—Gideon quería ir conmigo —dijo Charlotte, y me observó expectante. Estaba claro que quería ver cuál era mi reacción.
—Muy amable por tu parte —dije cortésmente, y sonreí. La verdad es que no me costó demasiado, porque a esas alturas estaba bastante segura en lo que respectaba a Gideon.
—Pero la verdad es que no sé si debería aceptar su invitación —suspiró Charlotte, pero su mirada se mantuvo alerta—. Seguro que se sentirá terriblemente incómodo entre todos esos críos. Siempre se está quejando de lo ingenuos e inmaduros que son algunos adolescentes…
Durante una fracción de segundo consideré la posibilidad de que tal vez estuviera diciendo la verdad y no quisiera solo molestarme. Pero aunque fuera así, no pensaba darle la satisfacción de ver que lo que había dicho me afectaba, de modo que asentí comprensivamente con la cabeza y le respondí:
—Siempre podrá disfrutar de tu madura e inteligente compa?ía, Charlotte, y si eso no le basta, también puede discutir con mister Dale sobre las consecuencias fatales del consumo del alcohol entre los jóvenes.
El coche frenó y aparcó en una de las plazas reservadas ante la casa en que la sociedad secreta de los Vigilantes tenía su sede desde hacía siglos. El chófer apagó el motor y en el mismo instante mister Marley saltó del asiento del acompa?ante. Me adelanté a él muy poco y abrí yo misma la puerta. A esas alturas ya sabía demasiado bien cómo debía de sentirse la reina: la gente ni siquiera te cree capaz de salir sola de un coche.
Cogí la cartera, salí afuera ignorando la mano que me tendía mister Marley, y dije tan alegremente como pude:
—Y, además, diría que el verde es el color favorito de Gideon.
?Bien! Aunque Charlotte no movió ni una pesta?a, ese round había sido claramente mío. Por eso después de dar unos pasos y de asegurarme de que nadie me estaba mirando, me permití una peque?ísima sonrisa triunfal… que inmediatamente se me borró: Gideon estaba sentado al sol en la escalera de entrada al cuartel general de los Vigilantes. ?Estúpida de mí! Estaba tan concentrada tratando de encontrar una réplica brillante para Charlotte que no me había fijado en lo que tenía alrededor. El bobo corazón de mazapán de mi pecho no sabía si encogerse de angustia o palpitar de alegría.
Cuando nos vio, Gideon se levantó y se dio unas palmaditas en los vaqueros para sacudirse el polvo. Aminoré el paso mientras trataba de decidir cómo debía comportarme frente a él. Con el labio inferior temblándome, seguramente la representación de la variante ?amable pero marcadamente indiferente? no sería demasiado creíble. Y por desgracia, ante la imperiosa necesidad que sentía de lanzarme a sus brazos, tampoco la variante ?fría por enfado más que justificado? parecía realizable. De modo que me mordí el labio inferior y traté de adoptar una expresión lo más neutra posible. Al acercarme vi con cierta satisfacción que también Gideon se mordía el labio inferior y además parecía bastante nervioso.
Aunque iba sin afeitar y daba la impresión de que se había limitado a peinarse los rizos casta?os con los dedos, si es que lo había hecho, de nuevo me sentí fascinada al contemplarle. Me detuve al pie de la escalera, indecisa, y durante unos segundos los dos nos miramos directamente a los ojos, hasta que él desvió la mirada hacia la fachada de la casa de enfrente y la saludó con un ?Hola?. En todo caso, yo no me sentí interpelada, pero Charlotte, en cambio, pasó a mi lado, subió los escalones, le pasó el brazo por el cuello y le besó la mejilla.
—?Eh!, hola —dijo.
Tengo que admitir que ese saludo era mucho más elegante que quedarse petrificada mirándole estúpidamente con los ojos abiertos de par en par.
Mi conducta, por lo visto, había sido interpretada por mister Marley como una se?al de debilidad, porque me preguntó:
—?Quiere que le lleve la cartera, miss?
—No, gracias, puedo yo.
Hice de tripas corazón, agarré la cartera con fuerza y me puse en movimiento. En lugar de echarme el pelo hacia atrás y pasar rápidamente junto a Gideon y Charlotte con la mirada fija al frente, subí por la escalera con la energía de un caracol reumático. Posiblemente, Leslie y yo nos habíamos pasado de la raya con lo de las películas románticas, pensé. Pero justo en ese momento Gideon apartó a Charlotte y me cogió del brazo.
—?Puedo hablar un momento contigo, Gwen? —preguntó.
Casi se me doblaron las rodillas del alivio.
—Claro.
Mister Marley iba cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra, impaciente por seguir adelante.
—Ya vamos con un poco de retraso —murmuró, y las orejas se le encendieron.
—Tiene razón —susurró Charlotte—. Gwenny tiene clase antes de elapsar y ya sabes cómo se pone Giordano cuando le hacen esperar. —No sé cómo pudo conseguirlo, pero su risa argentina sonó realmente auténtica—. ?Vienes, Gwenny?
—Estará ahí dentro de diez minutos —dijo Gideon.
—?No podéis dejarlo para más tarde? Giordano es…