciones —dijo mister George, y Falk preguntó:
—?Dónde está mister Whitman? Habíamos quedado para tomar el té con el decano Smythe y pensaba que el encontraría aquí.