El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Thomas negó con la cabeza y recuperó la compostura.

—Ah…, nada, perdona. Me duelen los ojos, creo que necesito dormir —se frotó las sienes para darle más efecto.

?Estás bien?—le preguntó Teresa en su mente.

Thomas advirtió que estaba igual de preocupada que Newt, lo que le gustó.

Sí. Estoy cansado, en serio. Sólo me hace falta descansar un poco.

—Bueno —dijo Newt, que extendió la mano para apretar el hombro de Thomas—, has estado toda la maldita noche en el Laberinto. Ve a echarte un rato.

Thomas miró a Teresa y luego a Newt. Quería contarles su idea, pero decidió hacer lo contrario. Se limitó a asentir y se dirigió hacia las escaleras. De todos modos, Thomas ahora tenía un plan. Aunque fuese malo, al menos era un plan.

Necesitaban más pistas sobre el código. Necesitaban recuerdos. Así que iba a hacer que le picara un lacerador. Iba a pasar por el Cambio. Adrede.





Capítulo 46


Thomas se negó a hablar con nadie el resto del día.

Teresa lo intentó varias veces, pero él no dejaba de repetir que no se encontraba bien, que le apetecía estar solo, dormir en su rincón detrás del bosque y, tal vez, pasar un tiempo reflexionando para intentar descubrir un lugar secreto en su mente que les ayudara a saber cómo actuar. Pero la verdad era que estaba mentalizándose para lo que había planeado realizar aquella noche, convenciéndose de que era lo correcto. Lo único que podía hacer. Además, estaba aterrorizado y no quería que los otros se dieran cuenta.

Al final, cuando su reloj se?aló que ya había llegado el atardecer, fue a la Hacienda con todos los demás. Apenas notó que tenía hambre hasta que vio la comida que Fritanga había preparado a toda prisa: galletas y sopa de tomate. Había llegado el momento de otra noche sin dormir.

Los constructores habían cerrado con tablas los agujeros que habían dejado los monstruos que se llevaron a Gally y a Adam. El resultado final a Thomas se le antojaba como si una cuadrilla de borrachos hubiera hecho el trabajo, pero al menos era lo bastante resistente. Newt y Alby, que ya se encontraba bien para estar por ahí, aunque con la cabeza llena de vendas, insistieron en que se debían hacer turnos para dormir.

Thomas acabó en el gran salón de la planta baja de la Hacienda con las mismas personas con las que había dormido las dos noches anteriores. Enseguida, el silencio reinó en la habitación, aunque no sabía si era porque todos se habían dormido o porque estaban asustados, esperando en silencio, contra toda esperanza, que los laceradores no volvieran. A diferencia de las dos noches anteriores, permitieron a Teresa quedarse en el edificio con el resto de clarianos. Estaba junto a él, acurrucada en dos mantas. De algún modo, podía percibir que estaba durmiendo. Durmiendo de verdad.

Thomas no podía dormir, aunque sabía que su cuerpo lo necesitaba desesperadamente. Lo intentó, intentó con todas sus fuerzas mantener los ojos cerrados y se obligó a relajarse, pero no hubo suerte. La noche se le hacía interminable y la pesada sensación de saber lo que iba a ocurrir le aplastaba el pecho.

Entonces, tal y como todos habían esperado, se oyeron los inquietantes sonidos metálicos de los laceradores en el exterior. Había llegado el momento.

Todo el mundo se api?ó contra la pared más apartada de las ventanas y se esforzó por mantener el silencio. Thomas estaba acurrucado en un rincón al lado de Teresa, abrazándose las rodillas, con los ojos clavados en la ventana. La realidad de la terrible decisión que había tomado le golpeó como si una mano le estrujara el corazón. Pero sabía que todo dependía de aquello.

La tensión en la habitación aumentaba a un ritmo constante. Los clarianos estaban callados; no se movía ni un alma. El lejano sonido del metal ara?ando la madera retumbó en la casa. A Thomas le sonó como si un lacerador estuviese subiendo por la parte trasera de la Hacienda, al otro lado de donde ellos se hallaban. Unos segundos más tarde, se oyeron más ruidos; venían de todas partes, y el más cercano procedía de su propia ventana. El aire del salón pareció congelarse hasta convertirse en hielo, y Thomas apretó los pu?os contra sus ojos, con la expectativa del ataque poniéndole de los nervios.

Una explosión retumbó cuando arrancaron la madera y rompieron el cristal en algún sitio de la planta superior, lo que sacudió toda la casa. Thomas se quedó petrificado cuando se oyeron varios chillidos, seguidos por las pisadas apresuradas de gente huyendo. Unos fuertes crujidos anunciaron que toda una horda de clarianos corría hacia la primera planta.

—?Han cogido a Dave! —gritó alguien con la voz aguda por el terror.