—?He dicho que dentro de diez minutos!
El tono de Gideon superó la frontera entre la buena y la mala educación, y mister Marley parecía francamente asustado. Y yo también, supongo.
Charlotte se encogió de hombros.
—Como quieras —dijo, y echó la cabeza hacia atrás alejándose muy digna. A ella sí que le salía perfecto. Mister Marley la siguió rápidamente.
Después de que los dos hubieran desaparecido en el vestíbulo, Gideon pareció haber olvidado lo que quería decirme. Volvió a mirar fijamente la estúpida fachada de la casa de enfrente y se frotó la nuca con la mano como si tuviera una contractura. Finalmente los dos cogimos aire al mismo tiempo.
—?Cómo va tu brazo? —pregunté, y en el mismo instante Gideon dijo:
—?Te encuentras bien?
Los dos sonreímos, y Gideon contestó:
—Mi brazo va de maravilla.
Por fin volvió a mirarme. ?Oh, Dios mío! ?Esos ojos! Se me volvieron a aflojar las rodillas y me alegré de que mister Marley no estuviera allí.
—Gwendolyn, siento muchísimo todo esto. Yo… me he portado de un modo totalmente irresponsable sin que te lo merecieras. —Parecía tan desgraciado que casi no lo podía soportar—. Anoche te llamé unas cien veces al móvil, pero siempre estaba ocupado.
Pensé en sí no debería zanjar el asunto lanzándome directamente a sus brazos; pero Leslie había dicho que no debía ponérselo demasiado fácil, de modo que me limité a enarcar las cejas y esperé a que siguiera.
—No quería hacerte da?o, por favor, créeme —dijo con voz ronca—. Parecías tan terriblemente triste y decepcionada anoche…
—Tampoco fue tan malo —dije en voz baja (una mentira disculpable, en mi opinión; tampoco iba a refregarle por las narices las lágrimas vertidas y mi urgente deseo de morir de tuberculosis)—. Solo estaba… me dolió un poco… —?de acuerdo, esa sí que era la mentira del siglo!— tener que pensar que por tu parte todo había sido fingido: los besos, tu declaración de amor…
Me callé, un poco cortada.
Gideon parecía aún más desolado que antes si cabe.
—Te prometo que nunca volverá a pasar algo así.
?Qué quería decir exactamente? No acababa de entender adónde quería ir a parar.
—Bueno, claro ahora que lo sé, ya no funcionaría —dije en un tono un poco más enérgico—. Entre nosotros, el plan, de todos modos, era una estupidez. Las personas enamoradas no son más fáciles de influenciar que las otras. ?Al contrario! Con todas esas hormonas se sabe qué será lo siguiente que hagan. —Yo era el mejor ejemplo de ello.
—Pero por amor se hacen las cosas que de otro modo nunca se harían. —Gideon levantó la mano, como si quisiera acariciarme la mejilla, pero enseguida la dejó caer de nuevo—. Cuando se quiere a alguien, de repente el otro es más importante que uno mismo —Si no le hubiera conocido, habría dicho que estaba a punto de echarse a llorar—. Uno se sacrifica por el otro…: supongo que eso es lo que el conde quería decir.
—Pues yo creo que el buen hombre no tiene ni idea de lo que habla —dije con desdén—. Si me lo preguntas, te diré que el amor no es precisamente su especialidad, y sus conocimientos de la psique femenina son… ?deplorables!
?Y ahora bésame, quiero saber si la barba pica.?
Una sonrisa iluminó el rostro de Gideon.
—Tal vez tengas razón —dijo, y respiró hondo, como si se hubiera sacado un gran peso de encima—. En todo caso, estoy contento de que lo hayamos aclarado. En adelante podremos seguir siendo buenos amigos, ?verdad?
??Cómo?!
—?Buenos amigos? —repetí estupefacta. De repente tenía la boca seca.
—Buenos amigos que saben que pueden confiar el uno en el otro —dijo Gideon—. Y ahora más que nunca es muy importante que confíes en mí.
Hasta el cabo de uno o dos segundos no se abrió paso en mi mente la idea de que, en algún momento de esa conversación, los dos habíamos tomado caminos diferentes. Lo que Gideon había tratado de decirme no era: ?Por favor, perdóname, te quiero?, sino ??Por qué no podemos seguir siendo buenos amigos??. Y cualquier idiota sabe que son dos cosas totalmente distintas.
Eso significaba que él no se había enamorado de mí.
Significaba que Leslie y yo habíamos visto demasiadas películas románticas.
Significaba…
—?Cerdo asqueroso! —grité, presa de una rabia ciega e incontrolable; estaba tan furiosa que me costaba articular palabra—. ?Cómo se puede ser tan desgraciado! Un día me besas y me aseguras que te has enamorado de mí, y al siguiente dices que sientes ser un asqueroso embustero pero que quieres que confíe en ti.
Gideon comprendió que habíamos estado hablando cada uno de cosas distintas, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Gwen…