El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Ya lo pillamos —soltó Gally bruscamente—. Tommy es un pingajo con suerte.

Minho se volvió hacia él.

—?No, fuco inútil, no lo has pillado! Llevo dos a?os aquí y nunca había visto nada igual. Para que tú ahora me vengas…

Minho se calló, se frotó los ojos y gru?ó, lleno de frustración. Thomas se dio cuenta de que tenía la boca abierta. Sentía diversas emociones: apreciaba a Minho por haberle defendido delante de todos, no se podía creer la agresividad continua de Gally y le daba miedo cuál sería la decisión final.

—Gally —dijo Minho con la voz más calmada—, no eres más que un mariquita que ni una sola vez ha pedido ser corredor o se ha presentado a la prueba. No tienes derecho a hablar sobre cosas que no entiendes. Así que cállate la boca.

Gally se puso de pie otra vez, echando chispas.

—Como vuelvas a decir algo así, te romperé el cuello aquí mismo, delante de todos —le salía saliva de la boca mientras hablaba.

Minho se rió; después, levantó la palma de la mano y empujó a Gally en la cara. Thomas se medio levantó al ver al clariano caer hacia atrás y estrellarse contra la silla, que se rompió en dos. Gally se quedó despatarrado en el suelo, luego trató de ponerse de pie e incorporarse. Minho se acercó y pisó la espalda de Gally para aplastar su cuerpo contra el suelo.

Thomas se dejó caer en la silla, atónito.

—Te lo juro, Gally —dijo Minho con sorna—, ni se te ocurra amenazarme otra vez. Ni siquiera me vuelvas a dirigir la palabra. Jamás. Si lo haces, te romperé tu fuco cuello, después de hacer lo mismo con tus brazos y tus piernas.

Newt y Winston se habían levantado y, antes de que Thomas se diera cuenta de lo que sucedía, estaban agarrando a Minho. Le apartaron de Gally, que se levantó de un salto, con la cara roja por la rabia. Pero no se movió hacia Minho; se quedó allí sacando pecho, agitándose por su respiración entrecortada.

Al final, Gally se retiró medio a trompicones hacia la salida que había detrás de él. Sus ojos recorrieron a toda prisa la sala, encendidos por el intenso odio. Thomas tenía la escalofriante sensación de que Gally parecía alguien a punto de cometer un asesinato. Retrocedió hasta la puerta y alargó la mano para agarrar el picaporte.

—Las cosas ahora son diferentes —dijo, y escupió al suelo—. No deberías haber hecho eso, Minho. No deberías haberlo hecho —ahora su mirada de maniaco estaba fija en Newt—. Sé que me odias, que siempre me has odiado. Deberían desterrarte por tu vergonzosa incapacidad para dirigir este grupo. Eres una vergüenza, y todo el que se quede aquí no es mejor que tú. Las cosas van a cambiar. Lo prometo.

A Thomas se le cayó el alma a los pies. ?Como si las cosas no fueran ya lo bastante violentas!

Gally abrió la puerta de un tirón y salió al vestíbulo, pero, antes de que nadie pudiese reaccionar, volvió a asomar la cabeza en la sala.

—Y tú —espetó, fulminando a Thomas con la mirada—, el judía verde que se cree que es un puto dios, no te olvides de que te he visto antes, yo he pasado por el Cambio. Lo que estos tíos decidan no va a misa —se calló para mirar a todos los presentes en la sala y, cuando su maliciosa mirada se volvió a clavar en Thomas, dijo una última cosa—: Para lo que sea que hayas venido, te juro por mi vida que voy a impedírtelo. Te mataré si hace falta.

Luego se dio la vuelta y abandonó la sala, cerrando de golpe la puerta a sus espaldas.





Capítulo 26


Thomas se quedó paralizado en la silla mientras las náuseas aumentaban en su estómago como una plaga. Desde que había llegado al Claro, había pasado por todo tipo de emociones en un periodo de tiempo muy corto. Miedo, soledad, desesperación, tristeza, incluso una pizca de alegría. Pero era algo nuevo oír decir a alguien que te odiaba lo suficiente como para querer matarte.

?Gally está loco —se dijo a sí mismo—. Está completamente loco?. Pero aquel pensamiento sólo aumentaba sus preocupaciones. La gente loca era capaz de cualquier cosa.

Los miembros del consejo se quedaron de pie o sentados en silencio, por lo visto igual de asombrados que Thomas por lo que acababan de ver. Al final, Newt y Winston soltaron a Minho y los tres fueron de mal humor a sentarse a sus sillas.

—Se merecía la paliza —dijo Minho, casi entre susurros. Thomas no sabía si quería que los demás le oyeran.

—Bueno, tú no eres precisamente el santo de la sala —replicó Newt—. ?En qué estabas pensando? Te has pasado un poco de la raya, ?no crees?

Minho entrecerró los ojos y echó la cabeza atrás, como si estuviera desconcertado por la pregunta de Newt.

—No me sueltes esa mierda. A todos os ha encantado ver a ese gilipullo recibiendo su merecido y lo sabéis. Sólo era cuestión de tiempo que alguien le hiciera frente a su clonc.

—Está en el Consejo por un motivo —respondió Newt.