El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?Estás segura?

Se moría por descifrar el código él mismo, pero decidió que Newt y Minho tenían razón. La chica sonrió y se cruzó de brazos.

—Si vais a descifrar un código secreto de un grupo complejo de laberintos diferentes, estoy segurísima de que necesitaréis que una chica lleve la voz cantante —su amplia sonrisa se convirtió en una sonrisita de suficiencia.

—Si tú lo dices…

Cruzó los brazos, se quedó mirándola con una sonrisa y, de repente, no quiso marcharse de nuevo.

—Bien — asintió Minho, y se dio la vuelta para irse—. Estupendo. Vamos.

Comenzó a caminar hacia la puerta, pero luego se detuvo cuando advirtió que Thomas no iba tras él.

—No te preocupes, Tommy —dijo Newt—. Tu novia estará bien.

Thomas notó que millones de pensamientos le pasaban por la cabeza en aquel momento. Se moría por descifrar el código, le daba vergüenza lo que Newt pensaba de Teresa y él, estaba intrigado por lo que podían encontrar en el Laberinto…y tenía miedo.

Pero se deshizo de todo aquello. Sin ni siquiera despedirse, acabó por seguir a Minho y subieron las escaleras.



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Thomas ayudó a Minho a reunir a los corredores para darles la noticia y organizar el gran viaje. Le sorprendió que todos accedieran de buena gana a explorar más a fondo el Laberinto y pasar allí la noche. Aunque estaba nervioso y asustado, le dijo a Minho que podía llevar una de las secciones él solo, pero el guardián se negó. Tenían ocho corredores con experiencia para dicha tarea. Thomas iba a acompa?arle, y para él fue un gran alivio, lo que casi le hizo sentir vergüenza de sí mismo.

Minho y él metieron en sus mochilas más provisiones de las habituales, pues no sabían cuánto tiempo estarían allí fuera. A pesar de su miedo, Thomas no podía evitar estar también entusiasmado, pues aquel podía ser el día en que encontrasen una salida.

Ambos estaban estirando las piernas junto a la Puerta Oeste cuando Chuck se acercó para despedirse.

—Iría con vosotros —dijo el ni?o con un tono que estaba lejos de ser jovial—, pero no quiero tener una muerte horripilante.

Thomas se rió, sorprendiéndose de su reacción.

—Gracias por los ánimos.

—Tened cuidado —pidió Chuck, y su tono de voz se transformó enseguida en auténtica preocupación—. Ojalá pudiera ayudaros, tíos.

A Thomas le llegó al alma. Se apostó cualquier cosa a que, si hiciese falta y se lo pidieran, Chuck saldría al Laberinto.

—Gracias, Chuck. Tendremos mucho cuidado.

Minho resopló.

—Tener cuidado no nos ha servido en absoluto. Ahora es todo o nada, chaval.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Thomas. Sentía un hormigueo en la barriga y sólo quería moverse, dejar de pensar. Al fin y al cabo, salir al Laberinto no era peor que quedarse en el Claro con las puertas abiertas. Aunque aquella idea no le hacía sentirse mucho mejor.

—Sí —respondió Minho, tranquilo.

—Bueno —murmuró Chuck, y bajó la vista hacia sus pies antes de volver a mirar a Thomas—, buena suerte. Si tu novia se siente sola sin ti, yo la consolaré.

Thomas puso los ojos en blanco.

—No es mi novia, cara fuco.

—?Vaya! —exclamó Chuck—. Ya estás usando las palabrotas de Alby —estaba claro que intentaba fingir que no estaba asustado por los últimos acontecimientos, pero sus ojos revelaban la verdad—. En serio, buena suerte.

—Gracias, eso es muy importante —contestó Minho poniendo los ojos en blanco—. Nos vemos, pingajo.

—Sí, nos vemos —masculló Chuck, y luego se dio la vuelta para marcharse.

Thomas sintió una punzada de tristeza. Quizá ya no volviera a ver a Chuck, a Teresa o a cualquiera de los demás, y de repente sintió la necesidad de decir: —?No olvides mi promesa! —gritó—. ?Te llevaré a casa!

Chuck se volvió y alzó el pulgar, con los ojos vidriosos por las lágrimas. Thomas alzó los dos pulgares; luego, Minho y él se pusieron las mochilas y entraron en el Laberinto.





Capítulo 44


Thomas y Minho no pararon hasta que estuvieron a medio camino del último callejón sin salida de la Sección 8. Ahora que el cielo estaba gris, Thomas se alegraba de llevar su reloj de pulsera. Habían conseguido llegar en poco tiempo porque enseguida fue evidente que las paredes no se habían movido desde el día anterior. Todo estaba exactamente igual. No había necesidad de dibujar mapas ni de tomar notas, su único deber era llegar hasta el final y dar la vuelta en busca de cosas que antes no hubieran advertido, cualquier cosa. Minho permitió veinte minutos de descanso y, después, siguieron con su trabajo.