El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Minho se?aló los mapas que Thomas tenía en la mano, dejando escapar un suspiro de frustración.

—Tío, no tienes ni idea de cuánto hemos estudiado estos chismes. ?No crees que nos habríamos dado cuenta si estuviesen deletreando focas palabras?

—Quizá cueste mucho verlo a simple vista si se compara un día con otro. Quizá no teníais que comparar un día con otro, sino mirarlos todos a la vez.

Newt se rió.

—Tommy, puede que no sea el más perspicaz del Claro, pero lo que estás diciendo me parece una chorrada.

Mientras Thomas iba hablando, su cabeza no dejaba de trabajar, incluso más rápido que antes. La respuesta estaba ahí mismo; sabía que ya casi la tenía, sólo que era muy difícil expresarla con palabras.

—Vale, vale —dijo, volviendo a empezar—. Siempre has asignado una sección a un corredor, ?verdad?

—Sí —contestó Minho. Parecía realmente interesado y dispuesto a entenderlo.

—Y ese corredor dibuja un mapa cada día y lo compara con los de los días anteriores, de esa misma sección. ?Y si hubierais comparado cada día las ocho secciones entre ellas? ?Y que cada día fuera una pista por separado o un código? ?Alguna vez habéis comparado una sección con otra?

Minho se restregó la barbilla y asintió.

—Sí, algo parecido. Tratamos de ver si hacían algo cuando las juntábamos. ?Claro que lo hemos hecho! Lo hemos intentado todo.

Thomas se sentó sobre las piernas y estudió los mapas que tenía en su regazo. Apenas podía ver las líneas del Laberinto dibujadas en la segunda hoja a través de la que había arriba del todo. En aquel instante, supo lo que tenían que hacer y alzó la vista hacia el resto.

—Papel encerado.

—?Eh? —balbuceó Minho—. ?Qué…?

—Confía en mí. Necesitamos papel encerado y unas tijeras. Y todos los rotuladores negros y los lápices que encuentres.



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A Fritanga no le hizo mucha gracia que le quitaran dos cajas de papel encerado, y menos aún ahora que les habían dejado de mandar suministros. Dijo que era una de las cosas que siempre pedía, que lo usaba para cocinar en el horno. Al final, tuvieron que contarle para qué lo necesitaban y así consiguieron que se callara.

Al cabo de diez minutos de buscar lápices y rotuladores —antes, la mayoría estaba en la Sala de Mapas y el fuego los había destruido—, Thomas se sentó con Newt, Minho y Teresa en la mesa de trabajo del sótano de las armas. No habían encontrado unas tijeras, así que Thomas había cogido el cuchillo más afilado que encontró.

—Más vale que merezca la pena —dijo Minho con aire amenazador, pero sus ojos mostraban interés.

Newt se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa como si quisiera ver un truco de magia.

—Empieza de una vez, verducho.

—Vale —Thomas tenía muchas ganas de hacerlo, pero le daba muchísimo miedo que al final todo se quedara en nada. Le pasó el cuchillo a Minho y, luego, se?aló el papel encerado—. Empieza a cortar rectángulos de más o menos el tama?o de los mapas. Newt y Teresa, podéis ayudarme a coger los diez primeros mapas de la caja de cada sección.

—?Qué son todas estas manualidades infantiles? —Minho levantó el cuchillo y lo miró con cara de asco—. ?Por qué no nos dices por qué fo?o estamos haciendo esto?

—Estoy en ello —contestó Thomas, pues sabía que sólo necesitaban ver lo que tenía en la cabeza. Se levantó para rebuscar en el trastero—. Así es más fácil ense?ártelo. Si me equivoco, pues me equivoco y volveremos a correr por el Laberinto como ratones.

Minho suspiró, sin duda irritado; luego masculló algo. Teresa llevaba callada un rato, pero habló dentro de la cabeza de Thomas:

Creo que sé lo que estás haciendo. De hecho, es brillante.

Thomas se sobresaltó, pero hizo cuanto pudo por ocultarlo. Sabía que tenía que fingir que no oía voces en su cabeza porque los demás pensarían que estaba loco.

Ven… a… ayudarme… —intentó decir, pensando las palabras por separado, tratando de visualizar el mensaje, de enviarlo. Pero la chica no respondió.

—Teresa —dijo en voz alta—, ?puedes ayudarme un segundo? —se?aló hacia el trastero.

Los dos entraron en el peque?o cuarto polvoriento, abrieron tollas las cajas y cogieron un montoncito de mapas de cada una. Al volver a la mesa, Thomas se encontró con que Minho ya había cortado veinte trozos y hecho una pila desordenada a su derecha mientras seguía amontonando más encima.

Thomas se sentó y cogió unos cuantos. Puso uno de los papeles a la luz para ver cómo lo atravesaba un brillo lechoso. Era exactamente lo que necesitaba. Cogió un rotulador.

—Muy bien, que todo el mundo calque los últimos diez días en un trozo como este. Aseguraos de escribir la información en la parte superior para que sepamos qué es qué. Cuando hayamos acabado, tal vez veamos algo.

—?Qué…? —empezó a decir Minho.

—Tú sigue cortando, foder —ordenó Newt—. Creo que sé adonde quiere ir a parar con esto.